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Nosotros y la democracia

José M. Tojeira

La democracia continúa siendo en El Salvador el régimen de gobierno preferido. Sin embargo no podemos decir que tengamos una democracia perfecta, como no lo pueden decir muchos otros países. Un régimen democrático que no sea inclusivo, que margine o no reconozca derechos básicos de las personas, tiene siempre que evolucionar y mejorar. Las democracias antiguas mantenían sistemas esclavistas. La mayoría de las democracias modernas, desde el año 1800 al 1900 no permitían votar a la mujer. El sufragio universal, sin restricciones de raza, estado económico o cultural, es también relativamente reciente.

Todas las democracias han tenido que evolucionar hacia la inclusión de personas. Todavía hoy las democracias deben seguir mejorando sus niveles de inclusión de personas no solo de cara al ejercicio del voto, sino también mejorando los derechos básicos de educación, salud y participación social y económica de mucha gente. Aunque el voto es importante y básico en la democracia, no basta con que haya elecciones para que una democracia sea decente. La lucha contra la pobreza y contra la desigualdad extrema son indispensables para la inclusión de las personas en la vida social de cada país.

Todavía hoy existen poderes que llamamos fácticos, que manipulan, marginan y utilizan la democracia en propio beneficio. En las dictaduras militares o militarizadas, los altos mandos casi siempre terminan millonarios, o al menos muy ricos. Cuanta más autoritarismo haya en el poder ejecutivo, más débil se vuelve la rendición de cuentas y más fácilmente crece la corrupción. El poder económico de algunos sectores minoritarios de la población tienen con frecuencia una inflluencia indebida en las democracias. Y lo utilizan casi siempre para defender sus intereses y crear un tipo de estructura económica en la que el mayor peso del mantenimiento del Estado acaba siendo sostenido por las clases medias y los pobres. Fuerzan desde el poder del dinero una legislación de privilegio que les permite mantener el propio enriquecimiento con ausencia de responsabilidad social.

En El Salvador la tradición ha sido la de tener una democracia limitada. Incluso después de los Acuerdos de Paz la democracia estuvo muy limitada por los intereses particulares de los partidos gobernantes, las limitaciones de sus ideologías y el peso sustancial de los poderes económicos, siempre empeñados en mantener un sistema que agrava las diferencias y mantiene índices elevados de pobreza y marginación. Con el gobierno actual, de clara tendencia populista y autoritaria, los niveles de democracia en el país han descendido. La tendencia a convertirse en una democracia de partido único, con control rígido de las instituciones legislativas, militares y judiciales, así como con facilidades para adaptar la Constitución al fortalecimiento del poder ejecutivo y a reelecciones consecutivas de la presidencia, marcan un importante retroceso sobre la ya débil democracia que teníamos antes.

 

El menosprecio y ataques a quienes defienden los derechos humanos, junto con el olvido intencionado de convenios internacionales firmados y ratificados por el país dedicados a controlar los excesos del poder, muestran el rostro duro de un régimen que, si bien se ha legitimado con el voto popular, entra en caminos cada vez más alejados de la gobernanza democrática. Insistir en los derechos de las personas y en la independencia de las instituciones de control del poder es el camino y la responsabilidad que nos queda a quienes queremos vivir en una democracia que sepa renovarse progresivamente al servicio inclusivo de todos los salvadoreños.

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