Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
Cuando llegué a Teotepeque, mind un grupo de niños que estaba sin profesor me dijo en coro: «¡Hola, doctor maestro!».
Este acto me impresionó mucho. Los niños como inocentes criaturas estaban ávidos de saber. Conversé con ellos y observé su inmenso deseo de conocer los secretos de la palabra escrita, las relaciones numéricas y el mundo de la naturaleza y las cosas. Desde principios del año 1953 no habían tenido maestro. Esperaron con paciencia y hoy se volcaron a la escuela. Eran las once del día.
–Mañana comenzaremos las clases, niños.
–No, maestro, comencemos hoy mismo. Hemos vagado mucho.
Yo estaba cansado y asoleado por la caminata desde Jayaque. Tenía el deseo de bañarme y tumbarme en una cama para dormir. Me había desvelado preparando mis cosas para madrugar.
–Pero ya va a ser la hora de salir – dije a los niños.
–Si, maestro, pero hagamos algo.
–¿Qué se les ocurre?
–Usted díganos – tenían deseo de gastar energía.
No se me ocurría nada, pero vi que uno de ellos cargaba una pelota de fútbol.
–Juguemos un partidito – sin pensar que yo estaba cansado.
–Síí… – respondieron.
Pero reaccioné y me detuve.
–Tengo que buscar donde alojarme – les dije.
–Puede quedarse donde doña Juana, ella alquilaba cuartos a los maestros Carlos Murga y Ramírez Chulo a quienes trasladaron. Nosotros lo llevaremos.
–¿Pero dónde comeré?
–En el comedor de doña Teresa – gritaron.
No me quedó otra alternativa que ponerme a jugar en uno de los equipos que improvisamos. Ellos pusieron piedras en las metas y comenzaron la algarabía en la pequeña plaza frente a la torre del reloj. Las maestras doña Blanca y doña Margarita me observaron desde la escuela.
–Este nuevo compañero parece que sólo pasará jugando con los cipotes – dijo doña Blanca.
–Quizás no va a funcionar como maestro – agregó doña Margarita.
–Veremos… veremos.
–Pero míralo, como que no está cansado.
Cada rato los niños gritaban ¡gool! Con un alboroto que contagiaba a cualquiera. Unos padres de familia que me observaron comentaron.
–Parece que ya vino el nuevo profesor – dijo don Raúl, quien vive enfrente de esta plaza.
–Pero a saber qué clase de maestro es – agregó José, el mensajero del telégrafo.
–¿Qué le has visto algo? – con curiosidad.
–Está jugando fútbol con los alumnos en lugar de estar enseñándoles a leer.
–¿Y cuál es el maestro? – preguntó don Raúl.
–Aquel que va con la pelota, driblándolos a todos.
–Ah, con razón, si está muy joven. A lo mejor mañana jugará con ellos “ladrón librado”, o “escondelero”– rieron.
–Todo es posible. Los tiempos están cambiando – finalizó el mensajero.
A las doce y media suspendimos el juego. Algunos niños me acompañaron a la casa de doña Juana. Cuando llegamos ya me tenía preparado un cuarto, aseado y con algunos muebles: una cama de correas de cuero con petate nuevo, una mesita y una silla. Unos niños que no jugaron se adelantaron a decirle que aquí me alojaría. Agradecí y despedí a los niños quienes me indicaron la ubicación del comedor. Con doña Elena nos pusimos de acuerdo sobre la renta mensual, acomodé mi ropa y cosas de uso personal. Tomé un baño y me acicalé para salir a almorzar.
Por la tarde se presentó a la escuela el profesor Manlio Paredes, quien había sido nombrado como director. Era un joven un poco mayor que yo, de complexión mediana, tez blanca, recién casado, vino acompañado de su esposa con quien se instalaron en este pueblo. Los dos son originarios de Chinameca, él se había graduado de profesor de educación primaria en la Sección Normal de esa ciudad.
Ambos teníamos que tomar posesión de nuestros cargos y enviar el acta al Ministerio de Cultura. Manlio me pidió redactar el acta. En ese documento anoté la toma de posesión de Manlio como director de la escuela y yo como profesor auxiliar y firmamos. Después surgió la primera discusión, yo quería trabajar con el cuarto grado y los demás profesores querían asignarme el primero.
(Continuará).