Alberto Romero de Urbiztondo
Twitter: @aromero0568
Un Decreto Presidencial declaró el 24 de mayo “Día Nacional de Oración”, en pleno crecimiento del número de contagios de COVID-19 y en el marco de fuertes divergencias del Ejecutivo con los otros poderes del Estado, Asamblea Legislativa y Sala de lo Constitucional. El decreto argumenta su justificación en la obligación del presidente de “procurar la armonía social y conservar la paz y la tranquilidad interiores y la seguridad de las personas (Art. 168 Constitución)”, al considerar que la pandemia nos está enfrentando a la que considera “una de las épocas más devastadoras de la humanidad después de la Segunda Guerra Mundial”, lo que según el Decreto, supone una “afectación a la estabilidad emocional, siendo necesario fomentar las practicas que puedan fortalecer la esperanza y la espiritualidad de la población”, para ello decreta el Día Nacional de Oración para “pedir a Dios que nos proteja de esta enfermedad y nos libre del sufrimiento”.
Es obvio que la pandemia que vivimos genera inseguridad en la ciudadanía, al no existir un tratamiento seguro para prevenirla ni curarla. Por ello, es legítimo que personas que creen que todos los acontecimientos ocurren por la intervención de una divinidad, realicen oraciones buscando su intervención para enfrentar al COVID-19 y el Estado debe de garantizar esas practicas, siempre que no contradigan las limitaciones que imponen las medidas sanitarias de prevención.
Pero lo que esperamos del Estado es que promueva la armonía social, la paz, la tranquilidad y la seguridad, mediante planes claros de prevención y atención explicados a la ciudadanía, con información trasparente y amplia sobre la evolución de la pandemia, impartida por personal especializado. Que los tres poderes del Estado mantenga una relación respetuosa, de colaboración y búsqueda de consensos, respetando a quienes piensan diferente sin insultos ni descalificaciones. Esto trasmitiría confianza y esperanza a la ciudadanía, y esto no se cumple al decretar un Día de Oración, que solo se puede interpretar como un intento de buscar legitimación en un momento de crisis, mediante la manipulación de los sentimientos religiosos de un amplio sector de la ciudadanía.