Por: Ricardo Ayala
Secretario Nacional de Educación Política e Ideológica del FMLN
La ultraderecha avanza en el mundo como resultado de la crisis del capitalismo neoliberal y el imperialismo norteamericano ante los efectos producidos por sus propias acciones, así como por la resistencia de los pueblos ante la explotación y la emergencia de un mundo multipolar, que tiene a los BRICS+ como sus protagonistas. Los principales estandartes de esta avalancha ultraderechista se reunieron en febrero pasado durante la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), organizada por la Unión Conservadora Estadounidense. Uno de los oradores ante los asistentes conservadores (conservador como ellos) fue el actual presidente de El Salvador.
Bien podemos confirmar el dicho popular “Dios los cría y el diablo los junta”. Donald Trump, Javier Milei, Santiago Abascal y Nayib Bukele fueron quienes coparon las delirantes ovaciones del conservador público, fanáticos de las alusiones antisocialistas.
Esta ola ultraderechista avanza luego de varias décadas en el letargo, desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial, cuando quedaron agazapados por la condena a los crímenes cometidos por el nazismo y el fascismo, como analiza Ignacio Ramonet en una reciente conferencia brindada en Casa de las Américas, en Cuba. Ahora, nuevamente aparece al rescate del capitalismo, pero con soluciones aún más conservadoras y, aunque intenten deslindarse del “globalismo”, no tienen más que recurrir que a este para sortear la crisis.
Estos planteamientos políticos y económicos conservadores encajan muy bien en sociedades cultural, moral e ideológicamente conservadoras, como son las latinoamericanas, y más, la salvadoreña. Por eso es de entender el grave retroceso político conservador que ha tenido el país como resultado de la fallida dirección moral e intelectual de la izquierda durante los gobiernos del FMLN, entre 2009 y 2019.
La ausente labor cultural y antihegemónica durante esos diez años han permitido el ascenso y desarrollo de un segmento emergente de la burguesía local que, con redes sociales y luces led, ha preñado de conservadurismo a toda la sociedad. El discurso político oficial, enmascarado de innovación tecnológica, reproduce acá el avance global de esa ola ultraderechista.
En materia económica, reprobada por este gobierno en el primer quinquenio, este nuevo grupo burgués emergente no tiene nada más que ofrecer a la sociedad que más de los mismo: privatizaciones, es decir, neoliberalismo. Las recientes noticias de posibles concesiones de los puertos de Acajutla y La Unión a una empresa turca lejos de fortalecer la economía nacional, únicamente beneficiará a los inversionistas, mientras que los actuales trabajadores serán los afectados directos de este tipo de política económica.
Súmese a esto la nueva privatización monetaria a través del bitcoin que este gobierno inició hace unos años con bombo y planillo (y fiestas privadas onerosas pagadas con los impuestos del pueblo), bajo la supuesta ilusión del despegue económico nacional, mientras la canasta básica, el empleo y los salarios mínimos escasean más y se encuentran inalcanzable para las grandes mayorías de este país.
Y, sin embargo, la población votó por cinco años de esto mismo, principalmente por el miedo a perder la seguridad ganada con el encarcelamiento de la mayoría de los criminales. Este fue el principal eje de la campaña del recién electo inconstitucionalmente presidente Bukele, que inoculó el miedo a la población si votaban por otro candidato presidencial y otros candidatos a diputados.
Mientras desde la izquierda y el FMLN no sabemos hacer la mejor lectura de la realidad concreta e implementar una estrategia efectiva al margen de las emotividades que le generan sus contradicciones internas, preñadas por un sectarismo y dogmatismo patológicos que, inclusive, contagian a las nuevas generaciones de luchadores y luchadoras.
Ante esta crisis, sobran los oportunismos que pretenden hacer efectivo el adagio “en río revuelto, ganancia de pescadores”. Incluso, abusivamente exigen la autodisolución del FMLN, o convocan a sus dirigentes a entregarlo al “movimiento social”, como si este fuese una cosa inerte propiedad de unos pocos. Tales son los llamados oportunistas.
Pero, lejos de este tipo argucias, la militancia combativa del FMLN tiene claridad de la tarea histórica en la actual coyuntura, lejos de atender los cantos de sirenas. En primer lugar, recuperar su rumbo estratégico y su misión histórica, aquella que Schafik delineó agudamente. En segundo lugar, reconstruir sus relaciones con el movimiento social y popular, que son sus raíces en el pueblo. En tercer lugar, desarrollar una estrategia política de acumulación de fuerzas desde la implementación de la democracia participativa y directa para convertir a este pueblo en protagonista de su propio destino.
Gigantescas tareas que requieren de gigantescos militantes y dirigentes. Y esta es nuestra mejor respuesta desde la izquierda y el FMLN para enfrentar a la ultraderecha galopante.