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Oficios, riesgos y propósito de hacer bien el bien

Francisco Javier Bautista Lara

Sabemos, desde la sabiduría popular esta verdad: no hay oficio sin beneficio ni oficio sin riesgo, de allí las expresiones comunes cuando uno hace algo: “riesgos del oficio” y “correr el riesgo”. Según Kiyosaki para tener éxito hay que asumir riesgos; Paulo Coelho expresa que los grandes logros requieren grandes riesgos; Dale Carnegie dice que hay que aceptar los riesgos, porque toda la vida es una oportunidad plagada de riesgos y Winston Churchill, que el éxito es caminar de un fallo a otro sin perder el entusiasmo. Dalai Lama reconoce que si no vives en el peligro, no vives, y Emerson que cuanto hay vida, hay peligro. Quien no se arriesga, no se casará, no tendrá hijos, no formará una familia, no amará, no irá a la escuela, no trabajará, no saldrá de casa, no conducirá un vehículo, no practicará deportes, no visitará otro país, no expresará su opinión, no tendrá sueños, no hará nada, en resumen, no existirá, y si está vivo en términos biológicos, su existencia no tendrá sentido al no percatarse que está vivo.

Todo oficio u ocupación acarrea, -aunque no nos percatemos-, riesgos; hagamos lo que hagamos. Si tienes un sueño, una aspiración legítima, una vocación para desempeñar algo, un proyecto a emprender, interés para construir o hacer cualquier cosa por satisfacción u necesidad, debes asumir lo que conlleva y no por eso desistir. No tiene sentido que por anticiparse a la probabilidad del fracaso en los varios intentos, daño, error o riesgo, por miedo o pena, dejar de hacer; ni ante la posibilidad de que ocurra –quizás remota- algún impedimento que maximizas, bloquear el lograr e impedir ser lo que aspiras, desde lo simple y cotidiano, hasta lo trascendente.

Repasemos en algunas ocupaciones las marcas o daños que dejan. Comenzaré por los violinistas, la vocación de músico de mi padre durante 75 años, desde los 8. Tres meses antes de fallecer me mostró un callo en el pecho, era donde apoyaba el instrumento, la piel rojiza le dolía, los dedos con los que marcaba los acordes perdieron flexibilidad, exclamó triste: “¡he perdido el violín!”, se percató que no volvería a ejecutarlo, después murió.

El que labora con computadora puede sufrir daño en el túnel del carpo y la vista, quien conduce vehículo puede sufrir un accidente, además de afectación renal y en intestinos quien pasa mucho tiempo sentado; el que permanezca en labores de oficina tendrá las consecuencias del trabajo sedentario; al deportista podrá afectársele sus rodillas; el bailarín sufrirá en la columna y los pies; al trabajador de salud riesgo por padecimientos de pacientes; al maestro, por las jornadas de pie, afectación en extremidades inferiores y la voz (o por uso de tiza); al cantante la garganta y las cuerdas vocales; al escritor y lector, la vista; al agente de policía y de seguridad, el sol y el desvelo; al telefonista o quien use teléfono o auricular frecuente, la audición; al vendedor los muchos “no” que deberá enfrentar, todas las labores están sometidas a cierto estrés… Jardinero, cocinero, mesero, pintor, carpintero, albañil, ingeniero, agricultor, administrador, comerciante, empleado, empresario, político, pastor, sacerdote, trabajador social. Todo requiere balance y previsión para reducir riesgos, una previsión posible, pero no hay nada que los elimine, no existen caminos totalmente llanos y lineales en la ocupación que permita compartir nuestros talentos, servir y construir.

Quienes hagan algo tendrán que asumir las consecuencias positivas y adversas de lo que emprendan. A mayor aspiración, mayores sueños y metas, tendrás que –sin detenerte en ello- mayores peligros. Es la medida del éxito; metas logradas, sueños hechos realidad, enfrentando por encima del miedo y la pena, de los riesgos, y más cuando se viene desde la adversidad, cuando parece imposible, tendrán mayor satisfacción, constituyen el verdadero mérito.

Hacer lo que debamos o soñemos a plenitud, es el camino. El libro “Los cuatro acuerdos” (Miguel Ruiz), basado en la sabiduría tolteca enuncia: “Da siempre tu máximo esfuerzo”. Al concluir el año e iniciar otro, recordando las intenciones quizás olvidadas o pospuestas, te invito a pensar lo fundamental: haz bien el bien, da lo máximo, sin detenerte por riesgos ni miedos que inmovilizan y postergan los propósitos, sepultan los talentos.

Paz y bien en Navidad y año nuevo 2018.

www.franciscobautista.com

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