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Obra para conmemorar el centenario de Rubén Darío

Francisco Javier Bautista Lara

Último año de Rubén Darío (septiembre 2015) es una publicación de 690 páginas que recoge la investigación emprendida, tadalafil como un aprendizaje personal que comparto. Ha sido presentada en Guatemala, recipe en el Palacio Nacional de la Cultura, en sesión del Parlamento Centroamericano, en Nicaragua con la Corte Centroamericana de Justicia, en Costa Rica en la Universidad de La Salle y en San Salvador, en la Secretaría General del Sistema de Integración Centroamericana, como un homenaje al centenario de la muerte (6 de febrero de 1916 – 2016) y a los ciento cincuenta años de nacimiento (18 de enero de 1867 – 2017) de Rubén Darío.  Resalta la pertenencia e identidad centroamericana y unionista de Rubén Darío.

El cuerpo principal del libro lo constituyen 111 artículos, 46 poemas (34 de Darío), y 131 noticias, un total de 288 piezas publicadas (algunas reproducidas en varios medios impresos), en 20 periódicos y 7 revistas editadas en Guatemala (45), El Salvador (83), Nicaragua (95), y Costa Rica (65), principalmente entre enero de 1915 y marzo de 1916, que se refieren a Rubén Darío, o fueron firmados por el destacado poeta y prosista centroamericano nacido en Nicaragua.

Para contribuir a la comprensión del lector contemporáneo, no estudioso de Darío ni familiarizado con su época, circunstancias y personas que se mencionan, acompañan las piezas transcritas más de cinco centenares de anotaciones al pie de página, que irán complementándose a lo largo de los textos reproducidos. En ello se relacionan nombres, fechas y comentarios, con la vida y obra de Darío, los principales escritos biográficos y otras publicaciones que existen abundantes y dispersas, en versión electrónica e impresa, en español y en otros idiomas, pues casi no hay aspecto de la vida personal y pública, y de la obra literaria del poeta, que no haya sido comentada, estudiada y sometida a la crítica con diversas motivaciones.

Compartimos dos notas publicadas en El Salvador:

La Prensa.  San Salvador. Jueves 13 de enero de 1916.

Rubén Darío enfermo en León

La muerte se aproxima al lecho del poeta. Su enfermedad es acerba

El más grande poeta nicaragüense, Rubén Darío, hállase enfermo en León. Su vida de belleza y de ensueño parece sentir ya la fúnebre cercanía del misterio. Su divino tesoro de juventud, acuñado en los luises de oro de un selecto lirismo, rodó sonoramente en el alma de los pueblos latinos, y su nombre, al desaparecer, quedará fuertemente grabado en ella, como un timbre de prestigio imperecedero.

El mármol sonreirá con los labios del gran poeta, en no lejana hora. Su gloria dejará sobre los Andes un rumor de mares y de selvas.

Una enfermedad acerba lo ha reducido a la postración, al triste reposo de los hospitales.

Su vida mental ha sido prodigiosa, maravillosamente derramada, como la luz del sol. Toda la juventud de España y América fue a beber a su fuente, la inquietud generosa de la emoción.

Hoy el misterio parece querer poner el punto final en su vida, que ha sido un poema, un jardín que ofreció sus rosas a la caricia de todos los vientos y de todas las auroras.

(Último año de Rubén Darío, pp. 229-230)

Diario del Salvador. Martes 29 de febrero de 1916.

Los funerales de Rubén Darío descritos por una distinguida dama nicaragüense

Últimas noticias de las imponentes manifestaciones ante el cadáver del gran poeta

El último vapor de Nicaragua trajo a nuestro distinguido amigo y brillante colaborador, Ingeniero don Alejandro Bermúdez, una extensa carta de su apreciable esposa la culta dama nicaragüense, doña María A. de Bermúdez, en la cual le describe con bello colorido los funerales del inmortal poeta Rubén Darío, a los que concurrió la señora en representación de su marido ausente.

Hemos suplicado al señor Bermúdez nos permita transcribir algunos párrafos de esa carta sentida y elocuente, y debido a su cortesía podemos ofrecerlos ahora a los numerosos lectores de nuestro DIARIO.

Los párrafos aludidos, dicen así:

“… Por fin murió Darío! El 6, a las 10 y 30 de la noche, exhaló su último aliento. Desde ese día hasta el 13 que se enterró, ha sido una gran peregrinación de todo Nicaragua a León. Nunca se pensó que aquí se hubiera ovacionado de tan espléndidos modos a Rubén. Se calcula que llegaron a León, de las otras poblaciones de la República, más de 5,000 personas; aquello era un oleaje de gente delirante por ver y apreciar de cerca todo lo relativo a las exequias.

Yo estuve los dos últimos días en la metrópoli y vi lo mejor y más solemne de los funerales; quise representarte a ti en aquellos momentos inolvidables, sabiendo cómo quisiste tú al gran poeta y cómo se ligaron los destinos de ambos, últimamente desde que te lo trajiste de Europa, como presintiendo que debería morir en su Patria, glorificado por su pueblo.

Me fui con Choncita Montealegre el 12, por el tren de la mañana. Los carros iban atestados de gente y en Managua hubo que agregar dos vagones de 1ª. para que pudiera caber la gran multitud que esperaba en la estación.

La llegada a León fue imponente. La plazuela del parque estaba intransitable: difícilmente podían salir del tren los pasajeros. Nosotros éramos como aquellos turistas yanquees que todos se hacen ojos para ver y escrudiñar rápidamente; nos parecía encontrar de improvisto el rostro de Rubén. Vi, al bajar del carro a tus amigos Hildebrando Castellón, Juan Ramón Avilés, Salvador Mendieta y otros tantos intelectuales, quienes me preguntaron por ti y te dedicaron cariñosos recuerdos. En cuanto llegamos  a la casa nos vestimos de negro y nos fuimos a la Catedral. Allí fue donde vimos por primera vez el cadáver de Darío. Estaba envuelto en su ropaje blanco, de seda, al estilo griego o romano, con la cara descubierta y la cabeza coronada de laurel. Me impresioné mucho al mirarlo; estaba cambiado mucho; parecía un santo de marfil puesto en veneración ante los fieles. Millares de personas entraban y salían a contemplar el féretro y las ofrendas enviadas de todas partes de Nicaragua y de las demás repúblicas de Centro América.

El cadáver estaba colocado en una tarima alta, especie de columna blanca, entre otras cuatro columnas de mármol que sostenían los Pabellones de Guatemala, El Salvador, Honduras y Costa Rica, todas ellas con magníficas coronas. Rubén descansaba sobre la columna truncada que representaba a Nicaragua y el Pabellón nuestro caía sobre sus pies.

Al poco rato llegó el Clero, encabezado por el señor Obispo Pereira y Castellón, quien ha celebrado en honor de Darío, exequias nunca vistas en nuestra Iglesia. Le seguían los Canónigos, que vestían de luto, llevando desde la cabeza caudas negras que arrastraban más de cinco metros. El Obispo llevaba cauda roja e iba con la cabeza descubierta. Después seguían treinta sacerdotes más y todo el Seminario. Aquello era verdaderamente conmovedor y solemne.

Principiaron los funerales con responsos y cantos, frente al cadáver. Ochenta músicos tocaban marchas fúnebres; y al concluir los actos religiosos sacaron el féretro en hombros del doctor Debaile y los estudiantes de la Universidad que eran los más dolientes, pues en la Universidad fue donde se velaron más tiempo los restos y donde se dieron las magníficas veladas todas las noches.

En el atrio de Catedral se paró el cortejo; allí estaba la tribuna, donde dijo su discurso el señor Obispo Pereira, a quien pude oír muy bien porque logramos quedarnos cerca de él y de Darío. Ese discurso fue magnífico y brillante, en el concepto de todos.

Cuando terminó el Obispo ya la luna y las estrellas iluminaban el cuerpo de Rubén.

Siguió después el gran desfile; iban carrozas doradas, con niñitas que llevaban palmas y coronas, y portaban también los Pabellones de Centro América.

Después seguían los Ministros, los representantes de otras naciones, las Cortes de Justicia, los representantes del Senado y de la Cámara de Diputados; comisiones de todos los departamentos y municipalidades de la República; las Universidades, los colegios y escuelas; sociedades de artesanos, representantes de la prensa y de la colonia española; todo el clero, los gremios de abogados, médicos y artistas; señoras, señoritas y millares de personas más, con hondo recogimiento.

Jamás se ha visto entre nosotros una concurrencia igual.

Al llegar al parque de la Universidad, pronunció su discurso el padre Azarías Pallais, que fue el que más gustó en la velada de esa noche.  El de Santiago Argüello fue dicho poco antes del entierro en el atrio de Catedral. Ese día parecía de fiesta, pues todo tenía aspecto alegre, a pesar de que toda la gente llevaba luto. Te envío los programas de ese día y los periódicos que hablan de los regios funerales.

Uno de los estudiantes de la Universidad me dio para ti dos hojas de laurel, desprendidas de la corona que llevaba en la cabeza el gran poeta. Allí van entre los programas, para que las conserves como reliquias de aquel que fue tu amigo y a quien tanto admiraste y quisiste como hermano”.

El señor Bermúdez recibió gran número de periódicos y varios de los programas referentes a los grandiosos funerales, y en uno de ellos venían envueltas las dos hojas de laurel.

(Último año de Rubén Darío, pp. 328-334)

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