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Noboa perfila acertadamente a Bukele

Por Leonel Herrera*

“(Bukele) es un tipo arrogante y sólo busca controlar el poder para sí mismo y hacer rica a su familia”. Ésta no es una afirmación de algún opositor al régimen de Nayib Bukele, sino una declaración del presidente ecuatoriano Daniel Noboa dada recientemente al reconocido periodista Jon Lee Anderson, de la revista estadounidense The New Yorker.

Lo expresado por Noboa es muy relevante porque señala con certeza dos de las características más importantes del perfil de la persona que ocupa inconstitucionalmente el cargo de presidente en El Salvador: su arrogancia y la concentración del poder.

La arrogancia del gobernante de facto se manifiesta claramente en su megalomanía, su narcisismo y en el mesianismo que lo lleva a asumirse como justiciero, vengador, redentor, “instrumento de Dios” y único “médico” que sabe cómo curar todos los males de la muy enferma sociedad salvadoreña.

La arrogancia también tiene que ver en su estilo de gobierno autoritario y excluyente, el irrespeto a las reglas democráticas, sus discursos de odio, la descalificación y estigmatización de sus oponentes y su desprecio por la crítica, la disidencia y todo lo que no coincide con su narrativa de post verdad.

Además, la arrogancia tiene que ver con la intransparencia, la falta de rendición de cuentas, las vulneraciones al ejercicio del periodismo, las restricciones al espacio cívico, la ausencia de diálogo con los distintos sectores del país, la imposición de medidas violatorias de derechos humanos y las represalias contra quienes considera “enemigos”.

Y el control del poder se manifiesta en el dominio oficialista de todo el aparato estatal y la concentración del poder en manos Bukele y sus hermanos, quienes -a pesar de no haber sido electos ni ocupar formalmente cargos en el gobierno- tienen una fuerte influencia y toman decisiones como si fueran funcionarios públicos.

Desde la perspectiva democrática, esta concentración del poder mató al sistema republicano establecido en la Constitución aún vigente y -como consecuencia- desapareció la independencia de poderes, la institucionalidad, la independencia judicial y el estado de derecho.

Pero, según Noboa, Bukele también utiliza el control del poder para “hacer rica a su familia”. Habría que ver cuáles son las pruebas del mandatario ecuatoriano o si lo dice porque “quien las hace se las imagina”; sin embargo, su afirmación refuerza las sospechas que genera la falta de transparencia y rendición de cuentas del clan familiar que gobierna en El Salvador.

Negocios oscuros como el Bitcoin, asignación irregular de megaproyectos, adquisición de préstamos sin un destino claro, manejo opaco de fondos en la pandemia de COVID-19, traslado de la partida secreta al presupuesto del OIE y la creación de empresas privadas con dinero público, son algunas prácticas que siembran dudas sobre hacia dónde han ido a parar miles de millones de dólares que ha tenido a su disposición este gobierno.

Lo dicho por Noboa también refuerza la hipótesis de economistas y analistas críticos según las cuales el clan Bukele utiliza el poder y los recursos estatales para acumular riqueza y convertirse en grupo oligárquico.

Es decir, este uso patrimonialista del poder está permitiendo a Bukele y sus hermanos transitar de grupo empresarial periférico o no hegemónico hacia la élite conformada por las familias pudientes de la oligarquía tradicional que históricamente han explotado, despojado y expoliado al país.

Finalmente, es significativo que esta crítica la haga Daniel Noboa: un presidente de derecha pro-oligárquica como Bukele, un niño rico como también lo son Nayib y sus hermanos y -además- un gobernante que simpatiza con algunos métodos del dictador salvadoreño.

Esto muestra que hasta los presidentes de derecha tienen claro que Bukele es un gobernante antidemocrático, con ínfulas de grandeza y aspiraciones de monarca en un país tan pequeño, pobre, vulnerable y donde la mayoría de la población apenas sobrevive.

*Periodista y activista social.

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