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Pachakuti una nueva tierra y un nuevo cielo

Josef Estermann
Tomado de Agenda Latinoamericana

La concepción predominante del tiempo a nivel global es la occidental que es una suerte de síntesis entre la idea griega del “eterno retorno de lo mismo” y de la idea semita de la progresividad paulatina del tiempo y de la historia. Esta simbiosis entre la concepción circular griega y la concepción semita (judeo-cristiana) lineal, que es, en el fondo, una inconsistencia, se viene plasmando, desde el Renacimiento, como el sostén de lo que se suele llamar “desarrollo”, “progreso” y “crecimiento económico”. La inconsistencia no sólo resulta en el carácter incompatible entre el círculo cerrado y la línea abierta, sino también entre la necesidad y la contingencia, entre el destino ciego y la historicidad, entre un mundo cerrado y un mundo abierto, entre el ser y el devenir. En el determinismo casi metafísico del Mercado, tal como lo plantea el neoliberalismo, ambas concepciones se juntan: se trata de un modelo de linealidad y progresividad que presupone la “libertad” del Mercado y sus actores (“Libre Mercado”), pero a la vez, se habla de la “inevitabilidad” del crecimiento y “progreso”: estamos condenad@s al crecimiento.

En muchas cosmo-espiritualidades indígenas, a lo largo de esta nuestra Tierra que habitamos junto a los demás seres, rige otra concepción de tiempo que no apunta ni a la linealidad (contingente) ni a la circularidad (determinista), sino a una suerte de ciclicidad, de acuerdo a los grandes ciclos astronómicos, meteorológicos, biológicos y agrícolas. En los Andes de Abya Yala, el principio cíclico determina la vida en todos sus aspectos, inclusive lo espiritual y religioso. Pacha es la palabra quechumara (quechua y aimara) para referirse a este aspecto de ordenamiento en espacio y tiempo; es el cosmos ordenado, la estructura tripartita de espacio y tiempo (o mejor dicho: de espacio-tiempo) que se rige por el principio fundante y fundamental de la relacionalidad. Todo está conectado con todo; no existe un ser “ab-soluto”, fuera de la red de relaciones que es el fundamento de la vida.

Esta red de relaciones –pacha– se rige por los principios de complementariedad, correspondencia, reciprocidad y ciclicidad, y se mantiene de esta manera en un equilibrio a lo largo de tiempo y espacio. Enfermedades, desastres naturales, pandemias como la actual del coronavirus y desigualdades socio-económicas atentan contra este equilibrio de tal manera que se puede llegar a un “punto crítico” de quiebre que se llama pachakuti. Esta palabra quechumara significa literalmente el “retorno del pacha”, es decir la re-volución cósmica en un sentido disruptivo y no continuo. En el pachakuti se revela otro tipo de ciclicidad –aparte de los ciclos astronómicos, meteorológicos, agrícolas y biológicos– que tiene que ver con la historia (tanto humana como no-humana).

Según la cosmo-espiritualidad o filosofía andina, el pacha pasa por grandes ciclos que terminan en un pachakuti. De este, se abre posteriormente un nuevo ciclo con un equilibrio perfecto en un inicio (muy parecido a la metáfora bíblica del Jardín de Edén). Según l@s maestr@s sabi@s de los Andes, l@s amautas, yatiris o p’aqus, cada ciclo “histórico” comprende alrededor de 500 años. Se supone que la Conquista hace quinientos años fue un tal pachakuti, y que hoy estaríamos ante la inminente llegada de un nuevo pachakuti. Las señales de esta inminencia se pueden apreciar en el creciente desequilibrio, tanto en sentido social como ecológico, político y económico, pero sobre todo en el creciente número de las llamados “desastres naturales”, pandemias y enfermedades terminales. El cambio climático es considerado una señal manifiesta de que el pacha como relacionalidad equilibrada está por colapsar, porque por lo visto no hay remedio de restablecer el equilibrio dañado.

El rol del ser humano en la conservación o destrucción del equilibrio pachasófico es fundamental, porque es una chakana (“puente”) cósmica muy significativa, aunque de lejos la única y tampoco la más importante. Como chakana, el ser humano (runa/jaqi) cumple el rol de cuidante (arrariva) del orden cósmico, tanto a nivel del cuidado de la vida en todos sus aspectos como a nivel de la reproducción ritual de los lazos vitales entre los distintos niveles del pacha. A través del ritual, el pacha se hace presente tal como estuviera en su forma equilibrada, y se intenta, de esto modo, “curar” en forma simbólica las “heridas” del pacha que causan desequilibrios y un desbalance. Sin embargo, hay situaciones tan dramáticas y traumáticas – como la Conquista hace quinientos años o el cambio climático actual – que ya no pueden ser restablecidas mediante la representación ritual y simbólica. Se puede decir que las chakanas o puentes cósmicos son dañados de tal forma que ya no sirven de medio de articulación; el ser humano mismo como chakana ritual principal está en crisis.

En este caso, un pachakuti es inminente, es decir un cambio brusco muy parecido a una “revolución” en el plan socio-político. En la filosofía dialéctica, se habla del vuelco brusco de la cantidad en calidad, es decir: si una cierta cantidad (por ejemplo el deterioro del planeta) llega a un punto crítico, de repente cambia la calidad de forma irreversible. Los parámetros de antes ya no sirven; la situación durante la crisis del coronavirus nos puede servir de ejemplo de este cambio brusco de lo evidente en su contrario. L@s sabi@s andin@s concuerdan con la ciencia occidental seria de que en la actualidad, nos acercamos de manera acelerada a este punto, porque se trata de un momento de coincidencia de varias crisis: ecológica, económica, pandémica, política, espiritual, antropológica, financiera y civilizatoria. Este “punto de no-retorno” rompe con el esquema progresista de la linealidad continua del tiempo y hace manifiesto el carácter cíclico del universo (pacha) y de la realidad humana (kay/aka pacha).

En el punto crítico “ocurre” un pachakuti que pone fin a un ciclo (en este caso: el antropoceno; el capitalismo; el extractivismo; la desigualdad creciente; según el punto de perspectiva) y da inicio a otro ciclo. Este nuevo ciclo no es la repetición circular al modo del fatalismo griego (“eterno retorno de lo mismo”), sino la oportunidad de una “nueva Tierra y un nuevo Cielo”, de un nuevo pacha equilibrado y armonioso. Sólo que el cambio no se produce de forma continua (como secuencias de “reformas”), sino de modo disruptivo, discontinuo y explosivo (como “revolución”), lo que implica, en perspectiva humana, un cierto grado de “violencia”. Es una violencia que es producto de un sinnúmero de actos violentos anteriores de seres humanos contra otros seres humanos y contra lo que Occidente llama la “naturaleza”. Es el búmeran de la criatura pisoteada, abusada, maltratada, explotada y saqueada.

Desequilibrios a nivel familiar, comunal e inclusive nacional y global pueden ser restablecidos normalmente, de acuerdo al principio de reciprocidad, por actos recíprocos de restablecimiento, retribución, “curación” y restauración del equilibrio, sea en forma ritual-simbólica, sea en forma “real” mediante instrumentos de repartición de la riqueza, “penitencia” económica (decrecimiento), equidad de relaciones y nuevas formas de solidaridad. En un mundo dominado por el principio (lineal) del crecimiento económico, este tipo de “reparaciones” atenta contra la misma lógica del “progreso” y, por tanto, es considerado un acto de “injusticia” frente al Mercado y su despliegue “perfecto”. Debido a este cinismo anti-humano y anti-pachasófico, no hay otra salida a las múltiples crisis que un pachakuti.

El punto de no-retorno es inminente, aunque l@s sabi@s andin@s no conocen la fecha ni la forma en la que se produce. Sólo advierten de las muchas señales que hablan del desequilibrio cada vez más dramático en forma del calentamiento global, del aumento de la desigualdad entre una minoría riquísima y una mayoría empobrecida, de las pandemias y de la frecuencia acelerada de crisis económicas, financieras y políticas. En la perspectiva pachasófica, un tal pachakuti es la ultima ratio para el restablecimiento del equilibrio perdido, para que pueda surgir “una nueva Tierra y un nuevo Cielo”.

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