Hija de Claudio y de Lucía, arquitectos, salesianos cooperadores y catequistas que vivieron en Tarento, donde el padre proyectaba la parroquia de San Juan Bosco. Paola creció y se formó en el oratorio salesiano.
Es una chica “extraordinariamente” normal, con los sueños y desilusiones típicos de su edad. Tocaba bien la guitarra, practicaba el deporte (natación, voleibol). Fue un modelo apasionante de santidad vivida en lo cotidiano: casa, iglesia, escuela, amigos. Era un cristianismo discreto, con estilo salesiano, de pocas palabras y muchos gestos.
Sensible e inteligente, a la edad de nueve años comenzó a escribir un diario secreto en el cual escribió frases que nos permiten entrever su vida interior: Si crees en Dios, tienes el mundo en el puño. Espera con calma y tendrás todo lo que deseas. Si Dios es la fuente de todas las cosas, ¡solo Él podrá hacernos realmente felices!
Quienes la conocieron dicen que es un modelo para la juventud actual, para que les descubra el valor de la vida y responda a los interrogantes que les acosan. Fue una luminosa imagen de la juventud.
Afirman que su personalidad se basaba en: el diálogo (se mueve, estudia, trabaja, reza, habla, analiza, ofreciendo a todos soluciones claramente resolutivas); la donación (los jóvenes frente a una realidad tan viva e interpelante, tan cercana a ellos -belleza, deporte, amistad- quedan conquistados y se esfuerzan en imitarla y ser, como ella, un puente hacia Dios y los hermanos en la alegría de darse); la fe (creía sinceramente en Dios, lo amada, le hablaba, vivía de Él, lo hacía conocer).
Tuvo la suerte de tener una familia que era un admirable ícono de fe vivida.
Se querían tanto que creían como familia “siempre los tres juntos”.
Murió a los 14 años, segada por una hepatitis viral. En su mesilla tenía una biografía de Don Bosco que leía cada noche.