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Nosotros y los otros

José María Tojeira

Los seres humanos tenemos una gran capacidad para diversificar y dividir. También para sumar y unir. Somos diversos, pensamos distinto, pero disfrutamos de una misma humanidad. Nuestra tendencia al bien, a la verdad y a la belleza, que es común a todos los seres humanos, se entorpece en ocasiones por nuestro afán de poder y por una razón instrumental puesta al servicio del afán de dominar, sean cosas, dinero o personas. Con frecuencia dividimos a las personas en superiores e inferiores, nacionales y extranjeros, nosotros y los otros. Y terminamos creyéndonos que los nuestros, los del bando correcto, tienen más derechos. Pasamos de esta posición a lo que llamamos intolerancia, a la negativa al diálogo y al desprecio de quien no piensa como mi grupo. Del deseo normal de convencer a otros sobre lo bueno de nuestras ideas, pasamos al deseo de dominar, obligar, o incluso reprimir al que no piensa como nosotros.

En El Salvador político -que no es todo El Salvador- sino una parte pequeña pero importante del país, estamos llegando, una vez más, a esos niveles de intolerancia y polarización que presagian siempre estancamiento social y económico. Porque así sucede. La polarización y el afán de dominar al contrario produce inmediatamente incapacidad de pensar en el conjunto y en el bien común. Los argumentos racionales sobre la realidad dejan de ser importantes si no pueden lanzarse como dardos contra el que está en el grupo contrario. Incluso la inteligencia se nubla y se termina por ver diferencias en grupos demasiado parecidos y solo opuestos unos a otros en la voluntad de dominar. Terminamos contemplando en políticos supuestamente antagónicos el mismo populismo manipulador de las mayorías empobrecidas, solo enmascarado por la promesa de una mayor dádiva y regalo. La misma vida burguesa y sin una mínima austeridad en ambos bandos, mientras la gente pierde su trabajo, hambrea o tiene que emigrar. El mismo odio hipócrita y vengativo para con las víctimas de un sistema socioeconómico injusto que terminaron en la delincuencia. En vez de corregir las causas de la delincuencia se prefiere imponer a los delincuentes castigos cada vez más duros, así como tratos crueles y degradantes, incluso en contra de la propia legislación.

La incapacidad que crea la polarización de tener un juicio racional y crítico frente a la realidad, en especial y aunque no solamente, en la clase política, nos lleva no solo al subdesarrollo económico, que de eso se encarga también la pandemia, sino a un subdesarrollo ético y moral mucho más peligroso de cara a enfrentar retos de futuro. Nos queda como esperanza la sociedad civil y las nuevas generaciones dispuestas a ejercer la crítica y a generar un futuro diferente. Solo queda resistir en la racionalidad y en la planificación de un futuro distinto, frente a los ataques y manipulaciones del poder, sea de unos o de otros. Los partidarios de la polarización tratarán siempre de convertir en aliados a quienes critican coyunturas particulares. O simplemente intentarán silenciarlos a través de argucias legales, acusaciones fraudulentas, amenazas o incluso formas brutales de represión. La sociedad civil -siempre débil en comparación con los recursos del dinero y del poder- tendrá muchas veces que aprender de los que el P. Ellacuría llamaba “pobres con espíritu”. Los empobrecidos de nuestros países que resisten en sus valores y convicciones, que se aferran a los derechos conquistados, y que se mantienen, golpeados pero de pie, trabajando por una sociedad más justa, más fraterna y en la que las decisiones se tomen con racionalidad y con hondo sentido de justicia social.

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