Carlos Girón S.
Ante el dolor, el sufrimiento, la angustia, el desconsuelo, la desesperación y el abatimiento que padece actualmente la humanidad con los estragos y matanzas que está causando la pandemia del COVID-19, habrá muchos que posiblemente lleguen hasta a pensar que es una injusticia divina y hasta quizá un castigo de Dios.
Nuestra humanidad está horrorizada, dominada por el temor y el miedo a cómo pueda afectar a cada uno o a su familia la terrible pandemia que ha causado ya muchos miles de muertos y contagiado a millones que corren peligro de sucumbir también de no recibir a tiempo el tratamiento adecuado. Tristemente, la ciencia médica no cuenta hasta el momento con la vacuna u otros antídotos que puedan combatir eficazmente el mortal virus del coronavirus. Los científicos luchan frenética y desesperadamente en sus laboratorios procurando encontrar esa vacuna, cuyo descubridor final se haría acreedor sin duda al próximo Premio Nobel de Medicina, aunque el mayor galardón sería haber dado un tremendo aporte para salvar a la humanidad de tan horrible pandemia. Buenas noticias se han producido en las últimas horas procedentes de China -país donde apareció el mortal virus para expandirse al resto del mundo— de pruebas exitosas en humanos de una vacuna contra ese virus, lo que despierta inmensas esperanzas para alivio de nuestra humanidad.
Mientras tanto, los gobiernos de todos los países contagiados con el virus han actuado con rapidez, unos más que otros, tomando las medidas que se ha creído más convenientes para evitar el incremento acelerado de la enfermedad. Las cuarentenas y restricción de la libre circulación -salvo en caso de verdadera necesidad- han incomodado en general a las familias en todas partes, pero es posible que sí ayude a preservar la salud de los pueblos.
Lo que preocupa a los gobiernos y sectores productivos y económicos son los efectos que se derivan de la práctica paralización de todas las actividades en los diferentes ámbitos de una nación y lo peor, el masivo desempleo con el cierre de empresas o un funcionamiento solo a medias que vendrá a poner más delicada la situación de las familias al incrementarse la carencia de bienes de consumo, y a la par, más pobreza. Ante esto, con buen sentido humanitario, la mayoría de gobernantes acordaron dar bonos y subsidios a miles de familias para ayudarles a paliar la escasez acentuada con los desempleos. Lógico, aduciendo la crisis y merma de su rentabilidad, no pocos empresarios, particularmente medianos y pequeños se ven en la necesidad de rescindir contratos de trabajo o simplemente mandar a sus casos a los trabajadores; el Gobierno, sin embargo, ha reaccionado ante esa medida y amenaza con sancionar estas decisiones de los empresarios.
Cuestión de justicia.
Y aquí es donde entra la pregunta: ¿Será posible que haya una injusticia que baja de los cielos o un duro castigo del Creador para nosotros los humanos? La respuesta necesariamente tiene que ser ¡NO! no es ningún castigo de Dios que es todo amor, bondad, perdón y misericordia. Es cierto que hay una justicia que le llaman divina, que es cuando alguien en este plano sufre una afrenta o burla de la justicia que aplican algunos jueces cuando el que es juzgado es inocente del crimen o delito que se le achaca.
Pero -aparte de lo anterior- en cuanto a la pandemia, de lo que se trata es del funcionamiento perfecto de las leyes naturales, cósmicas y universales que Dios estableció, gracias a la cual se da la vida y todos sus dones que los humanos recibimos, pero también buscan los equilibrios y compensaciones que son necesarios para la conservación en forma del Universo y la Naturaleza. Todos sabemos que actualmente hay una población mundial gigantesca, de aproximadamente seis mil millones de personas (6.000.000.000), estimándose que para el año 2025 será de unos ocho mil millones quinientos mil (8.000.500.000) habitantes. Hay que hacer notar que un alto porcentaje de esa población de hoy en día es de ancianos mayores de 65 años, siendo esta precisamente la que es más vulnerable a los ataques del COVID-19.
Las pestes y pandemias que han asolado a la humanidad de tiempo en tiempo -con los millones de seres que mueren- pueden interpretarse como un mecanismo de la naturaleza para preservar el equilibrio poblacional. Y, ¿serán diferentes esas pestes y pandemias de las guerras regionales y mundiales debidas a la conducta humana, que igualmente diezman con índices elevados a la población?
Más de una vez hemos dicho que gran parte de las tragedias que con frecuencia golpean al mundo, o a ciertas regiones del mismo, afectando a grandes poblados, son desencadenados, no por Dios, sino, ¡asombrémonos! por los seres humanos mismos. ¿Cómo así? Por la manera de pensar, por lo que se dice al hablar y por las acciones que ejercemos los hombres y mujeres. ¿Por qué? porque todas las actuaciones generan energías que son absorbidas en el espacio cósmico y se unen a las energías que hay allí. De modo que si en las energías enviadas prevalecen las de signo positivo, la resonancia al planeta será beneficiosa, traerá bendiciones a la humanidad, pero si son de signo negativo, acarrearán infortunio. Por ahí andan las explicaciones a todo lo que estamos viendo y padeciendo tantos miles de seres en nuestro planeta.