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Otro gran traidor que se suma a la historia

Carlos Girón S.

Desde siglos antes de Cristo se han visto los casos de grandes traidores, quienes se han ganado esos nada honrosos títulos por las malvadas acciones que han cometido, despreciando la confianza que en ellos habían depositado los personajes o países traicionados. Y debe ser  algo muy duro pasar a los anales históricos de esa manera, que las generaciones los recuerden con el peor de los desprecios y hasta con maldiciones.

Echemos un vistazo a un remoto pasado, viendo algunos de los casos clásicos de grandes traiciones y traidores. Tenemos esto: Marco Junio Bruto, una de las figuras históricas más famosas ligadas al concepto de traición. Era político y militar en el Imperio Romano, cuando gobernaba Cayo Julio César, quien lo tenía casi como un hijo, siendo uno de sus hombres de confianza, designándolo gobernador de la Galia y Pretor. Julio César, tenía grandes poderes que de tiempo en tiempo debía acudir al senado para ser ratificado, pero ante el temor de que se coronara como rey o emperador, en el senado (similar a las que hoy son asambleas legislativas, y curioso el símil con casos de la actualidad), se conjuró un grupo de conspiradores a los que Bruto se unió. En la conjura, éste, con la espada desenvainada se abalanza junto con los demás en contra de su protector. Entonces, al verlos avanzar hacia él para asesinarlo, perdiendo toda voluntad de resistir, Julio César, se cubre con su mano gritando: “¿¡Tú, también, Bruto, hijo mío!?”, y dejándose caer a los pies de la estatua de su antiguo enemigo Pompeyo muere traspasado por veintitrés puñaladas… En los idus de marzo del año -44, (Los idus eran días de buenos augurios, que tenían lugar los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre). Un adivino había prevenido a Julio César, sobre una tragedia que lo amenazaba por esos días. No atendió el aviso.

0tro traidor fue Efialtes de Tesalia, un pastor griego todo deforme, que en el año 480 a.C. traicionó al rey espartano Leónidas, ayudando al rey persa Gerjes l, a encontrar un paso alternativo al estrecho de las Termopilas, lo que condujo a la caída de Esparta y una generosa recompensa que al final no obtuvo.

Pero, sin duda, el más grande caso de traición es el cometido por Judas Iscariote, una de las personas más odiadas en los últimos dos milenios. Él entregó con un beso en la mejilla a Jesús a las autoridades romanas, para hacerle padecer todos los sufrimientos que describen los Evangelios. La traición la cometió a cambio de un pago de 30 monedas, después de lo cual se arrepintió y queriendo pagar su pecado terminó ahorcándose de las ramas de un árbol. Había entregado al Hijo del Hombre a manos de sus enemigos.

En los tiempos recientes hay otra traición. Fue el intento fallido del 20 de julio de 1944  de asesinar a Adolf Hitler, llevado a cabo por un grupo de oficiales de su mayor confianza pertenecientes a la Wehrmacht. El atentado fue organizado por el coronel conde Claus von Stauffenberg, como parte de un golpe de Estado denominado Operación Valquiria. Stauffenberg, colocó una bomba en una sala de mapas dentro de la Guarida del Lobo, cuartel general de Hitler, donde se encontraba reunido con sus generales. A pesar de haber estallado la bomba, Hitler solo sufrió heridas leves. Como consecuencia del fracaso del atentado fueron detenidas unas cinco mil personas, de las cuales unas doscientas terminaron siendo ejecutadas -como lo merecen todos los traidores-.

Otro caso en años recientes es el de los esposos Julius y Ethel Rosenmberg, quienes pasaron  información secreta a un gobierno extranjero “en relación con la defensa nacional”. El 23 de septiembre de 1949, el presidente Harry Truman, anuncia que la Unión Soviética había realizado su primera prueba nuclear a finales del mes de agosto, causó una gran conmoción en Occidente. El anuncio supuso la vuelta al equilibrio armamentístico entre los dos bloques surgidos de la última contienda mundial. Fue el inicio de la guerra fría.

El 29 de marzo de 1951, el jurado dictó un veredicto de culpabilidad contra los Rosenberg y el 5 de abril, fueron condenados a muerte por el juez de la causa.

En general puede considerarse que todos los casos de golpes de Estado, son traición de funcionarios civiles o militares que los cometen.

En ese sentido, el “autoproclamado presidente encargado o interino”, en la República Bolivariana de Venezuela, se ha ganado  ya su sitial con ese vergonzoso título de traidor en la cartelera  de los siglos, por ser un traidor olímpico: ha traicionado al pueblo bolivariano que lo llevó a la Asamblea Nacional y se encaramó en la curul presidencial de dicho Órgano; ha traicionado a la Patria bolivariana, atentando contra el Gobierno de la República legalmente constituido, y lo peor de su traición es la de pedir descaradamente y casi de rodillas, la ocupación militar de la República Bolivariana de Venezuela, ha enviado a emisarios a hacer su ruego a reunirse para planificar la invasión con jefes del Comando Sur Militar, estacionado en la zona del Caribe venezolano, Carlos Vecchio, hablando por Guaidó, se reunió con los citados militares para hablar concretamente sobre lo solicitado por el traidor.

Ahora se ha apaciguado el traidor por un acuerdo indebido de hacer negociaciones. Es un error. Los gobiernos constituidos no tienen por qué poner en duda su legitimidad y ponerlo en tapetes de discusión. Los únicos diálogos que caben son con los pueblos soberanos. Y el mejor camino es ir a elecciones cuando sea el momento apropiado, señalado por la Constitución.

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