Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Desde niño, no rx las imponentes civilizaciones del llamado Mundo Antiguo, ejercieron sobre mí, una increíble fascinación que ha perdurado a través del tiempo. Un lugar especial guardan en mi predilección, Egipto y Mesopotamia, portentosas sociedades autoras de una expresión arquitectónica y artística de inestimable valor.
Por ello, nada me causó más tristeza e indignación, haber presenciado los vídeos que circularon mundialmente, donde aparecían yihadistas del Estado Islámico (EI) perpetrando un acto de barbarie, al destruir numerosas obras asirias, resguardadas por el Museo de Mosul, en Irak.
Este terrorismo cultural es inaceptable desde cualquier punto de vista. No importa la ideología, ni la identidad política, ni la filiación religiosa, estamos ante un hecho de cruel fanatismo.
Una acertada definición de fanatismo es esta: “Extravío moral, como consecuencia de la exaltación de una idea que incapacita al hombre para usar libremente la inteligencia y la razón”.
Cuando la política, la religión, el deporte, la ideología, convierte a los seres humanos en marionetas, al servicio ciego de una obsesiva idea, que no admite ninguna réplica, todo está perdido.
La gran civilización mesopotámica, floreció entre los legendarios ríos Tigris y Eúfrates. Debido a su excepcional condición geográfica, óptima para el cultivo, fue conocida históricamente como “La Media Luna de las Tierras Fértiles” y desde luego, como “Cuna de Civilizaciones”.
Pueblos sumerios, acadios, babilónicos y asirios, entre otros, ocuparon sucesivamente las distintas regiones. De lo sumerios, recordamos la escritura cuneiforme; de los babilónicos a su rey Hammurabí y al famoso Código que lleva su nombre. Una obra monumental que contiene 285 leyes para distintas áreas del quehacer humano.
Y los asirios, pastores en su origen, habitantes de las altas montañas. Nación guerrera que conquistó Siria y Fenicia en el 850 a.C., para luego invadir Palestina y Babilonia. Su rey, Assurbanipal, simbolizó su mayor poderío, tras su muerte, la civilización decayó. Cuando el último rey asirio, es vencido, Nínive es aniquilada en el 612 a.C.
Desde épocas inmemoriales la zona de la antigua Mesopotamia, ha sido de las más convulsas del mundo. Y en las últimas décadas, las potencias occidentales y sus aliados han promovido y apoyado la formación de grupos radicales, en un afán de remodelar la geopolítica de la región, bajo un doble discurso: el de la aparente condena internacional, pero mediante el efectivo apoyo subterráneo.
El fanatismo étnico recorre no sólo al Oriente Medio, sino también a las naciones europeas con sus extremismos xenofóbicos de derecha. Es la gran contradicción de un mundo, que no aprende de las lecciones de la Historia, y que insiste en resolver sus diferencias por el camino de la violencia y de la intolerancia.
Treinta siglos de cultura y de historia, fueron reducidos a polvo en pocos minutos. Cuando la almágana falló, la sierra eléctrica terminó el bestial objetivo.
Asistíamos nuevamente a la escena dantesca que se vivió en la maravillosa Tenochtitlán, destruida por Cortés; a la quema de libros en la Edad Media y en los inicios del Renacimiento; a las iglesias incendiadas durante la guerra civil española; a las ciudades antiguas bombardeadas por los nazis y los aliados durante la segunda guerra mundial. Es decir, al malévolo triunfo de la fuerza bruta sobre la iluminadora razón.
¿Hasta cuando el fanatismo hincará sus furiosos dientes en la indefensa cultura? ¿Hasta cuándo?