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Nueva masculinidad a debate

Iosu Perales

Con motivo del 8 de marzo, cialis se ha publicado en Europa un informe demoledor, viagra realizado por la Agencia  de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (UE) y avalado por el Parlamento Europeo. Según esta encuesta un 33% de las mujeres europeas ha sufrido alguna experiencia de violencia física y/o sexual, un 22% han sido maltratadas por su pareja y un 5% violadas.  De las maltratadas por su pareja un 67% no lo comunicó a nadie. La encuesta fue hecha en los 28 países de la UE, mostrando comportamientos similares en el norte y en el sur del continente, sin que las culturas, las lenguas o la condición social, dieran lugar a diferencias. Lo que dicho con contundencia quiere decir que los hombres de todas partes tenemos algo en común: un machismo que viene de muy lejos y que no es algo de lo que podamos sentirnos orgullosos.

Una buena conclusión puede ser que si pudiéramos construir una nueva identidad masculina distinta a la cultivada durante siglos, seguramente habría menos hombres maltratadores e involucrados en violencia machista.

No son las diferencias biológicas y psicosexuales evidentes entre hombres y mujeres las que determinan una relación de poder, de sumisión. Que los hombres seamos como somos tiene que ver con una construcción social mediante la cual a lo masculino se le asigna una posición de superioridad sobre lo femenino. Las relaciones de poder descansan en consecuencia en un marco social patriarcal que reproduce roles estereotipados.

Cuando nacemos no sabemos lo que significa ser hombre o mujer, es a partir de una interacción con el entorno cuando aprendemos.

Una idea básica y principal anidada en los hombres que no han sabido o querido superar unas relaciones de género desiguales, es el sentido de la propiedad. La atávica, injusta e indignante idea de que la mujer nos pertenece y nos debe obediencia.

Esta superioridad es vista como normal y natural, lo que legitima al hombre como amo y señor. El poder es del hombre y la sumisión de la mujer. Probablemente nos encontramos ante la mayor injusticia de la historia de la humanidad. Aceptar el patriarcado en el que priman valores como la fuerza y una rigidez de la identidad masculina tradicional es un grave error. Lo es para los mismos hombres, convertidos en seres estúpidos capaces de malograr la oportunidad de ser de otra manera, infinitamente mejores.

Una nueva identidad masculina que tenga como base la idea y el sentimiento de equidad entre mujeres y hombres, nos permitiría dar rienda suelta a la exteriorización de emociones, miedos, aceptar nuestra vulnerabilidad, aprender métodos no violentos para resolver conflictos de género, aprender a pedir apoyo y ayuda, participar en la crianza de los hijos e hijas, construir un modelo familiar no basado en el poder sino en compartir responsabilidades, y desde luego respetar la autodeterminación femenina. ¿Es posible llegar a esta nueva masculinidad? Desde luego que sí. Ello pasa por dos vías: ser cómplices con los movimientos feministas y, a la vez, emprender nuestro propio cambio.

Sí, los hombres debemos ser protagonistas de nuestro propio cambio. Pero para ello hemos de organizarnos también ante semejante desafío. Ya no basta que haya asociaciones pro-feministas de hombres, es necesario que seamos una avanzada en la construcción de una nueva masculinidad.

Los datos de la violencia contra las mujeres nos interpelan a todos con urgencia. Dar una solución a este dramático problema implica que los hombres cambiemos radicalmente de mentalidad. Que hagamos una labor didáctica en el seno de nuestro propio género. Que seamos decididos en la denuncia de todo maltrato. Que volquemos nuestra solidaridad con las mujeres de cualquier parte, sean o no conocidas.

Debe dolernos que en El Salvador el 52% de la población tenga mayores dificultades para ser felices. Los datos que ofrece el ISDEMU son tremendos: cerca de una de cada dos mujeres de 15 a 49 años de edad, alguna vez casada o acompañada, ha experimentado algún tipo de violencia física o sexual o psicológica. Frente a esta realidad reina la impunidad.

Cada año más de 300 mujeres son asesinadas. Con el Gobierno del Cambio y sus políticas pro igualdad, este número ha descendido, pero sigue siendo alto.

¿Podemos tolerar esta situación? Nótese que salvo algún caso excepcional las mujeres no matan a los hombres. ¿Hemos de consentir, callar o mirar para otro lado? ¿Vale pensar aquello de yo no he sido para lavarnos las manos? El asunto obliga a toda la sociedad, a las instituciones, pero también a cada uno de nosotros, los hombres.

¿Por qué no rebelarnos contra nuestra propia esclavitud para llegar a ser hombres libres? Que este 8 de marzo sea también la celebración de una nueva humanidad en construcción.

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