Orlando de Sola W.
Es evidente que necesitamos una nueva república porque la antigua no funciona, no está claro si por ineficacia, o por incomprensión de los problemas que nos aquejan, o por ambos.
Algunos creen que nuestros problemas vienen de la naturaleza humana, sus vicios y virtudes. Otros creen que originan en el sistema de organización social, considerado injusto. En todo caso, antes de fundar una nueva república, o refundar la gastada, debemos analizar y comprender los problemas que nos afectan, cuya corrección depende de una nueva visión, misión y organización de la cosa pública.
La crisis fiscal y financiera del actual régimen es solo una pequeña muestra del enorme problema sistémico, que debe ser descubierto y corregido antes de definir la nueva república, cuya forma debe considerar necesidades y posibilidades reales, no fantasías.
No somos omnipotentes y debemos interpretar la realidad con sabiduría para superar el atolladero en que estamos y progresar en paz mientras observamos como el resto del mundo, también convulsionado por fallas existenciales, se recompone.
Antes que república fuimos colonia de un imperio que duró tres siglos, abarcando gran parte del Nuevo Mundo, hasta que fue sustituido por otro. En la transición de colonia a república influyeron la Pérfida Albión y su Gran Armada, que interceptaba la riqueza española en su paso del Nuevo al Viejo Mundo. Lo mas determinante, sin embargo, fue la invasión napoleónica de España, que culminó en nuestra independencia y su primer fruto regional, que fue la República Federal del Centro de América.
Desde la Constitución de Cádiz, impuesta por Napoleón Bonaparte al Imperio Español en 1812, hemos tenido muchas. Entre estas destacan la Federal de 1824, la Central de 1841, la Liberal de 1886, y la Revolucionaria de 1950, llamada así por el Golpe Militar del 48, que sirvió de modelo para la constitución que ahora tenemos, aprobada en el 83 y modificada en el 91 para acomodarnos al fin de la Guerra Fría que muchos no aceptan.
Este breve bosquejo indica que hemos pasado por cuatro repúblicas fallidas. ¿Estaremos listos para iniciar la quinta y definir sus nuevas características?
Los que dividen el mundo entre proletarios y propietarios piensan que da lo mismo, porque lo importante es abolir la propiedad y acabar con la explotación, la plusvalía y el estado burgués.
Pero habemos otros que preferimos una humanidad unida, no por maldad, que sabemos existe, sino por bondad que escasea. Suponemos que es mejor crear que destruir, unir que dividir, e incluir que excluir, como ahora sucede.
Los derechos irrenunciables a la vida, la libertad y la propiedad son de todos, pero hay que saber defenderlos. De estos tres derechos humanos emanan los otros derechos y deberes sociales, económicos y culturales, incluyendo el respeto a la dignidad propia y la ajena.
Al reconocer y plasmar estos parámetros de convivencia en un documento, o contrato social asumido por mayorías y minorías, estaremos mejor que ahora, enredados en debates estériles que no enfocan el problema principal, que es el irrespeto a los derechos humanos.
Hay ventajas y desventajas humanas que son de origen, otras de posición y otras de condición, como el nivel de energía personal. Pero hay ventajas que son sistémicas, o de régimen, porque dependen de favores y privilegios otorgados por dominantes a dominados. Esas ventajas y desventajas artificiales, igual que las naturales, pueden ser compensadas con bienes y servicios públicos que pagamos con impuestos. Pero los ingresos públicos, de origen compulsivo, deben ser administrados para evitar sobornos y chantajes por desigualdad, discordia e irrespeto a los límites éticos de la libertad.
La Nueva República debe ser un vehículo socio-político que nos permita a todos transitar por la vida con dignidad. Su forma debe ser democrática, reconociendo la soberanía del pueblo y facilitando su participación en temas que afecten la cosa pública, como la violación de derechos.
Si no estamos de acuerdo con la conducción nacional hay que decirlo, tomando medidas correctivas contra los abusos de poder, no solo en lo político, sino en lo económico, social y cultural. Esto se logra con mayor participación ciudadana y menor delegación de energía, fuerza y poder personal, que es el origen de la voluntad general, tantas veces violada.