Carlos Girón S.
Hasta los párvulos han advertido hace ratos, que el gran proyecto, el macro objetivo de los grupos y sectores de oposición que hacen la guerra al actual Gobierno de la República, para que dé la impresión, aquí y afuera, de que es un fracaso. Los párvulos se fijan que cada cierto tiempo los grandes medios de comunicación corren supuestas encuestas entre la población (500 o 700 personas previamente preparadas) sobre el trabajo que, a la mitad de su período, ha realizado el presidente Salvador Sánchez Cerén, con el resultado de que sale “reprobado”, pretendiéndose que tal veredicto es de todo el pueblo –más de 6 millones de habitantes.
Frente a esos 700 o 1000 encuestados –que a lo mejor no saben ni cómo se llaman–, está la inmensa mayoría de salvadoreños que aprueban y aplauden el excelente trabajo de Sánchez Cerén, su gabinete, sus funcionarios y empleados que colaboran en todo el aparato estatal. La obra, los beneficios en bien de la población no son mínimos ni raquíticos, sino de buena envergadura. Han levantado la productividad del campo, la escolaridad y los niveles y ámbitos de la educación, de la generación de energía eléctrica (no se dan apagones como antes), así como también la reactivación del turismo –interno y del exterior (llegada frecuente de cruceros de Europa)–, trayendo esa reactivación ganancias para los habitantes de los “pueblos vivos” en todo el territorio nacional.
Ah, pero para los miopes opositores, Funes y Sánchez Cerén no han hecho nada por el país ni por sus habitantes. Funes quizá ha cometido sus pecados por los que tiene que responder, pero la Administración actual es otra cosa. En el presente, los hechos dicen otra cosa. Las exportaciones de café han subido a más de un 34 por ciento comparado con años anteriores. Las zafras y exportaciones de azúcar no se quedan atrás con índices nada despreciables. Ya mencionamos las buenas cosechas también de granos básicos, e igualmente las de toda clase de verduras. Las tiendas, los mercados y supermercados dan gusto mostrando sus anaqueles colmados de esos bienes alimenticios. Afortunadamente, hasta ahora a nadie se le ha ocurrido vaciar tales despensas para provocar escaseces artificiales –como en Venezuela- y culpar al Gobierno –concretamente al presidente Maduro para exhibirlo, igual que aquí, como inepto e incapaz de gobernar, ameritando ello echarlo fuera, como los enemigos derechistas y conspiradores lo hicieron en Brasil con Dilma Rousseauf.
Cierto que aquí aún no se le ha ocurrido a alguna cabeza hueca tan perversa ocurrencia como es la de provocar escasez de alimentos; pero otras cabezas más atolondradas de chusmas, que se dejan manosear, han aparecido hablando de “huelgas de brazos caídos”, ¿con qué fin? Con el fin de tumbar a Sánchez Cerén, cosa que no sería nada fácil. No sería fácil al menos por dos razones: primero, la Fuerza Armada se mantiene leal al Gobierno constitucional; no la han podido comprar los de antes, que ponían y quitaban presidentes de la República; y segundo, que el pueblo no lo permitiría, sería el primero en alzarse para defenderlo con piedras, palos, petardos y otras cosas más.
La conspiración, sin embargo, es tenaz y contumaz. No cejará en sus intentos y propósitos de desprestigiar, desestabilizar y obstruirle el camino al Gobierno en su avance y su trabajo por el bienestar y la superación del pueblo luchador. Éste, por su parte, está muy consciente y conocedor de los propósitos verdaderos de sus gobernantes –con exclusión, claro está, de la claque derechista en la Asamblea Legislativa y, por supuesto, los nefandos magistrados de la fatídica Sala “de lo Constitucional”, algunos de ellos con la cola bien pateada, pero soberbios, endiosados, como el soberano los ve y condena.
Desestabiliza y obstruye la marcha, la oposición, como aquellos que minan las vías férreas para descarrilar el tren y estrellarlo contra el paredón. El atentado lo preparan cuidadosamente los terroristas –que no pueden ser tildados de otra manera por la envergadura de su acción—. Primero, no suministrarle el combustible necesario a la locomotora: no pagar millones de millones de impuestos adeudados; luego, torpedeo a la aprobación de créditos necesarios para proseguir el desarrollo de obras públicas, poniendo cargas de dinamita del mayor poder destructor en el tendido de rieles de la vía. Pero… aquí viene lo divertido –encima de lo trágico–: sucede que en el primer vagón, de primera clase, van los grupos importantes, de poder , político y económico, que se creen ser los dueños del tren (el Estado); en el segundo y tercero o cuarto vagones van mueblerías de residencias, equipos, cajas de seguridad, máquinas de negocios, de empresas, bancos, sectores de comercios, de comunicaciones, y otros, y en los restantes vagones, que son la mayor parte, los bártulos de familias de trabajadores, agricultores, ganaderos, cañeros, amas de casa, oficinistas, vendedores de mercados y demás… Todos sufrirían la dantesca destrucción. En esta alegoría, el tren es el Estado, el Estado salvadoreño; su maquinista, el presidente de la República.
Aquí, cada uno busque su imagen, y el vagón en que se conduce, y se prepare para sufrir las consecuencias del descarrilamiento, o se arme para retirar la dinamita de los rieles y defender al maquinista y el tren, la República de El Salvador, la amada Patria, ante cuyo ara, o se inclina uno para honrarla, o le atraviesa la espada de la traición..