Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Cuando en 1940, el formidable escritor norteamericano Ernest Hemigway, publicó su novela “Por quién doblan las campanas” (una novela ambientada en el drama de la guerra civil española, que el mismo Hemingway cubrió como reportero), el volumen apareció precedido de un epígrafe tomado de la obra “Devotions Upon Emergent Occasions”, Meditación XVII, perteneciente al poeta John Donne, un clásico inglés del siglo XVI.
Por cierto, el mismo título de la novela, es un préstamo al metafísico isabelino. Escuchémoslo: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Más allá de autores y fechas, eso fue, exactamente lo que sentí, el doblar de campanas, cuando el poeta Luis Alvarenga, me comunicó hace unos días, la noticia del fallecimiento de nuestro común amigo, José Leopoldo Carrillo.
El año pasado, entre otros amigos queridos, fue la partida de ese dulce muchacho, poeta y periodista, Tomás Andreu; y de nuestro fraterno, Salvador Juárez. Ahora, es el deceso del filósofo José Leopoldo Carrillo, ex profesor de la Universidad de El Salvador, ex director de un semanario nacional, y, sobre todo, estimado compañero y amigo de los años de gran inquietud literaria y social vividos en el seno del Taller Literario Xibalbá, al cual Leopoldo se incorporó, a principios de los años noventa.
Leopoldo era por ese tiempo, un joven silencioso, muy observador y amante de la poesía y de la justicia. Desempolvando archivos, he venido a encontrar algunos de sus primeros textos, donde el amor, el dolor y la esperanza se evidencian: “Si el peregrinar descalzo/por un destino de espinas/ que le han hecho hoyos a la esperanza/ si tus lágrimas derramadas/no han sido suficientes/ para ahogar/a los dueños del espectáculo/ sin poderse llevar/ la miseria y el hambre/si tu espalda hasta tiene joroba/ de tanto cargar la vida/ si tus brazos han sido pocos/ para ofrecerlos y venderlos/ a cualquier precio/pero han sido muchos/ a la hora de recibir/ lo poco que la vida ha dado/pero de la longitud de tus fuerzas/nacerá la nueva canción”. (Poema rosa para una madre desconsolada).
La muerte es siempre, como la vida misma, un misterio. Ya lo decía, magistralmente, Claudia Lars: “La muerte –tan eterna y verdadera-/Llega en silencio cuando está segura/ que ha de llevarnos a su casa oscura/y nos lleva de pronto a su manera…” (Fragmento de “Algo sobre la muerte”).
Hoy Leopoldo, regresa al viento, como en su poema Nostalgia: “Inventé una casa a la orilla del bosque/para confundirte con la naturaleza/ y, te convertiste en hojas/cuando vino el otoño/te llevó el viento” ¡Hasta siempre, Leopoldo, amigo!
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