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Nosotros y los otros

José M. Tojeira

El niño se empieza a desarrollar en su dimensión social en la familia. Es lógico desarrollar un nosotros que identifica, da pertenencia y ayuda, desde la seguridad del grupo, a acercarse a otros que van ampliando progresivamente el ámbito de relaciones. Pero algo se rompe en el proceso de humanización cuando se establece una frontera radical entre “nosotros y los otros”. El riesgo es grande de olvidar que pertenecemos la misma especie y que la humanidad es una. El nosotros, si queremos hacer honor a nuestra propia humanidad, tiene que ampliarse indefinidamente incluyendo cada vez más a otros hasta ser plenamente universal e incluyente. Vivimos en un mundo multicultural, entrecruzado de diversidad y diferencias y estamos llamados a romper barreras, establecer diálogos, crear marcos de convivencia armónica y fraterna. Algunos de los filósofos actuales que piensan en la responsabilidad ética del ser humano, precisamente por ser humano, suelen catalogarnos universalmente como “interlocutores válidos”. En otras palabras, que todos podemos ser sujetos de diálogo, y con el diálogo, artífices de fraternidad, acercamiento y convivencia.

Si a la tipificación divisiva del nosotros y los otros le añadimos un segunda catalogación, esta sí definitivamente nociva, la de “superior – inferior”, tenemos organizado el caldo de cultivo de los enfrentamientos, las humillaciones, la explotación y la injusticia vil y directa. “Nosotros los superiores y los otros los inferiores” se convierte en la clasificación típica que ha generado desde guerras religiosas a sistemas autoritarios que necesitan imponerse desde el terror, el abuso y violaciones gravísimas de los derechos fundamentales de la persona humana. La historia de la humanidad está llena de estos ejemplos. Y la tendencia clasificarnos de esta manera, muchas veces profundamente reactiva, no sólo no ha cesado, sino que la vemos presente en el terrorismo, en el supremacismo blanco, que creíamos extinguido, y en medidas económicas que ante las crisis protegen con mayor intensidad y eficacia a los fuertes, léase los bancos, mientras dejan que los costos caigan especialmente sobre las espaldas de los más débiles.

En otras ocasiones el nosotros se centra exclusivamente en la coyuntura y el tiempo que corre para el grupo. Se olvidan responsabilidades intergeneracionales y se deja de ver el futuro como un patrimonio común que debemos crear entre todos. En El Salvador podemos hablar de la patria, especialmente en este mes de Septiembre y hacerlo de un modo muy inclusivo. Pero el discurso dura muy poco. Y rara vez sale el tema de la infancia. A pesar de que todos sabemos que no existe una política para la infancia fuera de la política educativa. Como si los niños sólo existieran hasta el momento que van a la escuela. Los partidos políticos, más acostumbrados a competir que a hacer alianzas, no hablan del tema de la niñez. Da la impresión de que al famoso “futuro de la patria” lo dejamos arrinconado hasta que se convierta en presente. Y ahí que se las arregle como pueda, igual que se han arreglad las diversas generaciones que una vez fueron futuro y de las que nadie se preocupó en su momento. Aunque continuar por ese camino es condenarnos a caminar a tropezones, chocando unos con otros y sembrando de infelicidad nuestra propia historia, no acabamos de percibir la necesidad de establecer acuerdos sobre nuestra niñez que potencien tanto el desarrollo de capacidades como el acceso a una vida en plenitud de derechos. Los niños no son de izquierda ni de derecha, no tienen afiliación partidaria. La tendrán sin duda en el futuro. Pero en sus primeros años son solamente personas a las que hay que cuidar y preparar para integrarse armónicamente en la vida de la sociedad salvadoreña. Todos iguales, todos abiertos a la construcción del futuro, todos con la misma dependencia inocente de la sociedad adulta, todos con los mismos derechos a un futuro sin odio ni violencia. Para que sepan manejar la política hacia el bien común en el futuro es indispensable que hoy nos preocupemos por ellos. Que tengamos una política integral de desarrollo de la niñez que acompañe al futuro niño o niña desde el vientre de su madre hasta los 18 años. Y si queremos a este respecto una política integral, que los acompañemos después hasta los 25 años, tanto en sus estudios universitarios como en su preparación e inicio de la vida laboral.

En la generación actual no hay ni santos ni demonios. Como seres humanos todos tenemos limitaciones y cometemos errores. Pero clasificarnos como enemigos, elevar el tono de los ataques personales, condenar y excluir no ayuda a dar el salto hacia el rumbo normal de un democracia que aspira al bien de la sociedad en su conjunto y al desarrollo de las capacidades personales de cada uno. Si queremos construir un el Salvador distinto al actual, conservando las capacidades positivas y eliminando nuestras negatividades y errores es necesario romper las clasificaciones divisorias del “nosotros y los otros”. Y todavía mucho más la tendencia nociva y peligrosa de compararnos y calificarnos unos a otros como superiores o inferiores. Pensemos distinto, pero busquemos puntos de unión en los niños, en los débiles y necesitados de que sus derechos sean oídos. Siempre hablamos de los intereses nacionales. Pero nos olvidamos con frecuencia de que la mayoría de nuestra nación la componen personas en pobreza o en vulnerabilidad. Y entre ellos no cabe duda de que los niños de estas familias son especialmente vulnerables. Ampliar la concepción del nosotros a estos sectores es básico para que un país se desarrolle.

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