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Palabras que cuestionan

José M. Tojeira

La visita del Papa a Cuba y posteriormente a Estados Unidos ha llenado infinidad de páginas en los periódicos. Las alabanzas son muchas, capsule las críticas pocas, cialis sale muy puntuales y sin tener en cuenta el conjunto de lo que se va logrando y abriendo en el pensamiento eclesial. Pero lo que menos abunda es el intento de trasladar algunas de sus palabras a las propias realidades de nuestros países. Y esto no deja de ser sorprendente. Se cubren noticiosamente pasos y palabras del buen Francisco, se le alaba en general, pero rara vez se insiste en que sus palabras tienen también aplicación local. En ese sentido haremos hoy el ejercicio de recorrer brevemente el discurso realizado ante la ONU, y en ese sentido dirigido también a El Salvador, para ver si sus palabras tienen aplicación a nuestra tierra.

Ya entrando en materia, comienza el Papa haciendo un balance de lo positivo de la ONU que contrasta, dice él, con la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Leyendo este discurso es necesario preguntarse si en El Salvador no ha habido también terribles disfunciones a causa de las ambiciones descontroladas o los egoísmos colectivos. Las palabras de monseñor Romero hablando de la idolatría de la riqueza o de la idolatría de la organización, suenan ciertamente muy cercanas a las palabras que el Papa dedica en la actualidad al mundo en que vivimos. ¿Se terminaron ya esas ambiciones descontroladas? Oyendo a empresarios y políticos que afirman que para tener un presupuesto nacional suficiente basta con austeridad y ahorro en el gobierno, es evidente que la ambición y la sed de lucro de muchos sigue pesando demasiado en El Salvador. La unidad entre asociaciones de ricos y poderosos económicamente con el partido principal de la derecha, hace pensar a cualquiera que no hay una voluntad real de invertir en la gente. Tenemos un Producto Interno Bruto limitado y relativamente pequeño, y recogemos de él con impuestos un pobre 15%. Los impuestos caen con mayor dureza sobre los pobres mientras una buena proporción de empresas y ciudadanos pudientes evaden impuestos. No hay duda de que las ambiciones descontroladas de unos pocos y los egoísmos de sus corifeos siguen siendo la causa principal de los problemas salvadoreños, incluida la violencia. Porque mantener a un pueblo en la pobreza y la desigualdad nunca ha sido una opción a la hora de crear paz y cohesión social. Y si la política injusta de impuestos la queremos arreglar sólo con austeridad, el hambre, el bajo nivel educativo y las deficiencias en salud persistirán e incluso se agravarán.

Si seguimos leyendo el discurso de Francisco y nos encontramos con la siguiente frase, ¿qué podríamos pensar?. Dice él: Un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades… La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente.¿No hay excluidos en el país? ¿Será que el salario mínimo de la zafra, de 109.20 US dólares, es un salario decente que permite el desarrollo humano y no tiene nada que ver con el egoísmo de unos pocos y la exclusión de muchos? ¿Qué tiene que ver que en El Salvador no se pueda poner un impuesto al patrimonio, al lujo y al predio donde se habita o se comercia, con el afán egoísta e ilimitado de poder? ¿No hay egoísmo ni afán de poder en ANEP cuando se oponen a esos impuestos?

Y no es que el Papa esté inventando. La doctrina social de la Iglesia viene denunciando desde hace muchos años la ilimitada libertad de los competidores de la que han sobrevivido sólo los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de conciencia (Pío XI en 1931). No es extraño que el Papa Francisco, entonces, reclame con energía de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Reclamo que los ciudadanos debíamos repetir sistemáticamente, insistiendo en nuestro derecho al agua, a un aire sin contaminación, a un salario mínimo digno, a una seguridad eficiente, a una educación y salud de calidad, universal y abierta a todos. Nuestro gobierno tiene la obligación de ir aprisa en la construcción del desarrollo humano y los ciudadanos debemos exigirle que se enfrente con esas fuerzas egoístas que tratan de frenar e impedir en el país el avance hacia la justicia social. ¿O también nos dirán los económicamente poderosos que aquí ya gozamos de justicia social? Con razón sigue el Papa insistiendo en que la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana.

El Papa compara el narcotráfico con una guerra contra la población. Y no hay duda que el tráfico de drogas en El Salvador ha aumentado considerablemente, directa o indirectamente, los niveles de violencia, corrupción y crimen existentes. Su opción por la paz y la justicia es muy clara. Y termina su alocución en la ONU animando a todos a construir juntos la casa común de los seres humanos sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. Es una llamada a los gobiernos, pero también una exigencia para las élites, incluidas las de nuestro país, incapaces en su mayoría de entender con seriedad lo que significa la fraternidad universal, la justicia y la paz.

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