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Nosotros y los otros…

@renemartinezpi
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Nosotros: los que construimos con nuestras propias manos las obras de ingeniería más bellas, order asombrosas y duraderas del planeta con materiales vencidos, viagra o de muy baja calidad, para que la constructora tenga una plusvalía jugosa y obscena, pero nos pagan como albañiles y, para terminar de joder, varios días después de lo pactado en el Código de Trabajo; nosotros: los que en ayunas y somnolientos abordamos buses destartalados, malolientes y desbocados para conducirnos como reses al trabajo y llegar ilesos, bien peinados y sobre todo puntuales y, así, no dar motivos para que los otros nos descuenten el séptimo; nosotros: los que comemos recalentado y poquito, si tenemos suerte, porque la comida siempre está por las nubes, mientras los otros hacen dieta para verse bien con la ropa de marca que cuesta mucho más que nuestros tres tiempos de comida del año; nosotros: los que salimos corriendo antes de que termine la última clase de realidad nacional en la noche porque nos va a dejar el bus o nos van a cerrar con tranca el mesón, ese tiempo-espacio donde vivimos hacinados junto a la familia que amamos hasta lo indecible, mientras los otros viven en mansiones que son más grandes que toda la comunidad que nos cobija; nosotros: los que compramos panes con huevo picado y café ralo en las afuera de la universidad privada para poder aguantar el tedio mortal de las clases de derecho constitucional que dicta, como si supiera de lo que habla, el magistrado del alpiste que se inventa y retuerce dictámenes constitucionales en favor de los otros; nosotros: los que compramos ropa usada que lucimos orgullosos como si fuera nueva, porque en los grandes almacenes no nos dan facilidades de pago; nosotros: los que somos clientes asiduos del montepío y coleccionamos sus boletas como si fueran trofeos de guerra que aúllan por la noche como perros encadenados, esas boletas milagrosas que nos permiten ganarle la batalla al hambre, al menos por unos días, mientras los otros coleccionan haciendas y carros de lujo; nosotros: los que nos desvelamos una vez a la semana esperando que caiga el agua, por unos minutos nada más, para llenar barriles y huacales que cuidamos como si fueran mágicos oasis en el desierto más infame y cruel: el desierto de la exclusión social y económica; nosotros: los que siempre estamos amenazados por el fantasma del desempleo que recorre las fábricas y los almacenes, no importa qué tan bien trabajemos ni la cantidad de horas de trabajo que le regalamos al patrón; nosotros: los que tenemos que votar por los ricos y hacerle propaganda a su fascista partido tricolor, porque si no lo hacemos nos quitan el trabajo haciendo de nuestros votos libres un chiste de mal gusto; nosotros: los que te tenemos que abandonar a nuestros padres y a nuestros hijos para ir en busca de un falaz sueño americano que termina, casi siempre, en una pesadilla centroamericana, mientras los otros hacen cuentas con las remesas que mandaremos puntualmente; nosotros: los que cada fin de semana nos refugiamos en el futbol y en las cervezas entre cheros para sentir que somos felices, aunque sea por un par de horas; nosotros: los que vivimos en casas no mas grandes que una caja de fósforos, ni más cómodas que unas bartolinas tercermundistas, pero que tenemos un corazón más grande que el país entero; nosotros: los que compartimos el pan nuestro de cada día aunque nos quedemos con hambre, porque aprendimos a ser solidarios con nuestra miseria social; nosotros: los que compartimos los sueños bonitos que, como si fueran estrellas, hemos metido bajo las almohadas; nosotros: los que compartimos la cama y el exiguo vestuario, mientras los otros usan sólo una vez los zapatos y las camisas y después las botan; nosotros: los que tenemos teléfonos de última tecnología, pero no tenemos para ponerles saldo; nosotros: los que apenas traemos para el bus a la universidad nacional, mientras los otros les van sumando ceros a la derecha a sus cuentas bancarias; nosotros: los que compramos fiado en la tiendita de la colonia que puso el señor jubilado para no morir de hastío; nosotros: los que cocinamos con tomates podridos y carne arruinada y hacemos manjares suculentos, mientras los otros botan las sobras de la comida que bien alimentarían a todo un barrio pobre; nosotros: los que regateamos en el mercado para que nos alcance lo del comprado, mientras los otros le suben los precios a todo para ganar más en cada cierre contable; nosotros: los que lustramos los zapatos viejos por la noche –negros, para que combinen con todo nuestro ajuar- para que parezcan como nuevos en el día; nosotros: los que usamos limón como desodorante y raspado de ladrillos de adobe como maquillaje para vernos siempre guapos, para vernos siempre lindas; nosotros: los que limpiamos el plato con la tortilla, pero sólo cuando no nos ven, porque nos hemos creído el cuento de que hacerlo es de mala educación y que siempre hay que dejar la “cortesía”, aunque el hambre sea un perro rabioso que nos muerde el estómago a toda hora; nosotros: los que somos buenos ciudadanos y buenos hijos a pesar de la sociedad y por tal razón consideramos perverso deleitarnos con el sabor de la pus de los pechos cancerosos y por eso no leemos la columna pasquinera de un tal Paolo que se ha convertido en el eslabón perdido de Hitler y en el pregonero gratuito del medioevo fascista en estas latitudes que, sin merecerlo, lo han asilado; nosotros: los que perdonamos y excarcelamos al expresidente ladrón de millones, pero condenamos a la muerte civil con todo el peso de la ley y de la presión moral al infeliz descalzo que vendió un partido de futbol que de todos modos íbamos a perder; nosotros: para quienes el futbol es la mejor religión porque tiene paraísos inmediatos, de cuando en cuando; nosotros: los que comulgamos de goma en la misa del domingo para quitarnos el malestar con el vino de consagrar.

Nosotros, los compatriotas, los hermanos… los guanacos hijos de la gran puta de Roque. A veces me pregunto si era más adivino que poeta… pero me niego a creerlo, al menos después de haber vivido tantas masacres cotidianas y haberme suicidado tantas veces a las tres de la noche por haber sucumbido ante la mirada de la bruja más hermosa de la historia: la utopía.

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