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Partidos políticos y democracia (y III) (A propósito de Esencia y valor de la democracia de Hans Kelsen)

Luis Armando González

2.4. Parlamentarismo y democracia

Y esa ceguera ante la realidad es la conduce no sólo a no reconocer la necesidad de los partidos en un régimen democrático, treatment sino a no querer entender que la democracia moderna es una “democracia parlamentaria”, ask “en la cual la voluntad colectiva que prevalece es la determinada por la mayoría de aquellos que han sido elegidos por la mayoría de los ciudadanos” (p. 47). Es en el parlamentarismo (y en los parlamentos) en donde descansa fundamentalmente la democracia. Hubo quienes en tiempos de Kelsen –lo mismo que sucede ahora— pedían “con fervor la dictadura o un orden de representaciones profesionales” en reemplazo del parlamento. “No nos engañemos sobre ello: se padece hoy de cierta fatiga producida por el parlamentarismo, drugstore si bien o cabe hablar –como hacen algunos autores— de una crisis, una ‘bancarrota’ o una ‘agonía’ del parlamentarismo” (p. 49).

Contra quienes proclaman esa “bancarrota” y esa “agonía”, Kelsen sostiene lo siguiente: “aunque la democracia y el parlamentarismo no son idénticos, no cabe dudar en serio –puesto que la democracia directa no es posible en Estado moderno— que el parlamentarismo es la única forma real en que puede plasmar la idea de la democracia dentro de la realidad social presente. Por ello, el fallo sobre el parlamentarismo es el fallo sobre la democracia” (p.50). O dicho de otra manera: en las sociedades modernas, el parlamentarismo realiza la democracia; y, en ese sentido, ir en contra del parlamentarismo es ir en contra de la democracia. ¿Y por qué es tan importante el parlamentarismo para “plasmar” el ideal democrático dentro de la realidad presente? Su definición lo aclara:

“el parlamentarismo significa: Formación de la voluntad decisiva del Estado mediante órgano colegiado elegido por el pueblo en virtud de un derecho de sufragio general e igual, o sea democrático, obrando a base del principio de mayoría” (p.50).

Ni el Poder Ejecutivo ni el Poder Judicial realizan la democracia. Es el parlamento, en virtud de su conformación por decisión libre e igualitaria de los ciudadanos. El parlamento expresa mejor que ninguna otra instancia estatal la “autodeterminación democrática”, es decir, “la idea de la libertad”, puesto que “la lucha por el parlamentarismo era la lucha por la libertad política. Este hecho se olvida hoy, con frecuencia, dirigiendo críticas muchas veces injustas, contra el parlamentarismo” (p. 50). Pero la autodeterminación democrática expresada en el parlamento es una restricción de la autodeterminación propiciada por la democracia directa.

“De ello resulta que el parlamentarismo se presenta como transacción entre la exigencia democrática de la libertad y el principio, imprescindible para todo progreso de la técnica social, de la distribución diferenciada del trabajo. Se ha tratado de ocultar la considerable restricción que experimenta el ideal democrático por el hecho de que la voluntad estatal sea formada no por el pueblo, sino por un Parlamento muy distinto del mismo, aunque elegido por él…. En vista de lo complicado de las circunstancias sociales, no podía aceptarse la forma primitiva de la democracia directa, ya que era imposible renunciar a las ventajas de la división del trabajo. Cuando más grande es la colectividad política, tanto menos capaz se muestra el ‘pueblo’, como tal, de desenvolver la actividad creadora de la formación directa de la voluntad política, y tanto más obligado se ve –aunque sólo fuese por razones técnico sociales— a limitarse a crear y controlar el verdadero mecanismo que forma la voluntad política” (p. 52).

Ese mecanismo es, precisamente, el parlamento. Las críticas que se le hacen pueden conducir a reformarlo, pero no a abolirlo. Es decir, “el intento de eliminar por completo el Parlamento de entre los órganos de un Estado moderno, no podrán prosperar en definitiva” (p. 60). Es posible reformarlo en varias direcciones siendo una de las más importantes la ampliación de la participación del pueblo en las funciones legislativas:

“no puede negarse que la reglamentación de muchas cuestiones tendría distinto aspecto si la decisión no incumbiese exclusivamente al Parlamento, sino que necesitase el refrendo del cuerpo electoral. No tratamos de discutir si tal apelación al pueblo implicaría una ventaja para la formación de la voluntad del Estado. Basta indicar solamente, ante el argumento de la exclusión del pueblo con que se combate el parlamentarismo, que la institución del referéndum admite y necesita mayor amplitud, manteniendo en lo fundamental el principio parlamentario” (p. 64).

Además de la institución del plebiscito y del referéndum constitucional, Kelsen propone, entre otras reformas, la “llamada iniciativa popular”, que facilita la injerencia del pueblo en la formación de la voluntad estatal, manteniendo el “principio parlamentario” (p. 65) y la supresión de la “inmunidad”, “invocada no respecto a los electores, sino ante las autoridades, especialmente las de orden judicial” (p.65).

Por último, Kelsen es sumamente duro con quienes “aspiran a más que una simple reforma del sistema parlamentario, y piden con espíritu conservador su sustitución por una organización profesional” (p. 74), a partir de la idea de que el pueblo y debe puede organizarse por profesiones para participar políticamente. Eso es imposible, pues una organización profesional sería incapaz de articular y expresar no sólo la diversidad e heterogeneidad de los diversos grupos profesionales, sino de la sociedad en su conjunto. “Ello demuestra lo vacuo e inaplicable de la fórmula con que el principio profesionista pretende superar el principio parlamentario democrático: Que cada grupo se reconozca en la formación de la voluntad estatal una participación proporcional a su importancia en el conjunto nacional” (p. 77). Y remata nuestro autor:

“en vista de ello no debe extrañar que la organización profesional, doquiera que ha adquirido realidad, haya tenido por consecuencia que uno o más grupos pretendiesen imponerse a los restantes, lo que permite sospechar sin temeridad que en la aspiración reiterada recientemente en pro de una organización estamental late no tanto el anhelo de una participación orgánica y justa de todos los grupos profesionales en la elaboración de la voluntad del Estado, como la ambición hacia el poder sentida por algunos sectores interesados a quienes la Constitución democrática no ofrece, al parecer, probabilidades de éxito… Mientras los proletarios de las profesiones más diversas… se sientan unidos entre sí por una comunidad de intereses más efusiva que con los patronos capitalistas del mismo grupo profesional, y mientras ante esta realidad innegable se inclinen también los patronos capitalistas del mismo grupo profesional, y mientras ante esta realidad innegable se inclinen también los patronos a una solidaridad que supere las barreras profesionales, no podrán brotar las de las circunstancias sociales una organización profesional capaz de acabar con la actual forma parlamentariodemocrática de Estado, si no es aproximándose a un régimen autocrático, y erigiendo, en definitiva, un poder dictatorial de una clase sobre las restantes” (pp.78-80).

3. Conclusión

Tenía Hans Kelsen casi 40 años cuando se editó por primera vez Esencia y valor de la democracia. Si bien tuvo una larga vida (nació en 1881 y murió en 1974), no es fácil establecer que tan de “juventud” o de “inmadurez” sea el texto que hemos reseñado en este ensayo. La verdad, poco importa, pues su frescura y actualidad son lo más significativo para nosotros. Viene a cuento aquí una nota del escritor Javier Marías –la nota se titula “La perversión de los viejos” (Tiempos ridículos. Madrid, Alfaguara, 2013, pp. 135-138) — en la cual cuestiona la suposición de que en la vejez las personas tienen más sabiduría; se descubrió –dice Marías— que la misma “bien estaba ya en cada persona antes de alcanzar la ancianidad, o no hacía acto de aparición con los años, así, como por ensalmo” (p.135).

De tal suerte que la presunción de que la obra un autor anciano es mejor que su obra cuando era un autor  joven no tiene ningún fundamento. Kelsen –que no estaba precisamente joven cuando escribió Esencia y valor de la democracia—lo desmiente. Y, bien visto, quizás fueron sus energías de juventud las que le permitieron escribir un ensayo tan lúcido y claro en sus formulaciones; un ensayo que tiene como referencia la realidad, y no ideaciones ajenas a la misma.

  Es natural que quienes vean como sus enemigos a los partidos políticos y a los parlamentos (o Asambleas Legislativas) –a los cuales pretenden reemplazar con gremiales empresariales o profesionales—, no se sientan cómodos con este escrito de Kelsen. Igualmente incómodos se habrán de sentir los “kelsenianos” que dicen ampararse en él (en otras obras suyas) para invalidar la primacía de los partidos y los parlamentos en el ejercicio democrático, pretendiendo hacer de otra instancia institucional (por ejemplo, el Poder Judicial o la Sala de lo Constitucional o el Tribunal Constitucional) el realizador del ideal democrático. Esa pretensión –siguiendo al Kelsen de Esencia y valor de la democracia— es absolutamente antidemocrática, lo mismo que lo es pretender reemplazar a los partidos políticos y los parlamentos por gremiales profesionales o empresariales, así estén conformadas por los individuos más talentosos y preparados técnicamente (o académicamente, si se quiere) de un país.

Si hay en otras obras de Kelsen posturas opuestas a las defendidas en Esencia y valor de la democracia, es bueno que los kelsenianos las expongan –siguiendo, si les parece el procedimiento, ensayado aquí (y que no es otra cosa que un ejercicio de análisis de los que se hacen –o hacían— en los últimos años de cualquier carrera humanista) y que sean los lectores críticos quienes ponderen su racionalidad y pertinencia para el momento actual. No se trata, por tanto, de si Kelsen lo dijo (o lo dijo cualquier otra figura intelectual), sino si lo dicho es relevante y razonable. Porque de que alguien sea una figura intelectual relevante no se sigue que siempre y en todo lugar diga (o escriba) cosas relevantes.

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