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Para comer arroz hay que producir arroz

El portal de la Academia Salvadoreña de la Lengua

PARA COMER ARROZ HAY QUE PRODUCIR ARROZ
Por: Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Cien hombres puestos en un montón no producen un hombre de talento.
ARTHUR SCHOPENHAUER.

Contaba Jonathan Swift que una vez, un hombre en su juventud construyó un manicomio, y en su vejez ingresó en él. Comienzo titulando este portal con este sabio proverbio chino: “Para comer arroz, hay que producir arroz”.

Con esto del bitcoin y las criptomonedas, en lo que se ha involucrado el país vía motivos poco claros y confusos, y de las crípticas explicaciones que se escuchan todos los días, de todos los tonos y de todos los colores, pareciera que el hombre salvadoreño ha perdido ya la poca racionalidad que le quedaba, y ha entrado en una difusa etapa de confusión de su conciencia. No se trata de discutir cómo ha de administrarse esa nueva moneda, y qué efectos tendrá al mediano y al corto plazo; no se trata de argumentar, ligeramente, que conociendo su reglamento se “aclarará” todo. La pregunta esencial, en primariedad, corre en el sentido de a qué
se debe tal cosa, cuál es la necesidad que tiene el país de entrar a una nueva complicación en su cotidiano vivir, porqué tanta urgencia y tanto misterio en su implementación. Porque si algo está claro es que ello ha estado siendo programado minuciosamente en los círculos de su interés, y cuidadosamente estudiado. Otra cosa es que la gente no tenga acceso a ese conocimiento, aunque esto debería haber sido lo justo.

El hombre debe meditar sobre su ser mismo, sobre su sentido, sobre explicarse, más que cómo ha llegado al mundo, porqué ha llegado, cuál es su objeto, su misión. Esta época megatecnológica, que lleva al hombre a una vida virtual, aparente, y que lo va orientando cada vez más a una especie de “hombre modificado”, “hombre-robot”, obliga a hacer una reflexión sobre su posición en el mundo. Esto del bitcoin y su aliado strike no es una cuestión aislada. Es un peligro verlo de esta manera. Hay una tendencia mundial a llevar al hombre a una total dependencia de la tecnología, y conducirlo a una condición de hombre virtual. Se le está llevando progresivamente a la supresión de lo que se conoce como su “experiencia subjetiva”, importante condición humana sin la cual el hombre deja de ser en sí mismo: ‘En este momento, veo la casa, y los árboles sobre la colina en lontananza, escucho el rumor de los
autos en la carretera, siento el acogedor calor de mi habitación, y me pregunto si el rascar en la puerta es mi gato que reclama entrar…..’ Todas estas sensaciones son mías, y son de carácter privado, dotadas de ese carácter privado, de esas cualidades que no son comunicables a ningún otro, cualidad inefable e indescriptible que los filósofos llaman “qualia”, muestra efectiva experiencial de la existencia que ahora se encuentra en peligro de ser negada. Cada hombre tiene sus “quale”, y sus “quale” son sólo de él y no le son
comunicables a ningún otro. Son experiencias reales, vivas, parte de “mi” mundo, del ambiente en que vivo. Son todo aquello que soy.

Por supuesto que hay un mundo físico, del cual mi “experiencia subjetiva” se origina. No podemos saber de qué está hecho, cuál es su naturaleza profunda,  pero no dudamos que exista. ‘Si abro la puerta, allí está el gato aruñándola, y la puerta misma, y si hubiera otra persona junto a mí, también vería al gato, y a la puerta, pudiendo tocarla además de verla…..’ Pero mis sensaciones del gato y la
puerta son mías, y las de la persona junto a mí son de él. No podemos confundirlas ni igualarlas.

El hombre es un ser “mente-cuerpo”. Es dos sustancias, la mente, inmaterial, inextensa, y el cuerpo, material, extenso. Es, pues, la “experiencia subjetiva”, la “qualia”, por un lado, y el mundo físico con él por el otro. El dualismo, en una palabra. ¿Cómo se comunican ambas sustancias? Este es el complejo problema, que mantuvo en ciernes a la filosofía moderna, desde el mismísimo Descartes hasta Leibniz y Wolff, que el primero buscaba resolver recurriendo a la famosa “glándula pineal”, y Leibniz por su lado, a su también famosa “armonía preestablecida”. Zubiri, por su lado, habla de un “constructo psicoorgánico”: “El hombre es un constructo psicoorgánico en el cual la mente es sólo ‘mente-de’ este cuerpo, y el cuerpo es sólo ‘cuerpo-de’ esta mente”. Es su famoso ‘constructo del de’.

Este problema de la comunicación de las sustancias es lo que ha dado en llamarse “el problema difícil de la conciencia”, que confronta con el también llamado “problema fácil de la conciencia”. Este incluye la percepción, el aprendizaje, la atención, la memoria, el modo en el cual distinguimos los objetos y reaccionamos a los estímulos, la diferencia entre el sueño y la vigilia. Este es el problema fácil,
entendible, llano, en comparación con el problema realmente difícil de “la experiencia en sí misma”, esto es, responder al como hace la “experiencia subjetiva” para emerger de la objetiva materia cerebral. Y esto no es una “cuestión ficticia”, como tratan de argumentar algunos.

Pero el caso es que el hombre es eso: “qualia” y “mundo físico”, “experiencia subjetiva” y “realidad objetiva”. Una es propia, individual, incomunicable: Hay tantos mundos como hombres en él. La otra es común a todos, es una sola, el gato que araña, la puerta que se abre. Negar una es negar la otra, y, claro, negar al hombre. Se rompe el constructo zubiriano, la armonía preestablecida leibniziana,
las dos caras del reloj de Mallebranche, y el monismo de la sola sustancia espinoziano. Y esto es lo que, gravemente, estamos afrontando ahora, oscuramente por cierto, como efecto de la era megatecnológica y sus malos usos. Estamos rompiendo al hombre mismo, dejándolo sin su “qualia”. Hay muchos mecanismos para romper ese tiempo y lugar en que la conciencia surge, esa línea-confín de actividad cerebral en la que aflora la conciencia. Uno de ellos, sutil, críptico, confuso, subterráneo, subversivo, molesto,
peligroso, agresivo, violento, taimado, es este adminículo que ahora aparece con el nombre de “bitcoin” y su aliado el “strike”. La estrategia es invertir los planos estructurales del hombre, privilegiando los planos de los medios, (economía y política), sobre los planos de los fines, (cultura, participación, familia). Uno de los mayores peligros que subyace en esta condición es que el hombre se traslada, de individuo, a masa, masa social; otro es que se convierte en hombre-zombie. ¿Ha escuchado usted algo sobre el
hombre-zombie? Seguramente que sí. El hombre-zombie tiene un aspecto perfectamente similar al nuestro, que hace, piensa y habla como nosotros, pero no es consciente. Este nuestro alter ego no tiene ninguna experiencia privada y consciente, sus acciones no son conscientes. Roger Penrose, hablando de ello, se preguntaba, ¿Tenemos dos individuos conscientes separados que habitan el mismo
cuerpo? Y yo siempre me he preguntado también: Cuando se maneja un vehículo y el conductor se distrae platicando con una persona que le acompaña, quién realmente va conduciendo? Porque sin verlo, vamos siguiendo el entorno. Reducir al hombre a “masa social”, “hombre-zombie”, eso es lo que busca, no sólo el bitcoin pero el bitcoin también.

Vamos, pues, al bitcoin, al strike, y a otras peculiaridades de unas mentes difusas. Esto, ¿nos dará de comer?, ¿nos hará más educados?, ¿nos hará más cultos?, ¿tendremos más salud?, ¿tendremos más vivienda?, ¿tendremos mejor vestido?, ¿un mejor techo para nuestros hijos? ¿Libertad para dar sentido a nuestra “experiencia subjetiva”? ¿Nos aclarará nuestro sentido de la vida?

Pero repito: Este rompimiento del hombre es lo que ahora llamo “la crisis de la conciencia del hombre salvadoreño”. El hombre salvadoreño ha entrado en una etapa, triste, de su existencia, la etapa de la “crisis de la conciencia”. De ello continuaré hablando en próximos portales……

Aunque desde ya, debo insistir: Como decían los chinos, que por eternos eran virtuosos, y por ágrafos eran sabios, “para comer arroz,
hay que producir arroz”.

Ver también

Nacimiento. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil, sábado 21 de diciembre de 2024