Claraboya
PARA SECAR UNA LÁGRIMA
Por Álvaro Darío Lara
Una de las circunstancias que más me han conmovido en la vida, es el abandono fatal o el comportamiento autodestructivo, en el cual, los seres humanos, sin distingo, incurrimos.
He conocido maestros y grandes personalidades, que, pese a su éxito y reconocimiento, han permitido que los hados funestos de la depresión, la tristeza y el pesimismo, los precipite en un proceso de sufrimiento, que en ocasiones, ha terminado con su existencia.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué aquellos que han sido capaces de trasladarnos tanta belleza a través de sus obras o de producir tanto bien para otros, han sido incapaces de poder sobrellevar sus propios problemas, cediendo ante la desgracia? La respuesta no es sencilla, ya que estamos considerando el alma humana, tan contradictoria e incierta.
Es doloroso contemplar cómo vidas tan maravillosas y útiles, de pronto, sucumben ante los embates vitales, aislándose negativamente del mundo, viendo en cada persona un posible enemigo, esperando sólo maldad de los demás; perdiendo, en definitiva, toda alegría de vivir, toda confianza, toda esperanza.
No hay ser humano que pueda librarse de las penas, sean éstas, enfermedades, pérdidas de familiares, desencuentros amorosos, dificultades laborales, económicas o educativas; sin embargo, sea cual sea nuestra situación, será siempre la actitud con la que enfrentemos la posible problemática, la clave que determine nuestro estado interior. No hay duda que no podemos escapar del dolor, pero sí podemos superarlo, logrando alcanzar una vida más en paz y en armonía.
La conmiseración, el regodearnos en hacer una lista interminable de nuestras penas; el quejarnos persistentemente y de forma patológica, sólo pueden abonar a un empeoramiento del ya difícil estado. Debemos recurrir no al encierro, sino a la apertura hacia las maravillas que el mundo puede ofrecernos. Ir al encuentro de personas positivas, cuya conversación o compañía sea bienhechora; practicar ejercicio, caminar, asociarse a entidades de servicio, tomar un taller o curso educativo; cultivar la espiritualidad, constituyen factores importantes en la recuperación. Ante todo, es conveniente la aceptación de nuestra propia realidad personal, con sus luces y sombras. Ya lo dice la popular oración: “Dios mío, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar…valor para cambiar las que puedo… y sabiduría para conocer la diferencia”.
El control de los pensamientos es muy decisivo en el vencimiento de cualquier problemática depresiva. En buena medida, somos lo que pensamos. Si creemos que no podemos, es claro, que no lograremos ninguna meta. Si alimentamos nuestra mente con ideas reiteradas de signo oscuro, ¿cómo podemos obtener ánimo, alegría, optimismo? Hay que cerrar los canales a toda persona, medio de comunicación, ambiente que pueda perturbarnos gravemente. Esto no siempre es factible, pero hay que recordar que somos nosotros los que abrimos las puertas a lo que nos puede perjudicar.
Finalmente, hay que dejar atrás el pasado, y dirigir la vista al prometedor futuro. Como bien dijo el gran poeta griego, Apolonio de Rodas: “Nada se seca más rápido que una lágrima” ¡Qué esa sea nuestra ruta!