Por Myrna de Escobar
Dicen que los bolos y los niños siempre dicen la verdad y se aprende mucho de la idiosincrasia de los pueblos. Oírlos hablar es otra historia. Una muy reveladora donde se desnudan los principios, clasistas, moralistas, religiosos, machista, o feministas de una sociedad.
- ¿Te acordás de la Lila, la hija de la quebrada, la que se fue a la ciudá? …Dicen que va a ser mamá.
- ¿A nombre?
- Si… ¡Salió tácele la cipota!
- ¡Pobrecita!
- ¡Ellas se lo buscan!
- ¡Qué esperanza la de los tatas!
- No, compagre. Es la criada del infierno. Lo que viene en camino es el segundo pecado de la Lila. El primero es un machito.
- Menos mal. No es bonita, pero es mujer al fin.
- Dicen que el patrón lo adoptó como hijo suyo desde que la Lila parió. Tres semanas de chiche y se lo quitaron.
- ¡Para qué adoptar! Laquella de nana paso a ser la criada del crío…al menos tiene arreglado el futuro.
- ¡Acordate que Lipe agarró a la Rosa a la juerza, a los once años… La Lila ya pasa de los 15. ¡Ya aguanta, la cipota!
- ¡Si compadre, para eso sirven las mujeres, para mantener al hombre bien contento!
- A la perica, la calor esta perra. Echémonos otra helada.
El bolo se abanicó el sudor con los bordes de la camisa mientras el limón partido se escurría en la boca marchita y sedienta del otro compadre. La tarde avanzaba inmisericorde. A lo lejos las guacal chillas hacían sus rondas de cantos tristes mientras las arroceritas hurgaban entre las flores del San Andrés.
El rumor de la Lila y su nueva panza emigró de la ciudad al campo. Era la comidilla de todos en las tiendas, la panadería, la tortillería, hasta en la chatarrera.
- La Lila se jodió desde que se fue para la ciuda.
- ay se hubiera quedado con los tatas.
Una bocanada de humo mortal interrumpió la plática. Lila no entendía por qué debía ser mamá de nuevo. Recién cerrada la herida, y ya estaba de toque. —pensaba. El bichito apenas empezaba a dar los primeros pasos y ya estaba ocupada de nuevo. El padre sería el nuevo coronel que frecuentaba la casa, o el nuevo amigo del dentista de la casa. Como siempre, la agarró por detrás, con saña, hasta quedar preñada de nuevo.
Con el nuevo embarazo empezaron los regaños, los reproches por no haberse tomado la pastilla. Lila, por su parte, pensaba que la pastilla dejada siempre sobre el lavadero era el veneno para deshacerse de ella, por eso las ignoraba.
Los maltratos y las humillaciones iban en aumento, acialazos e improperios azotaban su endeble cuerpecito convertido en mujer.
- ¡Por caliente!
- ¡Por bruta!
- ¡Por ofrecida!
- ¡qué te has creído, qué vamos a criar todas las mierdas que estás pariendo. Suficiente ya con que vivas bajo techo.
- ¡Cómo es que dejaste entrar en esta casa a esta putilla del monte! ¡Tan bien que estábamos!
De todo escuchó la pobre Lila. Quince años y medio y ya era mucho lo vivido. La mareaba la cerveza que le hacían beber mientras acompañaba a las visitas, después de eso todo podía pasar y ella no recordaba nada. Pensaba que mientras tuviera fuerza podía aguantar todo. Era mejor que estar en casa, con el tata. Ser su mujer o el juguete del hermano era inaceptable para la pobre Lila.
Pese a todo, la obligaron a cuidarse la barriga. Pero cuando se les antojaba, ignoraban su estado y la azotaban con lo primero que tenía a la mano, una cacerola caliente, el salta cuerdas o la silla del comedor.
- ¡Estos huevos te quedaron desabridos!
- ¡Qué salado te quedo el pescado!
- ¿Dónde están mis zapatillas limpias?
Los más peques de la familia se ensañaban en sus peticiones.
- No quiero esto.
- Dame más limonada
- Tráeme la mochila al carro, nos vamos al cole.
Al desaparecer todos al trabajo o al colegio, Lila sujetaba su delantal con impotencia y lloraba en secreto. Decía sus oraciones a quien parecía no escucharla, pero rezaba. Se juzgaba malcriada, dunda. Aceptaba todo por boba, por no tener dónde ir.
El día del alumbramiento llegó, y con ello más gritos, preguntas, reclamos.
- Decí, por fin… ¿De quién es el bastardo?
- ¿Del padrecito?
- ¿Del sereno?
- ¿Del panadero?
- ¿Del teniente que vino en vacaciones?
Lila, mientras tanto, pensaba en el trozo de ternera en la nevera, o el queso amarillo que hurtaba por las noches. No hubo viaje al hospital, la partera llegó sin hacer preguntas. Los ojos curiosos de Dieguito, quien debía ser su hijo, espiaban asustados tras la cortina de la sala.
- ¡Qué estás viendo, cipote!
- ¡Es la criada!
- ¡Lárgate a jugar o a ver tele!
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