Por Wilfredo Arriola
Las cosas que perdemos ocupan un lugar, muchas veces sagrado, otras veces en un lugar sin asignar y por esa situación ocupan demasiado porque lo podemos encontrar en cualquier parte de nuestro recuerdo. Nos tropezamos con el, no llamar a las cosas por su nombre hará que nos grite cuando se le dé la gana. El recuerdo es el recuerdo, el duelo es el duelo, y la inaceptación será eso, un tormento que tardará en apagarse.
No somos los de antes y quien lo afirma, abusa de la melancolía. Como dijo el poeta: la melancolía es la envidia que se tiene a uno mismo, el de otro tiempo, no el actual. La vida va presentando nuevas oportunidades de cambio, de interacción, es ahí cuando nos abren las puertas. No somos los de antes para dejar el pasado y reinventarnos en lo venidero, y muchas veces no es opcional. Sucede entre dos alternativas: o lo haces o te obligas hacerlo, y en ese camino, sufrimos el desprendernos del pasado, luego entendemos que hace bien. Aportamos a la melancolía con la simpleza del abandono.
Dejamos libros, amistades, trabajos, aficiones, comidas, lugares, amores, aunque todo lo anterior pueda resumirse en amor. A pesar de eso, quedan ahí, aguardando el regreso, haciendo trabajo en la espera y revivir esa parte de nosotros que quedó en aparente reposo. Muchas veces necesitamos descansar nuestras inclinaciones, descansar de la emoción, incluso de las fechas. Apostar por un cambio de mirada, en la provisional de los días, aunque sea por renovar el amor que le tenemos a nuestras practicas anteriores.
Los años nos cobran factura, en condición física y espiritual, aunque esta última parece fortalecerse con el tiempo. Lo físico decrece y el alma se entrena en el error, también la observación y es ahí donde se hace una cierta consideración a la vida y a lo que falta por vivir siendo optimistas con el futuro, ese, con el que uno hace cuentas como se hace cuentas con el cheque que uno no ha recibido.
Cuando digo que no somos los de antes, hago inventario de lo sucedido, no por ponerme lúgubre, ni ser titular en la alineación de los incomprendidos, es por algo más, es por saber entender el presente y por agotar las etapas que cada uno malvive y vive a su manera. Basta volver al pasado, mirar fotografías, jugar algún deporte, pasar por ciertas calles y afinar la mirada en la recreación de los años, ojalá que en ese tropiezo de la vejez tengamos a nuestro lado el abrazo de nuestro legado. Tampoco hablo de salir de puntitas de esas experiencias ni acudir al presente de manera hostil.
Me gustaría ocupar una frase trillada y suponer “hacer las pases con uno mismo” y en la conversación entre el espejo y uno, o con la almohada y las palabras hacer un acuerdo de caballeros, sabernos aceptar en la pasividad del tiempo.
Ni un día sin meditar, en el bus, en la noche (en su inicio, en su fin) la magia de los inicios y los finales. En la espera, en el silencio imponente que queda después de la lluvia. Quizá no somos los de antes, pero en nosotros están todas aquellas cosas por las cuales hoy somos lo que somos. Cicatrices, arrugas, olvidos, aciertos, fallos, lucidez, desvaríos… una nueva mirada que responde cada día más a saber acercarnos a la verdad, procurar estar lo más cerca posible propondrá una nueva aventura. No solo cumplir años también sumar experiencia, el título de la vejez lo otorga el respeto que nos tienen los demás. ¿Seremos dignos de ello?
Debe estar conectado para enviar un comentario.