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Palestinos sueñan con volver 70 años después del éxodo

Campo de refugiados de Al-Amari/Gaza/Territorios Palestinos/AFP

Joseph Dyke/Adel Zaanoun

Thaer Sharkawi nunca ha visto el lugar que considera su casa. Tiene 31 años y, como muchos otros palestinos, espera «volver» algún día, un sueño aparentemente inalcanzable.

Su casa, dice, es Kafr Ana, actualmente en Israel, a unos 50 km del campo de refugiados de Al Amari, en Cisjordania ocupada, donde nació y creció.

Kafr Ana dejó de existir hace décadas. Habitada, según las estimaciones, por casi 3.000 árabes y más de 200 judíos, la localidad se vació ante la ofensiva de la organización paramilitar judía Haganah durante las semanas anteriores a la creación de Israel y la guerra israelo-árabe de 1948.

La proclamación de independencia de Israel el 14 de mayo de 1948 es sinónimo de éxodo y de «catástrofe » («Nakba» en árabe) para los palestinos. Cientos de miles de ellos fueron expulsados o huyeron de sus aldeas.

La semana próxima los israelíes celebran la apertura de la embajada estadounidense en Jerusalén (una iniciativa del gobierno de Donald Trump a favor de Israel) y los palestinos conmemoran como cada año la «Nakba». En ambos casos se anuncia una movilización palestina importante.

Thaer Sharkawi forma parte de los aproximadamente cinco millones de palestinos registrados como refugiados entre Líbano, Jordania, Siria, Cisjordania y la Franja de Gaza.

«Sheij Google»

La mayoría son descendientes de aquellos que se fueron en 1948, como los abuelos de Thaer Sharkami, y nunca han visto sus casas familiares, muchas de ellas destruidas. A pesar de ello, él habla con entusiasmo de los naranjales de los que se ocupaban sus antepasados y sabe que había una escuela para niñas y otra para niños.

«Nunca fui allí pero escuché hablar de ello», dice. «Me he informado en internet», añade.

Nabil, el padre de Thaer Sharkami, no teme una pérdida del vínculo entre la nueva generación y el pasado.

«Ahora tenemos posibilidades (tecnológicas). Está sheij Google. Van y ven: ‘aquí se hallaba Kufr Ana’. Google los ayuda a ver la tierra que es suya», dice.

El «derecho al retorno», la reivindicación de los palestinos de regresar a las tierras actualmente israelíes, sigue siendo uno de los temas más espinosos para una eventual solución (cada vez más lejana) del conflicto israelo-palestino.

Israel rechaza categóricamente este derecho. Aduce que permitir el retorno, aunque fuese a una parte de ellos, vendría a ser como proclamar su propio fin como Estado judío. Para los palestinos, renunciar a el mismo es algo inaceptable.

Los refugiados transmitieron el vínculo de generación en generación. No se limitan a proclamar la nostalgia de Palestina, sino que mencionan la aldea o la ciudad, cuando no la calle.

La transmisión no está exenta de estereotipos. Los de Majdal son hombres de negocios, los de Lod un poco tacaños y los de Jaffa tienen dotes artísticas, se rumorea.

«Volveremos»

Otros guardianes de recuerdos son los árabes israelíes, descendientes de palestinos que se quedaron en sus tierras después de 1948 y que hoy tienen nacionalidad israelí.

En un campo cercano a Haifa (norte de Israel), Bakar Fahmawi graba con su teléfono móvil un edificio otomano abandonado.

Desde hace cinco años, todas las semanas graba un pueblo o zona abandonada y sube el video a Facebook para compartirlo.

«Los que se fueron oyeron hablar de su país pero nunca lo vieron», dice por teléfono a la AFP. «Lo hago para que no olviden su país y para que sepan que tienen un país, el más bello del mundo», añade.

En la Franja de Gaza, bajo bloqueo israelí y egipcio, internet es casi el único vínculo con el exterior.

Desde el 30 de marzo la Franja de Gaza es escenario de una movilización masiva en nombre del «derecho al regreso». El ejército israelí mató a más de 50 palestinos desde el comienzo del movimiento, que se espera termine el 14 o 15 de mayo.

Shayma Abeed, de 16 años, sólo conoce Gaza. Conserva la llave de la casa de su abuelo en Al Jiya, a 19 kilómetros al norte del enclave.

Al abuelo «le gustaba hablarnos de Al Jiya, de sus amigos, del trabajo en la granja y de nuestra casa, caliente en invierno y fresca en verano», recuerda y se hace una promesa: «Un día volveremos a su casa».

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