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Paciente cero: la sociología en los tiempos de las pandemias (2)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

En los tiempos de una pandemia en los que las medidas tomadas contradicen la cotidianidad de la inmensa mayoría de la población (medidas que en las ocasiones más inicuas son usadas o recusadas para obtener réditos políticos) los sociólogos, antropólogos, trabajadoras sociales, psicólogos, educadores, artistas, defensores de los derechos humanos y periodistas, desde la particularidad de sus etnografías, deben fortalecer la esperanza de acceder, como opción acertada, a los recursos comunitarios que le den mayor efectividad y amigabilidad a las medidas sanitarias, razón por la cual deben formar parte de los equipos de contención y prevención social. Como en casi todos los casos de emergencia provocados por nuevas pandemias –o por viejas enfermedades con nombres diferentes o que fueron provistas de contagios controlados por las transnacionales- la urgencia de una acción inmediata para frenar el coronavirus frecuentemente impugna el requisito de una metodología de investigación lenta y apacible que es propia del mundo académico burocratizado en el que la realidad se detiene en un libro.

Si para la sociología de las pandemias –habidas y por haber- el paciente cero es la pobreza, las grandes preguntas son ¿cómo usar la etnografía y la epistemología de la cotidianidad que reivindican la existencia del cuerpo-sentimientos para que contribuyan a las prácticas de contención social con los recursos culturales en lugar de hacerlo contra dichos recursos?, ¿qué hace o debería hacer un sociólogo socialmente comprometido cuando está en medio de las necesidades de salud pública inmediatas durante un brote pandémico que se convierte en un hecho social total?, ¿cuál es el papel del sociólogo frente a las decisiones políticas que se toman para enfrentar una pandemia y frente a las irracionales posturas partidarias que muchas veces surgen como recurso desesperado de un argumento electoral en bancarrota?

No cabe duda de que el papel de los científicos sociales -en general- debe asumir una forma institucional porque es un papel estratégico y es el complemento de lo biomédico para estudiar, intervenir y enfrentar con criterio multidisciplinario (con la prevención social basada y sostenida en la identidad sociocultural), el brote de pandemias como la del COVID-19 que deterioran con más intensidad y amplitud la llamada soberanía nacional y cuestionan, públicamente, los difusos límites de las democracias liberales que en épocas “normales” se disfrazan de sociales o de populares. Cuando se identificó el brote del coronavirus en China, muchos sociólogos y antropólogos (pensando en la experiencia del Ébola, en Guinea) nos quedamos esperando ser convocados a formar parte (activa y ad-honorem) de las instancias de intervención social y de contención cultural, pero ese llamado nunca se hizo. El aporte principal hubiera estado centrado en la elaboración de un diagnóstico sociodemográfico (la densidad y concentración poblacional es decisiva en el ritmo de contagio) y en la posterior formulación de un protocolo cultural y sociológico del manejo integral –en tiempo e intensidad- de la cuarentena y el distanciamiento social a partir de una minuciosa descripción etnográfica de la cotidianidad de las relaciones sociales, y del escandaloso estado de la desigualdad social que se ve profundizada por acciones de exclusión social deliberadas que pretenden que sean los pobres los que paguen los platos ratos por el virus, y que lo paguen con desempleo; con la reprobación del año académico en las instituciones educativas que premian al estudiante que tiene los recursos tecnológicos y una conectividad tan buena como segura; y con cadáveres, claro está. Contar con un protocolo cultural y sociológico de las cuarentenas permitirá ver y reconocer, por ejemplo, los hábitos de descanso del pueblo en los sectores de alta concentración poblacional: los estrechos pasajes de la comunidad; las preferencias alimentarias soportables en el tiempo; la mirada sociológica sobre el uso de los espacios públicos disponibles como extensión de su idea de libertad y las prácticas domésticas esenciales como cocinar haciendo aparecer ingredientes que no existen; como rezar con la misma fuerza y convicción con la que toca el cielo y, cuando el miedo se desborda, rezarle hasta las piedras; como charlar sobre cosas intrascendentes que se convierten en fundamentales; como reír las lágrimas propias y ajenas para no perder la costumbre ancestral que se niega a emigrar; almacenar comida en bolsas plásticas, cajas de cartón y hasta en el corazón para que los hijos no aguanten hambre; celebrar y recordar en soledad, o muy cerca de ella, para reafirmar los rituales de una cultura nacida del contacto físico. Con lo anterior se aclararían cuáles podrían ser las situaciones concretas y simbólicas de proximidad en medio del distanciamiento social que tendrían más posibilidades de éxito para frenar la transmisión del virus.

Ese trabajo etnográfico desde la perspectiva de la epistemología de la cotidianidad será -de ser requerido en el futuro- muy intenso y amplio, pero su comprensión de los mecanismos y laberintos de prevención social primaria seguirá siendo, a lo sumo, preliminar. Es de aclarar que a pesar de que la compresión en función de la prevención social tenga un carácter preliminar y tendrá que navegar en el furioso mar de las noticias falsas o tergiversadas, seguirá siendo la mejor apuesta porque complementará lo biomédico parándose en los hombros de la cultura y conociendo mejor al que esta sociología identifica como el paciente cero. Significa entonces que las pandemias, así como las guerras, abren nuevos campos a la investigación social y cultural, las unas en los días de brotes y rebrotes, las otras en los meses de las escaladas e invasiones. En ambos casos son –o deberían ser- las ciencias sociales las que ofrezcan argumentos científicos para evitar la ruleta rusa de la información falsa o espuria que incluye, como desesperado mecanismo de defensa individual o como ataque político que perjudique la coyuntura, la propagación de múltiples rumores, tales como que la pandemia no es real; o que es una conspiración de las grandes potencias económicas que terminará de la noche a la mañana; o que es una guerra bacteriológica. Aunque ninguna de esas informaciones (o afirmaciones, más bien) es absurda, el problema práctico es que genera hartazgo o confusión en la población, y eso la lleva a tomar decisiones erradas o apresuradas que se traducen en un mayor número de contagiados o en gastos inútiles.

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