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Oficialismo fracasará en su intento de borrar la memoria

Licenciada Norma Guevara de Ramirios

Un país con un santo: San Oscar Arnulfo Romero; y a pocos días de sumar como beatos a dos sacerdotes y dos laicos, no puede borrar su historia aunque lo ordene un decreto y escuche o lea  miles de mentiras repetidas.

Especialmente por que este santo y estos beatos el Padre Rutilio Grande y Fray Cosme Spessoto, y  dos colaboradores del padre Rutilio, Manuel Solórzano y Nelson Lemus, fueron todos mártires que denunciaron la injusticia de un régimen de dictadura.

Se equivocan los diputados que derogaron un decreto que declaraba el día 16 de enero Día de la Paz, en recordación de la firma de los Acuerdos de Paz en 1992; se equivocan, su soberbia les ciega y los desnuda como ignorantes y malvados, como brutos de los cuales se puede esperar todo tipo de actos contra la humanidad.

Ya al presidente, que tuvo el desacierto de negar la guerra, la negociación para ponerle fin y, a los mismos acuerdos, le han enrostrado de distintas formas, educadas y no educadas, su error, y se ha ridiculizado su pretensión de contar una historia a partir de su nacimiento, y de su nacimiento como presidente, pues cuando era alcalde hablaba de otro modo.

La dictadura oligárquico militar que se enquistó en los años 30, cuando nuestros indígenas y campesinos se alzaron para reclamar justicia, fue real, cruel, costó vidas, y sacrificios en todos los sentidos; la represión y los fraudes electorales fueron reales, las masacres, exilios, las torturas, los asesinatos y la persecución política a opositores, fueron reales.

Sobre esos hechos existen testimonios, algunos escritos por personas originarias en otros países, a veces tardaron en documentar hechos sobre la brutalidad de la dictadura y sobre el heroísmo de la resistencia del pueblo en sus diferentes momentos, pero para quienes quieran ver y conocer, existe dónde informarse y cómo investigar más.

La respuesta del pueblo con sus huelgas, marchas, demandas estudiantiles, laborales, la lucha armada, popular, la solidaridad de los pueblos y de gobiernos y organismos multilaterales fueron reales. Por más que haga el oficialismo desde los órganos de gobierno y su aparataje de propaganda, y los lobistas fuera del país, no podrán, sépanlo, borrar la memoria de un pueblo.

Los Acuerdos de Paz fueron valorados por el padre del ahora presidente de la república, fueron celebrados por muchos de los funcionarios del gobierno de Bukele y de  sus aliados, tanto los que provienen de la derecha, como los que provienen del FMLN y hoy son sus asesores y funcionarios de confianza.

Las traiciones forman parte de la historia, pero no pueden cambiar la historia los traidores.

El 22 de enero de 1932 será recordado y conmemorado principalmente por pueblos donde sucedieron las peores masacres, viven aún descendientes de Feliciano Ama. Cuando no había internet, vinieron a investigar esos sucesos desde otros países, y valientes escritoras y escritores salvadoreños hicieron lo propio en medio de la dictadura.

El 22 de enero de 1980 marcharon decenas de miles de salvadoreños como su primer gesto de unidad para enfrentar la dictadura y fueron masacrados nuevamente.

Cómo entonces, no se puede, a pesar de los empeños de inventar una narrativa oficialista, borrar de la memoria del pueblo los dramáticos momentos vividos dentro de una confrontación en la que oligarcas, imperialistas y los recursos del Estado, se invirtieron para tratar de detener el cambio   por el que luchó el pueblo.  Aún quienes financiaron el conflicto tuvieron que aceptar que había que buscar un acuerdo.

Y cómo se puede borrar de la mente de la gente lo que vio, lo que vivió, lo que sufrió su familia o sus amigos, desde cualquiera que fuera la posición que ocuparon en la confrontación a la que los acuerdos pusieron fin.

Con su soberbia, el oficialismo provoca que se sitúe, en su justo lugar, el valor de los Acuerdos de Paz que trajeron una reforma constitucional, una fuerza armada disminuida y reducida en su papel, la eliminación de cuerpos represivos como las policías de hacienda, nacional, de aduanas, brigadas del ejército y paramilitares.

Unos Acuerdos que crearon instituciones de las que hoy son parte del gobierno de turno, como el Tribunal Supremo Electoral; o la PDDH, el CNJ, la PNC, la misma CSJ, que fue objeto de una sustancial redefinición.

Con tanta fuerza significativa en la vida de millones de personas, con tanta realidad institucional creada por los Acuerdos, con tanta memoria escrita acumulada en el país y el mundo entero, ni la amnesia ni el alzheimer que sobre nuestra historia pretende imponer el oficialismo, serán posible. Fracasarán en su ridículo intento.

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