Ismael Moreno-Sj.
Tomado de Agenda Latinoamericana
Las poblaciones que cargan con el mayor peso de la pandemia a lo largo del planeta son las poblaciones que ya han venido cargando a lo largo de nuestra historia reciente con todos los subproductos del sistema capitalista en su expresión neoliberal radicalizada.
Estas poblaciones necesitan de nuevas oportunidades, y necesitan de la cercanía eficaz y consuelo de las organizaciones sociales y populares, ambientalistas y políticas, desde la solidaridad militante y desde la palabra que trascienda la miseria y podredumbre individualista. Son poblaciones que necesitan alimentar la mística de las diversas organizaciones, y a su vez, las organizaciones necesitan acompañar a estas poblaciones, sembrando y empujando hacia la utopía y valores del Reino.
Es de suma importancia que las luchas y el activismo de las organizaciones, sean acompañadas con propuestas que se sustenten en investigaciones y análisis que se hunden en las raíces de los fenómenos y se contrasten con la práctica social y política de los activistas y militantes populares. En un mundo cargado de complejidades, las respuestas superficiales y sostenidas en consignas, pueden entusiasmar y promover activismos, pero ante las primeras reacciones por parte de quienes sostienen los hilos del poder y del capital, las respuestas se quedan desarmadas y desarticuladas. Y de ser activismos incendiarios, las respuestas agitadoras y superficiales, se acaban convirtiendo en apagafuegos, y la tusa que encendió una gran llama, una vez que se quema, se reduce a una ceniza que nada la vuelve a encender.
Y además, acompañarla a partir de al menos las siguientes cuatro maneras:
Primera manera: nos toca acompañar las protestas públicas de la gente hambrienta, purificar sus intenciones, enriquecer sus luchas para que no se muevan solo desde la desesperación y el sálvese quien pueda, evitar que caigan en la lógica de la violencia, que es generadora de represión y estigmatización hacia quienes reclaman sus derechos. Toca estar cerca y acompañar desde la organización, los valores comunitarios y solidarios, y desde el valor de la no violencia activa.
Segunda manera: cercanía y presencia solidaria, en la lucha para que las poblaciones crean y se decidan a promover e impulsar sus propias respuestas comunitarias, colectivas y cooperativas, desde la lógica de la semilla de mostaza, desde lo pequeño, desde la siembra, aunque sea en espacios reducidos. Promover en áreas rurales la siembra de huertos familiares, y se apoyen estos esfuerzos desde sectores donantes eclesiales y solidarios. Similares iniciativas se pueden animar en barrios y zonas urbanas populares, conforme a las condiciones específicas del mundo urbano.
Tercera manera: mantener el dedo en la llaga de la denuncia de la corrupción y la impunidad. La denuncia sustentada en datos que identifiquen a quienes desvían recursos, cómo los desvían y quiénes respaldan o guardan silencio ante tales delitos. En realidades en donde la pandemia ha venido a desnudar la inequidad y la corrupción, la comunidad creyente en sus diversas denominaciones, junto a las organizaciones populares, han de estar insertas en el servicio de la denuncia profética sustentada con periodismo de investigación, investigaciones de casos, informaciones que se cotejen con diversas fuentes, para que la denuncia sea creíble y alcance el objetivo de desnudar la injusticia y orientar hacia propuestas de transparencia, veeduría y rendición de cuentas.
Cuarta manera: La pandemia nos ha situado universalmente. De pronto nos hemos encontrado abrazados –o desabrazados—en un mismo mar, pero en condiciones muy distintas.
En el mismo mar, unos van en barcos muy bien protegidos, otros van en barcos menos seguros, otros en cayucos, y muchísima gente va nadando ante el inminente peligro de ahogarse. En este mar, a la comunidad de fe y a las organizaciones populares corresponde echar salvavidas a quienes se van ahogando, y exigir a quienes van en barcos seguros a que abran sus puertas para que las oportunidades de salvamento sean por igual para toda la sociedad, de manera que, se demande que, ante las amenazas, todos los seres humanos tengan las mismas oportunidades y corran por igual con los mismos riesgos.
Necesitamos cada vez más hacer lectura, que inserte nuestras realidades nacionales, en plena mirada regional y mundial. Las coordenadas locales, nunca como en este tiempo, están insertas en coordenadas mesoamericanas, latinoamericanas y caribeñas, continentales y mundiales, desde la perspectiva de los pobres, las víctimas, y desde la responsabilidad de desnudar los hilos generadores de desigualdad, discriminación, deshumanización y corrupción. Solo este cruce de coordenadas hará posible que nuestro servicio nacional sea efectivo, y se sitúe en los criterios de saber estar en las encrucijadas de las ideologías y en las fronteras de la exclusión.
En una noche oscura así, estamos llamados a sembrar y a empujar amaneceres, llamados a convertir la oscuridad por muy profunda que sea en un nuevo amanecer. En este mar de desigualdades, todo el mundo ha de tener oportunidad de salvarse y de llegar a un nuevo puerto.
Porque, a fin de cuentas, somos un amanecer, y hacia esa experiencia hemos de conducir todo lo que somos y queremos como pueblo en libertad.
En estos tiempos de tantas amenazas, sin embargo, para la comunidad de fe y las organizaciones populares, hemos de convencernos de que, aunque no estamos llamados a vivir toda la vida con triunfos, jamás viviremos en la derrota eterna, porque en cualquier situación, por oscura que sea, siempre tenemos por delante un nuevo amanecer. Y en esa mística hacemos frente a todas las amenazas.