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Otras encíclicas papales

José Roberto Osorio
Sociólogo

Otras encíclicas papales que integran la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) como: Rerum novarum (1891), Cuadragésimo anno (1931), Mater et Magistra (1961), Gaudium et spes (1965), Populorum progressio (1967), Octogesima adveniens (1971), Laborem exercens (1981), Solicitudo rei sociales (1987), Centesimus annus (1991) y Caritas in veritate (2009), defienden el derecho de los trabajadores a la libre asociación en sindicatos u otras asociaciones. Juan Pablo II ha defendido la existencia de los sindicatos y los consideró un «exponente de la lucha por la justicia social y un factor constitutivo del orden social y de solidaridad que no se puede prescindir».

En L.E. el papa indicaba: “Los sindicatos son exponentes de la lucha por la justicia social y el bien común. No se trata de asociarse para agredir a otros o para buscar la confrontación contra los demás como si fueran adversarios y enemigos, sino para construir juntos una comunidad humana donde el trabajo y el capital aseguren la producción y el bien estar de todos”.

Sobre este tema, agregaba Juan Pablo que: “Los sindicatos deben ayudar a construir el orden social y la solidaridad, por lo cual la actividad sindical entra en el campo de la política aunque no se lo proponga. En efecto, entendida la política como solicitud y preocupación por el bien común, también los sindicatos tienen este interés, aunque no deberían incidir directamente en el Gobierno, ni tendrían que estar vinculados a partidos político. Desde este punto de vista de su orientación hacia el bien común y la defensa de los derechos de los trabajadores, toda la actividad sindical es un noble ejercicio, y quienes la ejercen han de ser abnegados servidores no solo de sus compañeros, sino de las empresas donde trabajan, para el beneficio de todos”. “Los sindicatos son exponentes de la lucha por la justicia social y el bien común. No se trata de asociarse para agredir a otros o para buscar la confrontación contra los demás como si fueran adversarios y enemigos, sino para construir juntos una comunidad humana donde el trabajo y el capital aseguren la producción y el bien estar de todos (cf. LE 20).

Las propuestas de L.E, sorprenden porque a pesar del tiempo transcurrido desde  su difusión, hoy día se continúa discutiendo sobre: “el salario digno y la defensa de los trabajadores (que) son los mejores antídotos contra el desempleo y contra la emigración. En efecto, la actividad sindical que defiende a los trabajadores garantiza la justa remuneración. Entonces se evitará la emigración por motivos de trabajo y salario que es un problema siempre nuevo. El ser humano tiende a buscar un trabajo digno, estable y bien remunerado. Esto se traduce en la expresión “me voy en busca de mejores condiciones económicas y laborales”, razón que esgrimen muchas de las personas que emigran a otro país”. (Cf. L.E.).

La encíclica encontraba que en el mundo moderno existen numerosas situaciones que tienden a degradar la dignidad del trabajo. Juan Pablo las llamó «amenazas al correcto orden de los valores». Por ejemplo, cuando el trabajo es considerado un producto para la venta, o cuando los trabajadores son vistos como una «fuerza de trabajo» impersonal, los hombres son tratados como instrumentos y no como sujeto de trabajo. Otras violaciones a la dignidad del trabajo incluyen desempleo, subempleo de trabajadores cualificados, salarios inadecuados para sostener la vida, seguridad laboral inadecuada y trabajo forzado. Juan Pablo II contempla los beneficios de la tecnología, pero también su contracara negativa.

Asimismo en Laborem Exercens, Juan Pablo resalta las prioridades básicas como marco para discutir temas como el trabajo, el capital y la propiedad privada: “el trabajo es más importante que el capital y las personas son más importantes que los objetos. En esta parte contrasta dos ideas que considera errores: el materialismo y el economicismo. El primero subordina la gente a la propiedad, mientras que el segundo solo valora el trabajo según su beneficio económico”.  El pontífice, por el contrario, recomienda una filosofía personalista: “(…) el hombre que trabaja desea no solo la debida remuneración por su trabajo, sino también que sea tomada en consideración, en el proceso mismo de producción, la posibilidad de que él, a la vez que trabaja incluso en una propiedad común, sea consciente de que esta trabajando «en algo propio». Esta conciencia se extingue en él dentro del sistema de una excesiva centralización burocrática, donde el trabajador se siente engranaje de un mecanismo movido desde arriba; se siente por una u otra razón un simple instrumento de producción, más que un verdadero sujeto de trabajo dotado de iniciativa propia”.

Expone que si es verdad que el capital, “al igual que el conjunto de los medios de producción constituye a su vez el producto del trabajo de generaciones, no es menos verdad que ese capital se crea incesantemente gracias al trabajo llevado a cabo con la ayuda de ese mismo conjunto de medios de producción, que aparecen como un gran lugar de trabajo en el que, día a día, pone su empeño la presente generación de trabajadores. Se trata aquí, obviamente, de las distintas clases de trabajo, no solo del llamado trabajo manual, sino también del múltiple trabajo intelectual, desde el de planificación al de dirección”.

En conclusión, puede afirmarse que Juan Pablo propuso una visión dinámica y flexible de la propiedad y de la economía. Recomendó modalidades para que los trabajadores compartan la propiedad, como las cooperativas de trabajo o los sindicatos.

Las interesantes propuestas  contenidas en Laborem Exercens tienen todavía gran pertinencia histórica, y el análisis de la realidad actual lleva fácilmente a concluir que en muchos de estos temas no se  ha avanzado sino que se  ha retrocedido, -por ejemplo con la desregulación laboral-.

Es posible notar, asimismo, que aun existiendo estas bases ideológicas que conceden mucha fuerza han desaparecido del mapa los institutos políticos, que basaban su accionar en la “doctrina social de la Iglesia”, y se han atomizado y disminuido los movimientos de los trabajadores que se inspiraban en la doctrina católica, tema que merecería un buen análisis.

En general los trabajadores se encuentran desorganizados, divididos, atomizados. En algunos casos continúan siendo correas de transmisión de partidos políticos o trampolines para que dirigentes sindicales o personas afines se  conviertan en funcionarios gubernamentales.

En el caso de este país, datos oficiales de 2014 informaban que la tasa de sindicalización era del 4.7 %, aunque también es  conocido que en la región, el promedio rondaría el 2.5 % de la fuerza laboral sindicalizada, lo que es excepcionalmente bajo. Los trabajadores y sus organizaciones han perdido la oportunidad histórica (y también responsabilidad), de convertirse en un movimiento fuerte, incidente, efectivo y ético y por tanto de ser capaz de hacer realidad sus derechos fundamentales. Es preocupante que hoy en día, aún no se observan signos de que tal situación pueda cambiar.

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