Wilfredo Arriola,
Poeta y escritor
“Saber decir no es exactamente lo mismo que saber hablar” acusa Luis García Montero, en la novela Alguien dice tu nombre. Ese miedo de la negación el cual se ha hecho parte de nosotros en diferentes etapas de nuestras vidas. Cuando lo decimos, o cuando nos niegan alguna petición, en cualquier caso, siempre resulta angustioso o perturbador, la continuación de esto en la mayoría de ocasiones es la tristeza que se asienta en la auto meditación después de la devastadora noticia.
Aprender a vivir con algunas negaciones es parte de la madurez labrada por el tiempo. Poco a poco vamos asimilando cuando nuestra voluntad no es la misma que la realidad. El primer — no— de una relación amorosa, la negación de un deporte, la negación de una visa para salir del país, a la hora de obtener una beca de estudios, la perdida de un concurso al cual se participa con la esperanza del antónimo, ese — sí— por respuesta tan ansiado. La digestión de ciertos diálogos, en este caso, solo una sílaba, nos deja un atadijo de emociones. Unos prefieren la soledad, otros buscan a su persona favorita en el mundo para poder desembocar en el desahogo, unos osados, mienten el resultado para seguir en pie la integra reputación. Hay de todo. “Al mentir sobre la realidad, digo la verdad sobre el deseo.” Afirma Lacan. No es fácil aceptar verdades, sobre todo aquellas que nos matan el futuro, hay un proceso largo de crecimiento personal, para tener la personalidad de asimilar lo sucedido.
Decir que no, es el ápice de la autoestima también. Ponerte en primer plano, cuidando nuestra salud emocional sin importar la opinión de muchos es loable. En ocasiones es con meditación, pero ser leales a sí mismos es tener una claridad superior al resto, un proceso que con el tiempo se va agudizando, ejercitarse en la verdad produce un vendaval de reacciones y no siempre son positivas. Cuando dices que — no— a la gente cercana a ti, que está de más preguntarse si te quieren, es un buen ejercicio, comprobaras si te quieren de verdad o simplemente están por otras motivaciones, algo fantástico, porque pagaras inspección gratuita de las personas que te rodean.
Crecer en relaciones sanas se aprende con el tiempo, lo bello de la memoria es que uno puede viajar en las dimensiones del recuerdo y preguntarse si en aquellos tiempos uno estuvo rodeado de personas probas u oportunistas para su favorecimiento personal. La verdad puede ser odiada o aceptada pero nunca de doble moralidad. Se deja reposar, como el vino y a su debido momento se volverá a ella, el resultado lo dirá nuestro avance, si seguimos siendo los de aquel entonces o hemos adquirido un juicio personal más objetivo.
La empatía será un elemento de cotejo a la hora de mostrar nuestra versión, que siempre será distorsionada, la de los otros será distinta, cada quien a lo suyo, sin embargo, la liberación del ego tiene que ser fundamental, herir desde la verdad es atentar contra sí mismo. Buscar la manera más coherente y practica determinará las sensaciones que dejemos en quienes nos escuchan.
Recuerdo muchos — no´s— de todos ellos me he llevado tragedias, aprendizajes, maneras de seguir creciendo como humano, maneras de ver la vida desde otra perspectiva, formas de introspección que las he reconocido con el tiempo, hoy las agradezco. Hay aceptaciones que tren fracasos insospechados. También los he dado y me han sentado bien, siempre me han dejado a las personas más sinceras a mi alrededor. No es decir no, es saber hablar desde la honestidad, todos nos merecemos estar libres de mentiras, y si aun así preferimos las mentiras piadosas, el tiempo se encargará de decirnos que el odiado no es quien lo dice, sino el poco trabajo de sí mismos por buscar lo que uno poco ha hecho por merecer y en otras ocasiones, el puro desconocimiento personal de elegir lo nocivo, lo incongruente. Las cosas que uno acepta en silencio son nuestros mejores maestros, con el tiempo uno se siente orgulloso de ciertos rechazos y con vergüenza de ciertas victorias…