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Para una agenda transformadora

Óscar A. Fernández O.

Por muy importante que sea la conciencia individual de los ciudadanos y la acción de los movimientos sociales, seek la dirección y efectividad de las políticas públicas sigue dependiendo de la capacidad del Gobierno y del liderazgo político.  Lo hemos planteado antes, de tal forma que el urgente objetivo de llevar al país a formas superiores de vida en todos los aspectos, es una tarea de primera responsabilidad que corresponde al Estado. El resto de los salvadoreños debemos contribuir desde otros ámbitos, pero sobretodo desarrollando una conciencia de solidaridad con los débiles y los desarraigados.

Sin asumir posiciones preconcebidas, debemos entender que toda nuestra actividad se inserta en el marco de una nueva actitud de lucha de los pueblos en el mundo y especialmente en Latinoamérica, la cual fija ciertos parámetros para edificar sociedades equitativas, integradas, democráticas y pacíficas, proscribiendo la marginación y la extrema pobreza, como requisitos ineludibles para aspirar al desarrollo. El buen juicio nos ilustra que después de tantas décadas y de una guerra interna, El Salvador no puede seguir siendo el mismo país, social y económicamente polarizado, donde los designios del capital transnacional sean concebidos como “palabra Divina”.

Para afrontar los desafíos de construir un nuevo país, muchos puntos de vista “obvios” tienen que ser no sólo revisados sino cambiados en el marco de los valores humanos solidarios, pero alejados de la proyección folclórica del pensamiento político tradicional. Por eso es necesario que las nuevas formas de pensar acompañen al rediseño del país, por que si nos limitamos a seguir con “más de lo mismo” no será posible afrontar con dignidad y eficiencia las nuevas exigencias de transformación global y seguiremos siendo sujetos a la vulnerabilidad en todos sus ángulos. Los términos revolución, transformación y rediseño, ilustran la variedad de la naturaleza y el contenido de los cambios que necesita el país. Dicha diversidad, como sustancia de la nueva agenda, debemos resaltarla para contrarrestar las simplistas y enraizadas tendencias neoliberales orientadas al libertinaje de mercado, el consumo y la concentración de la riqueza. Estos “clichés” apoyados en creencias ocultas o explícitas cómo “siempre habrá pobreza” y el “destino de la humanidad”, no informan de lo que ocurre verdaderamente ni propician una visión social y normativa.

La nueva agenda debe ampliar más allá de los puntos políticos y económicos, los aspectos éticos estableciendo cómo debe conducirse el Estado y cómo debe orientarse a una sociedad, desarrollando la cultura del derecho y la obligación y la cultura política del poder ciudadano. Rediseñar el país es redesiñar también el Estado elevando la capacidad de conducción estratégica y ejerciendo su papel regulador basado en el triángulo equilátero: democracia efectiva, equidad social y desarrollo económico.

Establecer un verdadero Estado del pueblo, adquiere en nuestro país un significado revolucionario y resulta un nuevo punto de partida. Por eso no es suficiente quitar escombros y volver a edificar, es necesario plantear nuevas interrogantes: ¿Es adecuada la forma de gobernar tradicional para resolver los problemas de pobreza, marginación, delincuencia y corrupción? ¿Es el mercado la única fuerza de desarrollo histórico? Se trata de preguntas, que cómo otras más, esperan respuestas contundentes, desde que nuestros grandes problemas permanecen sin solución. Es necesario observar a nuestro alrededor y preguntarnos ¿es éste país, que sufre de miseria y ausencia de valores colectivos, por el cual valga la pena formular proyectos a largo plazo? ¿Cuáles son las perspectivas futuras?

Es indispensable desarrollar un país de justicia, pero no en abstracto, sino en el derecho real del ser humano y sobretodo de los olvidados, los marginados y los excluidos, que también son de éste y no de otro país. El desafío y la misión de evitar otra conflagración están planteados.

Las alternativas surgen de las experiencias reales y del análisis de una realidad concreta. Las ilusiones son el opio de los intelectuales que no actúan. Lo que es fundamental a cualquier alternativa es el tema del Estado. A pesar de lo que los neoliberales repiten, el Estado es central en la promoción y defensa de las políticas neoliberales y a la perpetuación de las desigualdades. Por tanto, la cuestión elemental es la relación entre el pensamiento revolucionario y el Estado. La tarea estratégica fundamental es establecer un Estado fuerte, que cultive, proteja y desarrolle la democracia de  la gente, no la de los poderes económicos; que responda a los movimientos populares democráticos. Esta meta estratégica, sin embargo, es el producto de una lucha prolongada y acompañada por luchas que dan soluciones de corto a mediano plazo a los problemas básicos que existen.

Se puede ser “la izquierda” del sistema capitalista y gobernar para rescatarlo, pretendiendo que sea “un capitalismo bondadoso”. Pero como lo ejemplifican ya otros países latinoamericanos, se puede optar por otro carril, y en vez de intentar caerle bien a los poderosos de siempre, debemos de impulsar articulada y mancomunadamente, con los movimiento sociales y las masas, procesos verdaderamente revolucionarios de cambios sociales, abonando el camino de las revoluciones democráticas y culturales que se profundizan con la participación cada vez más protagónica de los pueblos.

Debemos con ello,  generar la conciencia y constituirnos en sujeto político del proceso transformador, creando y construyendo día a día avances de una civilización que prescinda y supere al capitalismo, fundando la fuerza político-social capaz de mover y conducir los procesos de cambio sin retroceso.

Apostar a ello está entre las potencialidades políticas revolucionarias que laten en los procesos abiertos con los gobiernos populares latinoamericanos desde los movimientos indígenas, los movimientos de trabajadores de la ciudad y el campo, desde los movimientos de mujeres, de las comunidades pobres y excluidas por el poder del capital. Ampliar espacios para profundizar su participación es impostergable, pues las ideas también envejecen y luego se convierten en muros reaccionarios. Las revoluciones sociales no las hacen los individuos, las “personalidades”, por muy brillantes o heroicas que ellas sean.

Las revoluciones sociales las hacen las masas populares. Sin la participación de las grandes masas no hay revolución. Es por ello que una de las tareas más urgentes del momento es que los trabajadores, los excluidos y  los marginados se eduquen, se capaciten y organicen para responder a las nuevas responsabilidades que surgen del proceso transformador que nuestra generación inició hace más de cuarenta años.

La alternativa revolucionaria da razón a la vida. Luchamos, luego, existimos. El neoliberalismo es un sistema agonizante, pero no morirá por sí solo. Al mismo tiempo, la sociedad revolucionaria está luchando para nacer. Solamente la intervención popular directa y el enfoque revolucionario marxista del liderazgo político, puede hacer que eso suceda.

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