Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Desde el aparecimiento de la humanidad, try las grandes virtudes, buy los grandes valores y los grandes conocimientos irrumpieron en nuestro planeta, viagra sale ya para entonces habitado por un sinnúmero de seres vivientes de las más complejas y extraordinarias formas. Pero, con la humanidad llegó también el desconcierto, la guerra, la violencia, y el resto de males que contaminaron y ensombrecieron la belleza de este mundo.
Como muy bien anota, el autor Crowley Farber, en su libro “Grandes iluminados de nuestro tiempo” (Edicomunicación S.A., Barcelona, España, 1992): “Un individuo influencia todo el cosmos con cada uno de sus pensamientos, palabras y acciones. Por eso una persona con paz en el corazón irradia naturalmente paz y armonía, e influencia a todo el universo. Los que están inquietos, preocupados o llenos de problemas, sin tener conciencia de felicidad, producen influencias desfavorables a su alrededor. Cuando un gran número de personas son desdichadas, o están tensas y equivocadas, la atmósfera del mundo se satura de esas influencias. Cuando las tensiones en la atmósfera crecen y superan cierto límite, la atmósfera se rompe en calamidades colectivas”.
Estas palabras, a los ojos de un frío materialismo, parecerán ridículas, cuando no absurdas. Sin embargo, revelan una sabiduría, que no es nueva para la faz del ser humano. Los llamados Maestros y Avatares, aparecidos a lo largo de la historia, en distintos pueblos y culturas, nos lo han anunciado: la paz verdadera –profunda- como la denomina alguna escuela mística, sólo emana del interior de nosotros mismos. Ahí anida, en esa chispa divina que todos llevamos dentro, y que muchas veces negamos consciente o inconscientemente, con nuestras actitudes y acciones.
El mundo católico expresó en el documento del Consejo Episcopal Latinoamericana (CELAM), en Medellín, Colombia, correspondiente a 1968, una verdad indiscutible: “No habrá continente nuevo, sin hombres nuevos”. Y esto visualizaba ya, -en ese año tan simbólico para esta parte del orbe, y en realidad para el orbe entero- que era prácticamente imposible cambiar las estructuras sociales, políticas, económicas y culturas injustas, sin que no hubiera previamente, una auténtica conversión individual y colectiva, hacia la paz, la justicia y el amor, es decir hacia el bien supremo.
La gran cantidad de revoluciones, reformas sociales, procesos de transformación que han prescindido de esta verdad, tarde o temprano fallaron. Y esto es completamente entendible. Buscar en el exterior -de forma mecánica y unilateral- las causas de la infelicidad, no puede continuar siendo un dogma de la sociología, la política o la economía. Existen muchos pueblos que todavía no alcanzan las condiciones óptimas de vida, y pese a esto, prevalece en ellos la paz. Como también hay muchísimos que superan los estándares de vida, y que no obstante, sus ciudadanos viven en la miseria interior.
La verdad de la paz, está íntimamente ligada, al poder de las palabras, sobre todo, a las que vienen de nuestro corazón. Asimismo, las palabras exteriores, también ejercen una gran influencia en nosotros. El escritor místico Mark Martin, nos dice al respecto: “Las palabras pueden sosegar una mente preocupada: ofrecen guía e iluminación; ayudan a compartir ideas y conocimientos, animan y vivifican. Por otra parte, las palabras pueden causar confusión y discordia”.
En estos tiempos tumultuosos, emprendamos el viaje hacia el ser interno, fuente segura e inagotable de hermosas palabras de paz. Con toda certeza, irradiaremos luego, la paz profunda hacia los demás, restaurando, la urgente concordia universal.