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Una conducta muy frecuente entre algunas personas es apasionarse en extremo por la realización de sus tareas personales de la mejor manera posible. Y aunque esto pueda parecer muy positivo, frecuentemente deriva en conductas perjudiciales. Veamos.
Estas personas suelen levantarse muy temprano tornándose unas verdaderas maquitas en hacer muchas acciones que consideran productivas para sí mismas y para los demás. Luego al llegar a término el día, les es muy difícil alcanzar la quietud, la calma, pues continúan con más y más acciones.
Piensan mucho, planificando y adelantándose a posibles escenarios, por ello les es difícil dormir, conciliar el sueño. Sólo lo logran cuando están en verdad agotadas, e inclusive así, tienen una gran resistencia a dormir.
Al siguiente día, el esquema se repite. Por supuesto que si esto dura meses y años las enfermedades no tardan en aparecer causando daños irreversibles.
Estas personas no sólo se exigen a sí mismas, más de lo que debieran, sino que también exigen a los demás esa misma dinámica. Ponen a correr a todos. Van a mil kilómetros por hora, no se detienen ni para tomar aliento.
Por supuesto, que vivir con ellas, trabajar con ellas y en general, tenerlas cerca, rápidamente tensiona a cualquiera. No paran de hablar, de dar órdenes, de manifestar en su opinión, “el mejor camino o método para resolver las cosas”. Se enfurecen, deprimen o frustran cuando el acontecer diario no toma el rumbo que desean. Se horrorizan al pensar que han fallado o que pueden fallar. En pocas palabras son perfeccionistas.
Sin embargo, la realidad humana es muy distinta: no somos perfectos y no podemos vivir en ese estado de excitación las veinte y cuatro horas del día. Así de simple, fallamos de forma constante y no somos invencibles, necesitamos descansar. Esa es nuestra naturaleza.
La conocida consejera sobre el temperamento humano, Deborah Smith Pegues nos dice: “Es difícil y estresante mantener una presencia intachable. Tarde o temprano, todos cometemos errores, juzgamos mal una situación o de alguna forma u otra nos equivocamos. Es inherente al ser humano. Aunque parezca extraño, una de las mejores formas de aprender es a base de cometer errores. No obstante, por temor de ser mal vistoso perder prestigio, con frecuencia intentamos ocultar nuestros errores, lo cual abre la puerta de par en par al estrés. Por otro lado, reconocer un error es una forma segura de eliminar el estrés. Es de gran alivio personal y de gran inspiración a otros cuando encuentras el valor y la confianza para reconocer tus errores sin permitir que te definan.
Un error sólo se convierte en una verdadera tragedia si no aprendes nada de él. Negarse a reconocer un error cierra la puerta al crecimiento.
La mejor estrategia para afrontar tus errores es aceptar la responsabilidad total por ellos, determinar cómo no repetirlos y seguir adelante. Aunque suena simple, no es fácil. Puede preocuparte que los que te critican te vayan a juzgar con dureza, pero te aseguro que, si sigues este patrón de tratar con los errores, se hará más y más fácil y servirá de inspiración a otros para imitar tu comportamiento ¿Qué consigues cuando luchas por permanecer en ese `Pedestal sin Culpa´? Absolutamente nada, excepto más estrés. Cuando me pongo a la defensiva sin justificación, siento esa descarga de adrenalina que me da la energía necesaria para luchar en defensa de mi postura y evitar aceptar mi propia responsabilidad”.
Aprender a admitir nuestros propios errores y los errores de los demás representa uno de los grandes caminos hacia el logro de la paz interior. Así como lograr entender que nuestros ritmos no son ni deben de ser los ritmos de los otros.
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