Marlon Chicas
El tecleño Memorioso
Sentado a orillas de la Cordillera del Bálsamo, contemplo al imponente Boquerón, a cuyos pies descansa mi amada ciudad, una suave brisa acaricia mi rostro, el vuelo del águila irrumpe el silencio de la tarde, entretanto afloran recuerdos de una lejana infancia.
Cómo olvidar sus empedradas calles, anden de lajas que en tiempo de invierno lucían bellos colores, calles de tierra en las que niños juegan a la pelota o ladrón librado, sin el temor de ser arrollados por un automotor. A bordo de la carreta jalada por la yunta de bueyes de la finca San Rafael, comiendo naranjas, mangos y otros generosos frutos, a cambio de una tremenda guinda provocada por el caporal de la finca.
Olor a café tostado proveniente de grandes beneficios, con sus inmensos patios asoleando y trillando el grano producto del esfuerzo de los cortadores, que bajan bulliciosos de cantones aledaños, hoy solo queda el eco de sus voces, edificios vacíos, de aquellos frondosos plantíos de cafeto únicamente queda la nostalgia de buenos tiempos.
Majestuosidad de sus portales, testigos silentes de sueños y desgracias de infinidad de indigentes que, en sus gélidos pisos, sirvieron de cobijo a familias enteras, los hijos de la luna haciendo de las suyas, cientos de cortadores pernoctando a espera del alba, solo es un recuerdo en mi memoria que niño recorrí tantas veces.
Imponentes templos buscando la conexión con Dios, que me vieron llorar al píe del altar, olor a incienso y velas como muestra de fe al Creador; misa del gallo al son de la pólvora, recibiendo al Divino Redentor. Cuando de niño soñé ser sacerdote; procesiones de Semana Santa hasta la madrugada, buscando purgar pecados. templos que hoy solo son el recuerdo de mis memorias.
El viejo mercado con el barullo de sus locatarias ofreciendo: cebollas, tomates, legumbres y más, olor a caldo de res y sopa de frijoles con hueso, en sus ardientes poyetones, la sonriente cocinera convidando a los marchantes “Que va a comer amor”. Tasajos de carnes marinados en sal, penden sobre ganchos de hierro, afilados cuchillos realizando diestros cortes, la vieja gasolinera muere lentamente por la falta de clientes.
Tardes de concierto en la plaza, al son de sinfonías de Schubert y Beethoven, una pareja baila un vals recordando tiempos de mozuelos; otro entre sollozos trae a su mente al ser amado que se fue a la eternidad; un amigo del dios Baco dirige a la orquesta con su batuta invisible, generando risa entre los asistentes
Cuantos recuerdos maravillosos afloran en mi mente, desde las alturas de la Finca La Gloria, como quisiera que el tiempo se hubiese detenido en mi amada ciudad, sin embargo, es hora de descender y afrontar con hondo suspiro, que atrás quedo esa urbe, cuna de grandes personajes que dieron gloria a El Salvador.
Mi corazón se llena de nostalgia, la modernidad llegó para quedarse, poco a poco aquel apacible lugar llamado Santa Tecla, se convirtió en una inmensa plancha de cemento, que devora irremediablemente aquellas viejas estampas, que quedaran en la retina de los que vivimos una bella infancia.
Para Miguel Ángel Rivera
Viernes 04/07/2008