Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Cuestionador profundo del republicanismo tropical que conoció en su prolífica vida, don Alberto Masferrer (1868-1932), nuestro “Alto Pensador de Centroamérica”, como lo llamó la doctora Matilde Elena López, dejó escritas, acaso, las más memorables páginas sobre moral social, que atesora la literatura salvadoreña.
Un sistema que habla del pueblo, de la democracia y de las floridas instituciones, pero que conculca, en la práctica, los mínimos derechos de sus ciudadanos, para el caso, la alimentación, la básica subsistencia, ha perdido la dignidad. La vida como bien supremo, los mínimos derechos sociales y económicos son irrenunciables. Ese es el escenario ante el cual Masferrer reacciona en las primeras décadas del siglo XX.
Por estas razones, don Alberto, no exento de ironía, en el apartado “Por el pueblo” del texto definitivo del “Mínimum Vital”, nos dice, con increíble actualidad: “Deseas que el pueblo aprenda a leer; que aprenda a escribir; que se le permita votar; que se le enseñe higiene, gimnasia, economía; que tenga conciencia de que él es el Soberano. La historia, la geografía, los hospicios, los hospitales, los parques, las diversiones: todo para el pueblo. Y también la democracia, la prensa libre y hasta la igualdad ante la ley. Pero si te hablan de que dejes al pueblo, a cambio de todo eso, una sola cosa: la posibilidad real de comer, de vivir entonces te opones y te escandalizas. Tu instinto te dice que esto sólo destruirá tu domino sobre el pueblo; mientras que todo lo demás no alcanza a quebrantarlo, ni siquiera a disminuirlo”.
Y remata nuestro escritor: “El hecho de que un trabajador se arruine o perezca cualquier día y deje a su familia sin apoyo, sin que ni el patrón a quien servía, ni la Nación que indirectamente recogía los beneficios de su trabajo, se preocupen más de su suerte, significa que no hay solidaridad; que no hay, realmente, un elevado concepto del trabajo, que no hay República. Porque esta palabra, ya es tiempo de que se diga, es lo que racionalmente debe significar, vida para todos, un poco de bienestar para todos. Así la entendía el pueblo que comenzó a forjar la Revolución Francesa, y fue una lamentable desgracia que los políticos de todos los tiempos, hayan cambiado a la hermosa y santa palabra República su genuino significado, para hacer de ella una caricatura de las monarquías. Sí, las repúblicas de hoy, son simples caricaturas, simulacros. El pueblo, el trabajador, vive en ellas tan infeliz y despreciado como en las monarquías más orgullosas; sólo que se le miente más, pues se le hace creer constantemente que tiene más derechos que antes, cuando en realidad, no los tiene”.
Coherentes con el pensamiento de don Alberto, para que haya República, es necesario que toda la ciudadanía, pero especialmente, quienes administrarán la cosa pública del inmediato futuro, pongan su mayor empeño, su compromiso, su buena voluntad, en lograr la unidad y el progreso nacional.
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