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El Nuevo Orden Mundial

Guido Castro Duarte

Con el final de la Gran Guerra Europea y la Guerra del Pacífico, entre mayo y agosto de 1945, se estableció un nuevo orden mundial que se caracterizó por el período histórico que se conoció como la “Guerra Fría”.

Después de los horrores del Holocausto y sesenta millones de muertos, las potencias ganadoras empezaron a hablar del mantenimiento de la paz mundial, pero en base a un supuesto equilibrio de fuerzas militares y capacidad balística, especialmente en lo que se refería a la cantidad de armamento nuclear, que desde las matanzas de Nagazaki e Hirochima, se constituyó en el arma de disuasión por excelencia entre los dos grandes bloques económico-políticos liderados por los Estados Unidos y la ex Unión Soviética.

Así surgió la ONU como un sustituto de la moribunda Sociedad de las Naciones, y militarmente, se conformó la OTAN por parte de occidente y el Pacto de Varsovia por el bloque de la llamada cortina de hierro.

Además, en cada región de la tierra fueron surgiendo otras organizaciones como la OEA en América, que se convirtieron en instrumentos de control de las grandes potencias.

De esa manera, la libertad y la soberanía de la mayoría de los pueblos se supeditaron a la voluntad de los que dirigían el mundo.

Posteriormente, en occidente aparecieron los peores instrumentos del neocolonialismo del Siglo XX: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), los cuales siguen actuando como verdaderos agiotistas que condicionan la soberanía de las naciones, como estamos siendo testigos en la actualidad en nuestro El Salvador.

La Guerra Fría terminó por decisión de las mismas potencias en 1989, de lo contrario no habrían sido posible la firma del Acuerdo de Chapultepec.

Es hora de empezar a construir un nuevo orden mundial, y eso pasa por independizarse de los organismos financieros internacionales y de la voluntad de las potencias.

El Salvador necesita dejar de depender de los empréstitos extranjeros (austeridad), ordenar su vida institucional (combate a la corrupción y reordenamiento institucional), apretarse el cinturón  (racionalización del gasto priorizando el gasto social) y prepararse profesionalmente para enfrentar el nuevo orden mundial (educación y tecnificación).

No es aislarnos del mundo, es demostrar que tenemos la capacidad de la autodeterminación y de relacionarnos con países ricos y pobres en igualdad de condiciones, con respeto mutuo.

Los organismos internacionales deben ser reorientados al apoyo de los pueblos para poder alcanzar el bien común, por ejemplo, a redistribuir los excedentes de producción de alimentos, como el trigo o el arroz,  para terminar con las hambrunas en los países más pobres, a llevar los instrumentos de salud y los adelantos científicos a todos los rincones de la tierra, y a universalizar la educación y el conocimiento como una realidad y no como la propaganda demagógica que conocemos.

Las actuales potencias deben resolver sus propios problemas de pobreza y marginación, y poco a poco las fronteras deben dejar de ser barreras de exclusión, y los vecinos deben dejar de verse como enemigos o posibles zonas de conquista.

La paz debe convertirse en un estado universal permanente, la excepción debe ser el conflicto, no la generalidad, tienen que desaparecer las pretensiones de dominación de las actuales potencias, y hasta entonces podrán desaparecer los gobiernos serviles y los instrumentos de dominación, cómplices de tantas matanzas de inocentes.

Todos los pueblos poseemos una misma dignidad, cada cultura, cada etnia, cada nación, todos tenemos el derecho a gozar de calidad de vida, con educación, seguridad y salud. Es inconcebible que en pleno siglo XXI todavía haya seres humanos que viven casi en estado salvaje, muriendo de hambre y enfermedades,  marginados de los grandes centros poblacionales.

Es indudable que estamos viviendo un quiebre histórico. Está surgiendo una nueva era, que quizás identificarán los historiadores dentro de algún tiempo, pero la edad contemporánea, que algunos hacen coincidir en sus inicios con la Revolución Francesa o la Independencia de Estados Unidos, terminará sin que la llamada “Democracia” cumpliera con las expectativas generadas.

En los países más pobres, este sistema político se redujo a simples procesos electorales sin que el pueblo posea en la realidad la capacidad de decidir su propio destino ni poder alcanzar el Bien Común.

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