Marlon Chicas
El Tecleño Memorioso
“Alta flor de las nubes / lo mejor del verano /con su tallo de música /en mi mano sembrado. / Regalo de noviembre, /nuevo todos los años; /para adornar de día, /para jugar un rato. / Banderola de fiesta/ que se escapa volando…” Claudia Lars.
Fragmento del poema “Barrilete” de la sonsonateca Margarita del Carmen Brannon Vega, conocida como Claudia Lars quien, utilizando una bella metáfora de forma magistral, nos transporta a esas épocas de la cometa, la que surca libre por el viento, elevando nuestra infantil imaginación, expresada en su juguetón comportamiento sobre el azul cielo, de la tierra cuscatleca.
Existen algunas teorías sobre el origen del barrilete, las cuales no están comprobadas aún, que se remontan a China y al Archipiélago Malayo, entre los dos o tres mil años. De acuerdo con la cultura china, el vuelo de las cometas esta referido a las hazañas del general Han Hsin, de la Dinastía Han (206 A.C. – 220 D.C.), otra teoría la atribuye al ingeniero neozelandés Peter Lynn quien, en compañía de su esposa en 1971, produjo una papalota de una sola línea para niños.
El uso de la piscucha, me hace evocar aquella lejana infancia en el barrio El Calvario, ya que, por esos tiempos, era característico la presencia de fuertes y gélidos ventarrones, provocando en los niños de la zona como el suscrito, anhelar una cometa, ya que, al no contar con recursos económicos, este deseo era arrebatado ante la imposibilidad de adquirirla, obligando a los chiquillos a construir sus propios barriletes, con ayuda de sus padres o hermanos mayores, utilizando el ingenio y creatividad con materiales reciclados como: varas de castilla, papel periódico, engrudo, hilo y plástico, los más intrépidos construían carretes de madera a fin de no perder su papalota, cuando esta ganaba altura.
Uno de los momentos cruciales de su elaboración eran las pruebas a campo abierto, siendo el lugar idóneo el predio Columbus o Dueñas como era conocido dicho sitio, donde se ponía de manifiesto la experticia y sagacidad de algunos, logrando elevarles hasta lo más alto de las nubes, la que por momentos se hacía imperceptible al ojo humano, el diestro piloto ponía a prueba su fuerza ante el violento vendaval, amenazando con arrebatarle el carrete y a su pájaro de papel.
Quien escribe, siendo un bisoño en tales lides, se conformaba con correr a toda prisa jalando mi cometa, confeccionada por mi madre, disfrutando de su corto vuelo, ya que, dicha acción dejaba escapar mi imaginación, hacia mundos mágicos, adicionalmente a ella, llevaba conmigo una figura de plástico sujeta a un cordel y una bolsa, que simulaba un paracaídas, que al lanzarlo con mis infantiles fuerzas, observaba su lento descenso a tierra, trayendo consigo un mensaje de amor desde la eternidad de mi añorado padre.
Cómo olvidar los aguerridos combates, por la conquista de los cielos tecleños, entre pájaros de papel, provocando en los espectadores una mezcla de emociones y más de un dolor de cuello, a fin de no perderse el desenlace de tal batalla y conocer al vencedor, entre tanto otros menos afortunados lidiaban con las travesuras del viento provocando la pérdida de sus barriletes en la copa de un árbol o poste de energía eléctrica, con resultados fatales y en el menor de los casos una visita a urgencias por tal atrevimiento.
Hoy solo queda decir con un hondo suspiro, ¡linda infancia que no volverás! Hasta una próxima crónica mis estimados lectores.