Luis Armando González
No se sabe cuál será el resultado de las elecciones presidenciales de 2019. Se ha puesto de moda apelar a las encuestas para asegurar quién ganará, pero si eso fuera inapelable las elecciones serían innecesarias. De hecho, nos ahorraríamos un montón de dinero y tiempo si solo preguntáramos a 2,000 mil personas por sus preferencias electorales y de ahí determináramos quién es el ganador. Pero la democracia no funciona así, y la votación efectiva de los ciudadanos constituye la última palabra para decidir quiénes ocuparán los cargos públicos de máximo nivel.
Así las cosas, ningún partido político (y sus candidatos) debería darse por ganador o perdedor seguro antes del ejercicio de votación efectivo de los ciudadanos. En el caso de quienes se dan por vencidos de antemano, nada puede ser más contraproducente que eso, pues el derrotismo impide avanzar hacia peldaños que, aunque no concluyan con un triunfo, no facilitan la victoria del vencedor y hacen de la derrota algo honorable.
Además, siempre quedan otras batallas electorales que librar y un buen desempeño, incluso en la derrota, es un capital acumulado para la siguiente oportunidad.
En la cultura de éxito que se ha impuesto en la actualidad, se hace creer que solo los primeros lugares cuentan, y que los segundos y terceros son irrelevantes. En una democracia eso es totalmente incorrecto. Los segundos y terceros lugares partidarios son un recordatorio para el ganador de que su triunfo es provisional y que tiene competidores que le pisan los talones y que, en la siguiente contienda, lo pueden desplazar. De ahí lo importante que es que un partido que decide competir en una elección busque su mejor desempeño posible, con entusiasmo y con energías, con la meta de obtener el mejor resultado. El derrotismo es una de las peores amenazas para un buen desempeño.
Y cabe sospechar –por lo menos es lo que sospecha quien esto escribe— que sectores importantes del FMLN han sido proclives al derrotismo en la actual campaña electoral. Quizás sus análisis los llevaron a la conclusión de que el partido no tenía posibilidades de ganar y, olvidando que el pesimismo de la inteligencia debe ser exorcizado con el optimismo de la voluntad (como enseñó el gran Antonio Gramsci), cayeron en el desánimo.
En un viraje novedoso, el optimismo de la voluntad parece estarse abriendo paso entre los efemelenistas. Por doquier se están generando actitudes y brotes de entusiasmo de cara a las elecciones de febrero próximo. No es un entusiasmo triunfalista, sino un entusiasmo que lleva a encarar la situación (que tiene tintes de ser adversa) con espíritu combativo. En enero está saliendo a relucir eso que desde marzo del 2018 se apagó en muchos simpatizantes y militantes del FMLN: el espíritu de combate, la convicción de que no hay peor derrota que aquella que se sufre sin luchar.
Para el partido de izquierda recuperar ese espíritu es importante ya que eso le asegura mantener su presencia en el país, y no solo en el plano electoral, aunque esto último no debe desestimarse. Pero el éxito electoral debe derivarse de un compromiso –el compromiso a luchar por un mejor El Salvador— se tenga o no poder electoral. Es esto lo que está en juego en estos momentos.
La actitud de muchos simpatizantes (y también de no pocos militantes) de bajar la guardia en su apoyo al partido porque creen que no va a ganar las presidenciales de 2019 ha sido (y es) una actitud contraria a una ética de izquierda, que va más allá de lo electoral.
Hay señales de que esa actitud está siendo dejada atrás y que cada vez más militantes y simpatizantes del FMLN están dispuestos a ponerse en pie de lucha, independientemente de las predicciones que se han hecho moda en el país. Hay señales de que muchos efemelenistas están cayendo en la cuenta de que votar por el FMLN no es “desperdiciar” su voto, sino seguir manteniendo vivo un proyecto que, si llegara a desaparecer (o a debilitarse de manera extrema), dejaría a la sociedad a expensas de una derecha que haría las suyas sin andarse con remilgos. Brasil es un ejemplo aleccionador al respecto.
Y con ese ánimo que está brotando en las filas efemelenistas es indudable que el partido dará una buena batalla en la elección de febrero. Será un rival que competirá honrosamente, y eso es bueno para el partido pero también para la salud democrática del país.
Quienes desean ver enterrado al FMLN –gente de derecha de la más variopinta ralea— tendrán que quedarse con las ganas. Si el partido sale bien parado en esta contienda –aunque no obtenga el triunfo— seguirá siendo el referente de oposición de la derecha salvadoreña, y en las elecciones del 2021 podrá refrendar su lugar como alternativa de izquierda en la Asamblea Legislativa y en los municipios.
Para que nadie malinterprete lo que aquí se dice, el argumento principal es que en el FMLN se ven señales del surgimiento de un “optimismo de la voluntad” que, de afianzarse en estas semanas, le permitirá dar una buena batalla en las elecciones de febrero próximo.
No se está diciendo otra cosa. Afirmar la victoria de cualquier partido y su fórmula, desde ya, es caer en juegos adivinatorios que son propios de charlatanes. El desenlace electoral se decidirá el 3 de febrero, cuando cada ciudadano vote efectivamente por el partido y fórmula de su preferencia.
Seguir apelando a las encuestas es seguir repitiendo un estribillo que a estas alturas, lejos de ayudar a que la gente se informe, la confunde y la hace creer que cualquier decisión contraria a lo que dicen las encuestas será un sinsentido. O sea, que hay que ir, como Vicente, a donde va toda la gente.
Pues no. La libertad consiste, justamente, en algo distinto: en discernir críticamente si conviene ir o no a donde va toda la gente, y a obrar en consecuencia. Ojalá que ese discernimiento se haga presente en la decisión que cada quien tome el próximo 3 de febrero.