Con sus manos extendidas
pidiendo digna clemencia,
bajo las altas estrellas
su herido frágil corazón,
allí, no hubo santo alguno
quien escuchara petición,
más el viento a lo lejos
silbaba fuerte adolorido
entre lágrimas de dolor,
su cuerpo ya tembloroso
no era de frío, sino de dolor,
se había quedado solo,
ante el féretro inmóvil
con el alma hecha pedazos,
él quería volver a sentir
los besos de su madrecita,
a quien a un lado su sepulcro
del cementerio general
a solas tuvo que dejar,
porque la epidemia
para siempre se la llevó,
de viaje en el vagón del tren
sin destino sin final,
con sus manitas extendidas
sigue el niño por las noches,
pidiendo a Dios que reciba
a su linda madrecita,
cada noche ante un altar
sin importar que su alma
se estremezca de dolor,
así, el niño no para de orar,
al ver que de la nada,
muchos mueren sin cesar;
así sufre el mundo entero
con grandes esperanzas
que Dios un día escuchará,
ya que se escucha en el silencio
de la noche tenebrosa,
la desesperación para alcanzar
la sanación universal
que pronto de nuevo vendrá…
Aristarco Azul