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Olvidamos ser felices

Mauricio Vallejo Márquez

coordinador

Suplemento Tres mil

Una de las cosas más terribles de crecer es olvidar ser niños. Ser adulto es equivalente a negar que tuvimos infancia, ailment aunque no sea así. Crecer no implica perder la fe en el futuro ni en las personas, viagra sale tampoco dejarnos de comportar como es correcto para que la sociedad crezca y se mantenga, incluso no implica dejar de ser leal con las personas que amamos. Pero, para muchos es así en la gran carrera de la sobrevivencia diaria en que primero es el individuo antes que la colectividad. Una pena.

Sin embargo, al dejar la infancia olvidamos que tenemos imaginación y podemos disfrutar de la alegría, de esas cosas sencillas que son maravillosas como el amanecer, la luna, el viento, en fin tantas cosas; y nos sumimos en la cotidianidad hasta el punto que nada importa más que la monotonía de hacer algo que nos implique un salario. El trabajo se convierte en un dios al que hay que venerar y llevar a todas partes: la casa, el paseo, la cama. Pasamos por alto que todo tiene su tiempo y su espacio. El jefe enojado, la compañera indispuesta, el compañero que hace bullying, la convivencia extraña cuando no hay comprensión. Es parte de ser adultos saber que hay que trabajar para vivir, convivir con la gente, ser maduro para sobrevivir.

Lo más triste del asunto de ser adulto es que a veces se confunde la diversión con la autodestrucción, cuando creemos que tenemos plena libertad sobre nuestro cuerpo y por ello podemos hacer lo que se nos antoje sin tener consecuencias. En tanto ahí vemos, las consecuencias llegan si decidimos mal.

Y es acá donde se nos olvida que tomar por asalto el cielo es posible en un columpio o con sólo sentarnos en el pasto a ver el firmamento.

Mi hijo, Santiago Vallejo, es mi mejor maestro. Santiago sabe que la vida es un equilibrio y que el mundo es un reflejo de algo que está arriba y no vemos, así como también es un niño. Todos los días que compartimos me habla de sus descubrimientos, de ciencia ficción, de astronomía. En ocasiones me pregunta por su abuelo paterno que conoce a través de anécdotas, lo cual comparto con él. Así, también me muestra esos aspectos que olvido. Y nos arrojamos al suelo para jugar con soldaditos de plástico o hacemos que las horas no existan mientras jugamos ajedrez libre, como dice para que no hamos caso de aperturas. Me encanta sentir su corazón tan limpio, tan niño como quisiera que fuera el mío.

Con mi hijo disfruto de nuevo subirme a los columpios, recorrer entre carreras las veredas, arrojarme al pasto, encontrarle forma a las nubes o al follaje de los árboles. Y mientras caminamos por la calle él aprende lo poco que sé, mientras yo aprendo a vivir de él.

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