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Nuestro constante deber: la alegría

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

Hace algunos años, cialis sale leí en una antigua y prestigiosa revista mística, unhealthy un formidable artículo que me insufló una gratísima emoción a favor de la felicidad, de la risa, de la maravillosa alegría. El escrito se titulaba: “Mi padre era un hombre feliz”, y estaba calzado por la norteamericana Catherine Lazers Bauer.

En él, la autora compartía su niñez y juventud al lado de su progenitor, un robusto hombre de 275 libras de peso,  líder destacado en su comunidad, allá  en Wisconsin, Estados Unidos.

El padre de Catherine tenía una singular pasión por los circos, los desfiles y  los carnavales. Todos los años -como en una romería- iba este individuo, con su hija, para presenciar a los más sorprendentes personajes del mundo de las carpas: equilibristas, trapecistas, domadores de animales salvajes, fortachones, payasos, mujeres barbudas, enanos, hombres-cocodrilo, y toda suerte de fantásticos seres. Y todos los años, el padre juraba que aquello había sido lo mejor, difícilmente superado por cualquier otro espectáculo.

Tanta era su fascinación por este mundo, que él mismo se travestía en ocasiones. Veamos: “Las Convenciones tenían el segundo puesto de popularidad en mi pueblo, y para mi padre lo único mejor que había después de ver un desfile, era formar parte de él. A todo el mundo le causaba gracia ver su prominente barriga sacudiéndose aun cuando se trataba de contener la risa. Vestido como una novia, con peluca rubia y velo transparente, hacía que las paredes del viejo pueblo reverberaran con las carcajadas de todos los presentes”.

Para una quieta y seria Catherine, esto era –como ella misma apunta-  “desconcertante”. Sin embargo, su afecto, hacia el autor de sus días, era inmenso, y pronto comprendía, no sin resignación, que él era sencillamente así: un hombre alegre y amistoso. En esta dirección escribe: “Mi padre amaba a la gente, a toda la gente, y ésta lo amaba a él. Tenía amigos de todos los niveles y de todas las edades, desde dignatarios hasta mendigos, desde niños en edad preescolar hasta ancianos”.

Y es que la alegría es –indiscutiblemente- un imperioso deber. Don Alberto Masferrer, nos lo dice en un fragmento de su bella composición “Alegría”: “Nuestro más elevado y constante deber, es la alegría. Si esta rosa embalsama el aire, es porque ella, de sí, es fragante”.

La alegría es una virtud que debemos cultivar, en el claro huerto del  día a día. Si el crimen, el odio, la mentira y el vicio, campean en nuestro suelo de forma escandalosa; mayor, deberá ser, nuestro esfuerzo por reparar en lo bello que recibimos. Así, Masferrer, nos anima: “Una florecita, una hierba, un pájaro, hasta una nubecita que se forma y deshace, nos regocijan y fortalecen con su hermosura y con su gracia. ¿Sólo tú has de ser tenebroso, fúnebre y sembrador de hastío y desesperanza?”

Un proverbio persa, afirma: “La mitad de la alegría reside en hablar de ella”. Lo que significa que la alegría, debe ser labrada, con tesón, con esperanza, para que pueda instalarse –naturalmente- en nuestros corazones.

Por ello, busquémosla, y veremos cómo huyen en desbandada, la soledad, el miedo y la amargura. Ya lo sentenciaba Ernest Hemingway: “La gente buena, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre gente alegre”.

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Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024