Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la lengua
El uso de la palabra “trascendental” es muy frecuente en nuestro medio. Todos sabemos recurrir a esta palabra para denotar algo que nos parece particularmente importante. Y efectivamente, el diccionario de la lengua española define el adjetivo “trascendental” como “muy importante, interesante o valioso”. Sin embargo, el origen de tal término es completamente diferente, y su interpretación puede considerarse hasta curioso, pudiendo decirse que hasta absurdo.
La palabra “trascendental” no ha significado nunca nada que tenga que ver con la importancia y con la no importancia, como nos dice don Manuel García Morente en sus “Lecciones Preliminares de Filosofía”. Dice este gran maestro de la filosofía que lo que ha sucedido es que quienes la usaron ante el gran público fueron los grandes oradores de la Primera República. Por ejemplo, don Nicolás Salmerón, profesor de Metafísica de la Universidad de Madrid, don Emilio Castelar, profesor de Historia de la misma Universidad, Pi y Margall, gran filósofo también español. Estos hombres usaron mucho esta palabra; la usaban casi siempre en un recto sentido porque conocían la filosofía kantiana, y sobre todo, las filosofías alemanas derivadas de Kant, donde esta palabra es empleada en un sentido recto. Pero el pueblo que los escuchaba no sabía lo que ella significaba, les parecía que sonaba bien, llenaba el oído; y como no sabían bien lo que significaba concluían que debía significar algo muy importante, y poco a poco pasó de los labios de los más doctos a los labios de los menos doctos, a oradores de segunda, de tercera o de quinta categoría, y cuando llegó a estos mitines, la palabra había perdido por completo su significado original y había pasado a significar, pura y simplemente, ‘muy importante’.
Pero como he dicho, la palabra “trascendental” no tiene ese sentido; tiene un específico sentido antes de Kant, en Kant, a partir de Kant, y muy especialmente, en Xavier Zubiri. Veamos: En Kant, “trascendental” es todo aquello que posibilita la experiencia sin provenir de la experiencia, la condición para que algo sea objeto del conocimiento, cualidad o propiedad de lo objetivo que no es en sí mismo, pero que es término al cual va enderezado el conocimiento. Condiciones trascendentales de la objetividad son aquellas que partiendo del sujeto han de realizarse para que el objeto sea en efecto objeto de conocimiento en la correlación. Debo agregar aquí que el conocimiento básico que sirve de soporte a la ciencia empírica de la naturaleza, es decir, a la física, es lo que Kant definía como Metafísica.
Vemos pues, que el trascender kantiano es un “ir del sujeto al objeto”, contrario al trascender platónico que era un “ir del objeto al sujeto”, y esta inversión de significado, que provoca consecuencias no sólo metafísicas sino también epistemológicas, es lo que se conoce como la famosa “inversión copernicana en el conocimiento” de Kant, con la cual se había iniciado la filosofía moderna, y precisamente con su iniciador, Descartes.
Con Descartes surgen: Una nueva realidad, el ‘yo’; una nueva trascendentalidad, el ‘carácter del yo’; un nuevo orden trascendental, ‘la verdad’; y una nueva primariedad, la ‘primariedad del yo’. Esto es, “es real aquello que es como yo pienso que es”. Este ‘yo trascendental’ que se origina con Descartes se mantiene con Kant, y con Husserl, es decir, está ahí y ahora. En Kant es un ‘yo cognoscente’, en Husserl es un ‘yo consciente’.
Zubiri, por su parte, otorga una enorme importancia a lo que él llama “orden trascendental”. Como sabemos, para Zubiri lo esencial no es el ente, o el ser, o el hombre, o la idea, sino la realidad; pero una realidad que considere las cosas, no ‘tales como son’, lo cual sería propio de cualquier ciencia y de cualquier actividad humana, sino ‘en cuanto son’, lo cual es lo propio de la actividad humana. En el primer caso, hay una implicación de ‘talidad’; en el segundo caso, hay una implicación de ‘trascendentalidad’. No es que la filosofía sea ajena a lo que las cosas son, sino más bien que su enfoque, el enfoque filosófico de las cosas, debe ser en función trascendental, lo cual significa no un desestimar la función talitativa sino un complementar su insuficiencia, colocándose por encima de ella. El aspecto talitativo entonces ni es el único ni es el más radical de la esencia, aunque es parte de ella. Diciéndolo todo con Zubiri: La esencia no es sólo aquello según lo cual la cosa es ‘ tal cosa’, sino aquello según lo cual ‘la cosa es real’. Y este carácter por el cual ‘la cosa es real’, que es la esencia, es el “carácter trascendental”. Zubiri provoca así el paso de lo talitativo a lo trascendental, lo cual va a constituir una constante en su filosofía.
Al comienzo de este artículo he colocado dos presupuestos: Lo “trascendental” en Platón es ‘ir’ del objeto al sujeto. Es en Aristóteles y el medievo, el ente en cuanto ente. En la filosofía moderna es un ‘ir’ del sujeto al objeto, pero poniendo incluso la trascendentalidad del ‘no-yo’: Aquello a lo que va el ‘yo’ es, por lo pronto, un ‘no’ mientras que el ‘yo’ no lo ponga. El ‘yo’, pues, es la realidad. La diferencia en Kant estriba en que mientras la filosofía anterior iba a las cosas y descubría en ellas la totalidad de todas las categorías, creyendo que las categorías eran propiedades de las cosas mismas, él establece que son propiedades de las cosas en cuanto son convertidas en objeto a conocer, pero no en sí mismas. Ni el sujeto cognoscente ni el objeto conocido o por conocer son, para Kant, ‘en sí’; son simples fenómenos.
El término “trascendental”, pues, es algo importante; pero no en el sentido actual en que lo sabemos utilizar sino en el recto sentido de la trascendencia como relación del conocimiento entre objeto y sujeto. ¿Quién pone la realidad? ¿El sujeto que observa o el objeto que es observado? Esto llegó hasta el nudo de lo cuántico cuando se cuestionó que no hay incertidumbre en el mundo cuántico sino que la incertidumbre la pone el hombre que lo observa. Recordemos que la teoría cuántica es la teoría del indeterminismo y de la discontinuidad de la materia.