OTRO TIEMPO/ ALVARO DARIO LARA
A la memoria del artista Dany Portillo Flores.
Me pide el poeta Mauricio Vallejo Márquez una crónica de este tiempo. Tiempo de reclusión, tiempo de desencuentros, pero también, acaso, tiempo luz de otros encuentros.
Hemos permanecido horas, días, en el fatigante laberinto de la desolación ¿Y qué se hicieron todos? ¿A dónde fueron? ¿Qué fue del parque, del diario escritorio, del almuerzo y del café en la ciudad inventada por la nostalgia y el amor por las cosas sencillas? Ciudad ésta de mis otras historias, tan lluviosa y querida… ¿No es cierto don Marlon, no es cierto Isaí?
Casi todos se han ido. Duermen y callan detrás de los amplios ventanales de sus propios sueños, miedos y tristezas. Y es que pocos, imaginamos, la dimensión del huracán. Ya pocos recordaban la peste de pretéritas centurias con su procesión de negros ataúdes; y la cal, y la ceniza cubriendo el dolorido rostro de los que se quedan, tan sólo esperando turno en los tenebrosos y destartalados hospitales, cárceles, campos de concentración, calles y casuchas de la ciudad del caos.
Y aquí como allá, ya no caben, ya no suenan, ya no tienen ningún valor los largos e inútiles corredores por donde transitan y se escupen, tirios y troyanos, simulando preocuparse por quienes siempre beben del cáliz más amargo de la desdicha.
Todos los que de verdad están muriendo y los que faltan por morir lo saben. Lo sabía muy bien el amigo aquel, ya amputado, ya ciego, ya fallido en su pobre humanidad de joven artista, al entrar, por última vez, al quirófano, donde la muerte, silba y silba todo el día, su canción inexorable.
No hay música dulce, entonces, ni para la vendedora de ropa, ni para el motorista, ni para el niño que pregona el periódico, ni para el albañil o el mecánico, ni para los ebrios, ni para los locos, ni para quien vende su cuerpo en cada esquina de este pútrido mundo. No hay pan. No hay leche. Ni carne ni verdura. Sólo palos, encierro, despidos, muerte, y nuevos y absurdos decretos. Que nadie acata, que a nadie le importan.
Sigue lloviendo sobre el hambre y la miseria, sobre los famélicos perros que se disputan la basura. Y no parece nada claro el panorama para los muchos de la Patria. Pero sí para otros, los que cuentan y acumulan las ganancias de siempre. Los que, otra vez, engordan sus bolsillos a costa de la guerra, la peste, el miedo y el absoluto sufrimiento de los más desposeídos.
Nadie se acerca a la friolenta república de la plaza libertad. Nadie repara en ella, con respeto; únicamente aquellos que la ultrajan y dinamitan a cada instante. Únicamente aquellos que mienten y mienten, a lo largo y ancho de sus cuatro costados.
Sin embargo, hacia algún lugar deberá llevarnos este tormento… hacia la estrella interior; hacia otro valle y volcán; hacia otro tiempo, quizás menos irracional; ojalá, menos turbulento.