Iosu Perales
Escribo este texto, al tiempo que veo triste, como las llamas devoran la parte alta de una joya del gótico en la que se cruzan los caminos de la humanidad. Sobrevivió a la ocupación nazi de Paris y mucho antes a la admirada revolución francesa que supo reconocer su valor histórico; ahora un absurdo incendio puede acabar con Notre-Dame. Por la televisión observo a miles de personas incrédulas en los espacios acotados por la policía, muchas personas rezando, otras cantando himnos, bastantes de rodillas implorando al cielo, en una esquina un músico toca el violín en su particular despedida. Se desploma la torre-aguja llamada Flecha, construida en madera y que alcanzaba los noventa metros de altura. Toda Francia contiene la respiración y espera un milagro, es Francia la que se quema.
Recuerdo ahora nuestra última visita familiar a París en el pasado mes de septiembre. Fuimos a Notre-Dame, porque siempre es motivo de admiración y porque si no has entrado en la catedral y subido a la torre Eiffel, no has estado en París. Y una vez más veo como seres humanos, en este caso los bomberos, hombres y mujeres, se empeñan con uñas y dientes en cumplir la misión de salvar lo que en estos momentos es una herida en la autoestima de Francia. Los bomberos representan en este momento la Francia heroica, la que resistió al nazismo, y los veo con admiración escalando por las altas torres con sus mangueras desafiando al vacío.
¿Resistirán las grandes vidrieras?, ¿aguantarán las torres gemelas que dan a la fachada principal su singularidad? la noche avanza. La emoción a flor de piel desvela el estado anímico de las y los locutores de las televisiones francesas que sacudidos por la emoción emiten en directo. Nuestra familia está contagiada. Nuestro hijo Zigor vive en París desde hace 18 años y es uno más entre los miles que de forma presencial, quieren parar el fuego con la mente, con el corazón, con la voluntad. Nos manda fotografías en el acto y nos va comentando lo que ve y lo que se dice entre la multitud. Francia es una vecina distante 25 kilómetros de donde vivimos. Queremos a Francia y la admiramos por su belleza, por su patrimonio cultura y por su turbulenta historia. Por momentos nos parece vivir el adiós a una parte de la historia europea concentrada en 5.000 metros cuadrados.
Paradigma de la arquitectura gótica, Notre-Dame simboliza la construcción de Francia. Construida entre 1163 y 1345 es el pase al renacimiento, cuando las iglesias dejaron de ser oscuras y lúgubres y ganaron en espectáculo, luz de colores entrando por las paredes, y la arquitectura pasó a ser vertical. No importan las ideologías, las culturas ni las religiones a la hora de salvar un logro de la humanidad, somos la gente en toda su diversidad que nos unimos ante la tragedia. La vida de la simbología es la vida de la humanidad.
Ahora se está quemando, puedo imaginar entre la multitud de rostros y velas encendidas al filósofo y escritor Jean-Paul Sartre distribuyendo el periódico “Combat”, a Ives Montand entonando “Le gamin d´París” y a Edith Piaf cantando “Bajo el cielo de París”, al existencialista y pensador Albert Camús asimilando lo absurdo del desastre, al expresidente Charles de Gaulle, que celebró en esta misma catedral la liberación de Francia y al novelista Víctor Hugo que escribió su famosa obra literaria “El jorobado de Notre-Dame”, llevada al cine. La Francia viva y la que ya no, unida ante el fuego que amenaza con aniquilar 1.000 años de historia. Y pienso en Julio Cortázar, tan argentino y tan parisino, contemplando el fuego desde el Puente de las Artes, y en García Márquez que tanto amó Paris y en el reciente fallecido Charles Aznavour cantando “Amo París en el mes de mayo”. Veo a todos ellos en mi imaginación y observo que están llorando, arde París.
Notre-Dame ha sido un símbolo del crecimiento intelectual y moral de la humanidad, espero que lo siga siendo. Si estudiamos nuestra biografía podemos apreciar que este tipo de creaciones arquitectónicas son el termómetro de nuestro saber, de nuestra evolución, pero también de nuestra forma de sentir la vida. Como las grandes obras destruidas en Irak o en Siria por el radicalismo terrorista, el incendio de Notre-Dame, es sencillamente una desgracia. Y doy gracias que en este caso haya sido consecuencia de un accidente eléctrico. ¿Qué hubiera pasado si fuese el resultado de un atentado? No quiero ni pensarlo. Al menos una buena noticia.
Hacia las tres de la madrugada, ocho horas después de iniciarse el incendio, los bomberos de París dan por controlado el fuego. Las vidrieras importantes han resistido, las torres gemelas de la fachada principal también. La cúpula no ha caído pero muestra un gran agujero central. Zigor ha vuelto a Notre-Dame y nos sigue enviando fotografías y ya con la luz del día muestra un cierto optimismo, “a noche creí que los daños eran mucho mayores”, dice.
En sus ocho siglos de historia, la Catedral de Notre-Dame ha sido reformada en varias ocasiones, siendo la más importante la de mediados del siglo XIX. A lo largo de estos años se sustituyeron los arbotantes, se insertó el rosetón sur, se reformaron las capillas y se añadieron estatuas. Fueron obras importantes, pero poca cosa con la reconstrucción que habrá de iniciarse ahora.
Ahora toca salvar lo salvable y reconstruir, en cuestión de horas se han recogido cientos de millones de euros. Sobre las brasas hay mucha hipocresía y oportunismo político. El humo oculta lo más transcendental. Lo dicen los chalecos amarillos: “Agradecemos el apoyo económico a Notre-Dame, pero no nos olvidemos de los miserables”. Y es que la explotación emocional de los medios de comunicación no debe llevarnos a no ver lo evidente: grandes donantes que normalmente defraudan a hacienda y ocultan sus capitales en paraísos fiscales, se ofrecen ahora para pasar a la historia como los salvadores del símbolo de Francia.
Fuera de los focos, una Francia resistente lleva años protestando por las desigualdades sociales. Desde las instituciones se les viene diciendo que no hay dinero para mejorar los gastos sociales, pero ahora ven que si hay para Notre-Dame. Las vidas humanas valen menos que los símbolos.
Como la Francia rebelde Notre-Dame resiste.