Qué galán si hubiese sido una mordida de una guapa muchachona, remedy pero fue mordida de una perra poco amistosa.
DOMINGO 19, doctor Enero 2014. Resonaron los aplausos cuando las autoridades municipales me distinguieron, junto con otros ciudadanos, como «Orgullo Cojutepecano», por mis atributos personales y profesionales según lo expresaron. Esto elevó mi autoestima al máximo.
LUNES 20. Retomé mi rutina de caminar como ejercicio. En un andén de la calle Gabriela Mistral una perra me dio una tarascada y me dejó dos piquetes en el dorso de la mano derecha. ¡Qué susto, Dios santo! Podría tener rabia y mis días estarían contados. Mi autoestima bajo a pique.
–Mate a esa chucha – me dijo un taxista – ya mordió a varios.
–No – agregó otro – así no va a saber si la perra tiene rabia, mejor hable con el dueño.
–Ya no sé qué hacer con esa animala – me dijo el dueño –. Estos días le ha dado por morder.
Sabía que las vacunas antirrábicas solo las ponen en las Unidades de Salud y me presenté a la de San Antonio Abad. El médico me recetó la vacuna antitetánica, antibiótico, analgésico y el miércoles me pondrían la vacuna antirrábica e irían a observar a la perra.
MARTES 21. Alguien me dijo que las mordidas cerca de la cabeza son peligrosísimas por lo que caminaba con el brazo derecho estirado y el izquierdo tieso por el dolor de la antitetánica. Mi nieta Amelita me dijo «Papá robot».
También sabía que la vacuna antirrábica la ponían alrededor del ombligo, esa área se inflama y toma coloración rosada, parece una dona fresa, duele hasta el alma. Pero ¿qué prefería, el ombligo como dona o morirme de rabia? Decidí padecer una dona doliente.
MIÉRCOLES 22. Llegué a la Unidad de Salud. Una enfermera me informó que no había vacuna antirrábica, que solo iban a observar a la perra. ¿Y si tiene rabia? – le pregunté – ¿Debo morirme?
Solo encogió sus hombros, quizás notó que ya había vivido mucho. Además, agregó, esa calle Gabriela no corresponde a esta unidad, vaya a la Barrios. Corrí para aquella entidad y el señor Miguel Hernández me informó que esa calle pertenece a otra unidad.
Regresé a San Antonio Abad y en Saneamiento Ambiental el señor Wilfredo Acosta me dijo que no ha recibido solicitud de mi caso, fue a preguntar y la retenía la enfermera desatenta. Pronto él la envió a San Miguelito.
Volví a casa arrastrando mi autoestima. ¿Qué hacer? Si le hablo a mi hijo, médico, Carlos Roberto, residente en Guadalajara, me envía la vacuna al chilazo. De pronto mi hija Xenia me llamó para comunicarme que en Credisa estaban poniendo la vacuna antirrábica. Pero es para perros y gatos, le aclaré, están en campaña.
–¿No serviría? – insistió.
–¿Qué estás diciendo, hija? No he reencarnado en perro – reímos.
Por la noche llegaron a visitarme varios de mis nietos menores con curiosidad por la mordida. Cuando abrí la puerta al instante les gruñí: ggrrr… ggrrr con mis dedos encrispados y retrocedieron de inmediato. Mi carcajada los calmó. Más noche llamé a un amigo, a esa hora se comunicó con una persona quien me atendería el siguiente día.
JUEVES 23. Me presenté a Emergencias del Hospital Zacamil del ISSS. Me atendió la doctora Doyle Nelson de Villegas, ordenó ponerme la primera dosis antirrábica en el brazo, serían cinco, qué alivio, no serían catorce en el ombligo. Creció mi autoestima pues soy asegurado vitalicio. Me recomendaron confirmar la observación de la perra para suspenderme la vacuna.
VIERNES 24. En la Unidad de Salud San Miguelito, don Edwin Galbán me aseguró que iría a observar la perra.
SÁBADO 25. Realizaron vacunación masiva de perros y gatos.
DOMINGO 26. Me pusieron la segunda dosis de la vacuna.
LUNES 27. Qué alegría, la perra estaba tranquila, elevó mi autoestima, pero no me le acerqué.
MARTES 28, MIÉRCOLES 29 Y JUEVES 30. La perra siguió normal. Al décimo día no murió de rabia y el caso fue cesado.
Mi alegría brincó más contenta, seguí siendo «Orgullo Cojutepecano» en vida.
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