René Martínez Pineda
Sociólogo, UES
Cuarentena. Compromiso. Cadáver. Colapso. Capital. Cero. Compromiso, de nuevo, como jalón de orejas a la sociología. El relato del brote que rápidamente se convirtió en pandemia es, a estas alturas de la agonía respiratoria en la unidad de cuidados intensivos de la miseria, una novela trágica que leeremos una y otra vez; una enfermiza novela sobre la enfermedad y sobre la desigualdad social que profundizan, con imperial conocimiento de causa, algunos patéticos académicos que, por tener corazón neoliberal y concentración de ansiedad anticipatoria en el hígado, son cómplices gratuitos de la exclusión social de los grupos económicos más pobres (esos que sufren la cuarentena con la espada del desempleo o del hambre en el cuello) y de aquellos muchos que no tienen acceso a la tecnología -y sus fascinantes redes sociales- para continuar las clases o el trabajo; redes sociales que, paradójicamente, acercan a las personas, alejándolas.
Entonces, esa novela trágica trata de un virus y trata de la pandemia de fascismo que develó desde los primeros días de su cuarto rebrote. La pandemia del coronavirus, como se le conoce coloquialmente a este bicho que no está ni vivo ni muerto, se deriva de la enfermedad por coronavirus iniciada en 2019 (COVID-19) y es causada por el virus coronavirus 2 del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS-CoV-2).
De entrada, ese laberinto de palabras y cacofonías es una señal de que no se sabe qué pasa o, peor aún, que se sabe lo que pasa, pero no se quiere divulgar. Se identificó por primera vez en diciembre de 2019 en Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en la República Popular China, al reportarse casos de personas enfermas con un tipo de neumonía desconocida. Las afectadas tenían vínculos con trabajadores del Mercado Mayorista de Mariscos de Wuhan. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la reconoció como pandemia global el 11 de marzo de 2020, sin embargo, esta organización carece de autoridad planetaria.
Hasta el 3 de mayo (el Día de la Cruz en los pueblos latinoamericanos, razón simbólica por la que escogí esa fecha) se ha informado de más de 3.5 millones de casos de la enfermedad en unos 212 países (los cinco países con mayor número de infectados son: Estados Unidos, España, Italia, Reino Unido y Alemania), con más de 247,000 muertes (los cinco países con mayor cantidad de fallecidos son: Estados Unidos, Italia, Reino Unido, España y Francia), y más de un millón de casos de personas recuperadas (los cinco países con mayor número de personas recuperadas son: Estados Unidos, Alemania, España, Italia e Irán). Solo el 0.05 % de la población del planeta se ha contagiado (según las pruebas realizadas) y ese risible porcentaje es suficiente para paralizar a todo el planeta, lo cual demuestra la precaria inversión en salud pública que realiza el capitalismo. Por tal razón, el paciente cero es la pobreza globalizada.
En New York y San Salvador –pasando por lugares irreales como Sri Lanka- se cuelgan panfletos que indican cuáles son las formas de transmisión y protección, y entonces descubrimos que el virus ha empujado a la humanidad al siglo XIV porque el temible bicho le teme a las máscaras (herederas de las que combatieron a la peste negra); la ha empujado al tiempo de los fenicios porque, como lección de historia, descubrimos que el temible bicho le teme al jabón y, con la misma severidad, quiere empujar a la sociología a los años en que fue autora intelectual de la desigualdad social. Conmocionada por la velocidad del contagio, la OMS ha declarado el brote como “un suceso nunca antes visto en su impacto económico” y le suplica –porque eso hace: suplicar- a los gobiernos de todos los colores y a los organismos de ayuda médica que no le quiten el ojo de encima.
Y la gente no le quita el ojo de encima al virus y atestigua el crecimiento –por temor a contagiarse- de la hostilidad contra quienes enfrentan la pandemia en los hospitales y albergues; y la gente no le quita el ojo de encima a las ciudades rebasadas por la muerte y ve pilas de cadáveres en los parqueos de los hospitales o en los camiones refrigerados prestados a los restaurantes de comida chatarra. Y a pesar de las imágenes dantescas –o por la necesidad del pan diario, ya que la mayoría vive del sector informal- miles de personas desafían la cuarentena con actitudes que pueden ser violentas, por el hartazgo de un encierro necesario; agónicas, por el hambre que muerde en la mesa; o políticamente cínicas, porque han sido enviadas a las calles -como carne de cañón- a cumplir una inicua función de desestabilización política. En todo caso, y en todos los casos, el desafío a la cuarentena hace casi imposible rastrear los nexos epidemiológicos disparando el número de infectados.
Desde que se supo del contagio del personal médico, los medios de comunicación –invocando el amarillismo que amamanta- se saturaron de pavorosas siluetas de doctores y enfermeras con trajes protectores sacados de las novelas de ciencia y ficción; y, después de imágenes de personas “contenidas en albergues” tratando de romper los cordones de seguridad para huir de dichos lugares en los que la cuarentena se parece demasiado a la cárcel, no importa que sea por el bien común. Twitter y Facebook están plagados de noticias falsas; insultos; visiones apocalípticas como las de la peste negra en la que, de la mano de la iglesia, prevaleció el “sálvese quien pueda”; rumores y, como oscura táctica política, acusaciones por el manejo de una crisis completamente social. En 2020, el “sálvese quien pueda” es gritado por los ricos; por los que tienen acceso a internet y, por tanto, pueden continuar sus clases como si nada pasara, y hacerlo con la venia de algunos académicos de las ciencias sociales de extrema derecha; y por los políticos corruptos que ven una posibilidad de estar frente a las arcas abiertas de la ayuda internacional.
Para suerte de la sociología crítica, en los tiempos de las pandemias como esta encontramos a muchos científicos sociales que trabajan –o exigen ser incluidos en situaciones que le darían legitimidad y pertinencia a su formación- en el campo de las medidas de salud preventivas que faciliten la labor médica, debido a que, más que nunca, es fundamental la opinión social en la decisión médica. Por supuesto que, ignorando las enseñanzas de pandemias anteriores, todavía hay oposición a pesar de que hay mucho que decir de los fallos en las medidas de bioseguridad, debido a que estas tienen una implicación negativa en los sectores populares en el marco de débiles infraestructuras sanitarias que tergiversan la resistencia a dichas medidas.
A medida que el contagio se acelera la sociología de las pandemias deja en claro –para ser tomado en cuenta en futuras pandemias- que las medidas tradicionales de contención tendrán un éxito mayor y serán menos traumáticas en las ciudades donde la gente, abrazando su cultura, tome sus propias medidas de protección, y para eso es necesario formarla.