César Ramírez
@caralvasalvador
Si eliminamos la ideología, los conceptos de la guerra fría, el discurso heroico o poético, los perjuicios religiosos, el fanatismo etc., nos encontraremos con una realidad miserable, una condición de plena desigualdad social, con una historia excluyente causante de la guerra civil.
Acá no se trata del discurso exculpatorio, ni la agresión, ni siquiera los relatos bíblicos de Caín y Abel, el objetivo es el conocimiento en profundidad de los acontecimientos de sangre, que acompañan desde hace décadas el dolor de las víctimas.
Las muertes son acciones de actores adultos, aunque la historia infantil de Washington y el cerezo tiene una línea de actualidad (fragmento J. Berg Esenwein y Marietta Stockard). El padre de George Washington, regaló un hacha al pequeño, un día el cerezo que tanto cuidaba fue talado por el chico: -George -llamó su padre con voz colérica-, ¿sabes quién mató mi cerezo? Era una pregunta difícil, y George titubeó un instante, pero pronto se recobró. No puedo mentir, padre. Lo hice yo, con mi hacha. El señor Washington miró a George. El niño estaba pálido, pero miraba al padre a los ojos. -Entra en la casa, hijo -dijo severamente el señor Washington. George fue a la biblioteca y aguardó a su padre. Estaba triste y avergonzado. Sabía que había sido necio y desconsiderado y que su padre tenía buenas razones para estar disgustado. Pronto el señor Washington entró en la habitación. -Ven aquí, hijo mío. George se acercó a su padre. El señor Washington lo miró de hito en hito. -Dime, hijo, ¿por qué talaste el árbol? -Yo estaba jugando y no pensé… -Tartamudeó, George. -Y ahora el árbol morirá. Nunca nos dará cerezas. Pero, peor aún, no supiste cuidar de ese árbol cuando yo te había pedido que lo hicieras. George agachó la cabeza, las mejillas rojas de vergüenza. -Lo lamento, padre -dijo. El señor Washington apoyó la mano en el hombro del hijo. -Mírame -dijo-, lamento haber perdido el cerezo, pero me alegra que hayas tenido el valor de decir la verdad. Prefiero que seas franco y valiente a tener un huerto entero con los mejores árboles. Nunca lo olvides, hijo mío. George Washington nunca lo olvidó. Hasta el final de su vida fue tan valiente y honorable como ese día de su infancia.
Sin la verdad, ni el tiempo nos salvará de la falsedad e injusticia.
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