OJALÁ QUE ALGUIEN TE ENSEÑE EL VALOR DE LA VERGÜENZA
Por Wilfredo Arriola
Ojalá que alguien te enseñe el valor de la vergüenza, rematé en algún momento contra una persona allegada a mí. Quizá porque desde temprana edad se me fue enseñado con diferentes formas de valores lo que se debe practicar para mantener una reputación decente, y que muchos, parece ser, lo olvidan. Entendí que la vergüenza es ese punto donde veo la vida desde otra perspectiva, más consciente de mis actos y con la decisión de saber que me he equivocado para dejar a un lado mis actos erróneos y reivindicar ese derecho a estar en paz conmigo mismo.
No es fácil, pero a veces la vergüenza es uno de los maestros que más nos enseñan, por errores que cometemos y eso escarmienta al punto de repensarse la vida. Saber identificar es obra también, complicada, recordé una de las máximas de Lao Tse, donde dice: Darte cuenta de que no entiendes, es una virtud. No darte cuenta de que no entiendes, es un defecto. Y en ocasiones esos defectos nos acompañan para toda la vida, generando de esa forma momentos incómodos los cuales queremos pasar la página y a veces, arrancar la pasta del libro…
Hacer historia de cuantas veces hemos pecado de desvergonzados, nos pone en una posición diferente, de hecho, quizá, hasta el momento de contarlo nos ponemos ruborizados. Ahora bien, la desvergüenza tiene otra connotación, la de no tener pudor para mostrar una actitud o una acción o luego al recapitularlo nos pone más sensatos y sabernos equivocados. Rememorar será un acto de vergüenza o de desvergüenza, el tiempo nos pone en un lugar diferente, lo bello de la mente es ese viaje, el cuál uno decide con que alas viajar y de qué reparar y de lo que ya no tiene reparo. Incluso de ciertos viajes ya no se regresa, o el sólo hecho de pensarlo es una escena obscena en el recuerdo, hacer las pases con uno mismo podría ayudar a solventar de manera más digna esos atascos del pasado. Muchos, quisieran volver a ese tiempo solo para decir: “lo siento, mi actitud no fue la correcta” o “de corazón ofrezco una disculpa para enmendar lo que te hice sentir”, pero también muchos prefieren el silencio que es ya no revolver la sal en la herida, y quizá sea en algunos casos lo más conveniente.
Entender también que este estado puede ser una identificación proyectiva cuando decidimos sentir pena ajena, y de esa forma pasamos a ser manipulables por un ente externo, por leve que parezca lo es, solamente el hecho de cambiar nuestra mentalidad acerca de lo exterior nos pone en un punto diferente al estado natural en el que nos encontramos. Decidir por no usar determinada prenda, usar un vocabulario soez en especial, comportarse de una forma particular podrían ser formas de vergüenza ajena, lo cual nos modifica. El poder de esta sensación puede cambiar nuestro rumbo, los que tienen la habilidad de mostrarnos esa forma de manera sutil, les tomamos aprecio, el moralista francés François de La Rochefoucauld lo mostró de una manera sutil: “Solemos perdonar a los que nos aburren, pero no perdonamos a los que aburrimos”. Que nos enseñen esa doctrina de la experiencia sin sentirnos ofendidos es asunto de maestros, pocos lo saben y también pocos logran encontrar ese tesoro, otros transitan el amargo sabor de la vergüenza que en silencio se convierte uno de nuestros más grandes educadores.