Erick Tomasino
Escritor
Él caminaba con paso cansado sobre el bulevar, capsule no sabía el porqué de aquel nombre afrancesado si en realidad se parecía a todas las calles de la zona. Tal vez una acera más ancha, quizá un arriate pronunciado en el medio. Él llevaba a cuestas una bolsa negra de plástico de esas que se utilizan para jardinería o para cuando se acumula la basura en las casas de bien.
Él pensaba sentarse en su sitio acostumbrado en la acera para deleitarse con su medio litro de aguardiente mientras observaba como Ella se ganaba la vida toreando a los automóviles ofreciendo sus servicios de prostituta. Ella, era un travesti que aun naciendo hombre se hacía llamar a sí misma de Ella. Él lo sabía aunque entendiera poco sobre el tema. A Ella no le importaba lo que pensase Él, de hecho lo detestaba. Lo único que le interesaba es que eventualmente Él le convidara a unos tragos mientras Ella descansaba después de haber estado con algún cliente.
Él se sentó en la acera y de la bolsa negra sacó su medio litro de aguardiente, lo acababa de comprar en el expendio nº 49, lo destapó golpeando previamente el culo de la botella con el codo a modo de poder sacarle el diablo, lo giró y lo desenroscó con furia, lo destapó y se lo empinó. Deseaba en ese momento por lo menos tener un gajo de mango verde para pasarse el ardor que sentía en la garganta, pero no estaba en condiciones para satisfacer sus caprichos de bolo así que le tocó beber de aquello con boca de paisaje.
Él, sentado con su espalda contra una pared que hedía a orines y rodeado de envoltorios de condones y colillas de cigarro observaba silencioso. Nada le importaba. Aquella pose, más que la de un mendigo sin preocupaciones, parecía a la de Adán en la Creación de Miguel Ángel. Era demasiado noche y hacía mucho calor. No había muchos transeúntes, casi no pasaban vehículos y sabía que eso irritaba a Ella que seguro le daría una puteada descargando toda su frustración contra Él. Pero no fue así.
-Está cabrona la noche –dijo Ella- mirando con desprecio a Él. Ni un cliente en todo lo que llevo acá. Parece que en estos tiempos el pisto no alcanza casi para nada, mucho menos para el placer.
-Ha de ser la inflación –reflexionó Él musitando-.
-Inflación es la que te podría provocar –papacito- si tuvieras unos cinco dólares para mamartela.
Esto último lo dijo sin convencimiento pues asumía que Él apenas llevaba unas cuantas monedas para comprarse su licor y que por su apariencia a lo mejor y ya no se le inflaba la moronga pese a las prometedoras succionadas que Ella le ofrecía. Ella lo detestaba, le daba asco. Él sentía una especie de amor-odio por Ella pero le daba igual.
En eso, un carro se acercó con las luces bajas, las luces parpadearon y Ella sabía que era una señal para acercarse cuando éste se detuviera. El auto –que parecía ser de último modelo- se paró y quien iba en su interior apagó todas las luces. Ella se acercó con paso melódico, esperando que el vidrio del lado del conductor se bajase, como suele acostumbrarse en estos casos. Él observaba con atención la escena mientras se rascaba los huevos. Nunca le han gustado las personas que se conducen en aquel tipo de vehículos que aparentan ser gente de mal haber. Dio otro trago a su botella y siguió mirando.
El tipo del auto bajó un poco el vidrio, no se dejaba ver pero de lejos se sugería una cabeza calva, parecía que habían iniciado la negociación con Ella. Él no lograba escuchar nada y sólo veía los ademanes que hacía Ella como indicándole un precio con los dedos, primero con los de una mano y luego con los de ambas. Ella se ajustaba su apretado vestido, miraba de un lado hacia otro, sacó un cigarrillo de su cartera y se lo llevó la boca, el hombre del auto le ofreció lumbre y Ella lo aceptó acercándose un poco más a la ventana.
Así pasaron varios minutos hasta que ella le dijo un “no” con la cabeza y escupió al suelo. El tipo del auto la tomó con fuerza por la nuca e intentó acercarla hacia él, Ella se resistió y trató de retroceder hasta que lo consiguió con dificultad, se veía asustada pero como pudo se apartó y le dio un carterazo a la puerta del auto y le gritó angustiada frases que advirtieron a Él que la cosa se estaba poniendo peluda. “Hijo de puta maricón” gritó Ella. El hombre del auto abrió la puerta y se bajó, parecía que quería hacerle daño a Ella, la tomó por la muñeca y forcejearon un buen rato.
Él hurgó en su bolso y sacó una pistola, se puso de pie, apuntó y disparó. Ella y el hombre del auto cayeron de bruces al suelo como sincronizados. Él se acercó y vio que le había destripado los sesos al hombre del auto. Ella se mantenía inmóvil pero no estaba herida, se había desmayado del susto. Él se hincó y se acercó al rostro de Ella. Le aventó todo su aliento, el intempestivo olor a guaro la despertó. Él la arrastró hacia la orilla del bulevar, la levantó, tomaron sus cosas y se fueron con paso lento por un callejón oscuro.
En el camino Él se rascó los testículos y luego se llevó los dedos hacia la nariz como queriendo adivinar los olores. Se acercó a la botella de aguardiente y se la empinó. Apuraron el paso hasta perderse en la bruma.
Por la mañana querrían saber qué dirían en los periódicos.
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